"En la casa de mi Padre muchas moradas hay", me susurra la Biblia, Juan 2:14, para quienes le interese la cita. La casa de mi padre tenía muchas moradas, casa en que viví hace tantos años, y esta, mi casa actual, también tiene muchas moradas. Cómo llegué ha esta casa es algo digno de contarse, pero en otro momento, pues ahora debo narrar más de cómo una vez salí de ella, que de cómo una vez a ella llegué. Aunque debo reconocer que me es en extremo gravoso el narrar viajes, he de intentarlo. Esto les demuestra hasta que punto me es necesario hacerlo, el grado de imprescindible que toma esta narración. Por qué considero tan importante este viaje se los diré, y lo descubrirán también por ustedes mismos, a medida que esta narración se acerque a su final.
Aunque antes de iniciar este relato como quien inicia una jornada nueva con la luz del alba, he de decir algo, algunas cosas más sobre la casa. No sobre la de mi padre, si no sobre la mía. En ella muchas moradas hay. A veces son demasiadas, y me aterra un poco lo inmenso que tiene su soledad encarnada en tantos cuartos vanos y vacíos, o tal vez cargados de oscuridad y tiniebla. Pero se ha de decir también que es bella, y firme, y al primer vistazo da la sensación de ser eterna como una recta, prolongada hacia dos direcciones opuestas infinitamente. No por nada en ella me quedé cuando la vi, tan perfecta y tan vacía, libre de morador, como entregada a un viajero que por fin quisiera en algo asentarse. Así la vi yo, entregada a lo mejor por el cielo, como un puerto donde atracar, aunque suene pueril la comparación.
Los caracoles pueblan el lugar, reduciendo con su plateada y babosa presencia mi soledad. En un principio, al recién llegar, me eran muy desagradables, pero las cosas cambian y el ser humano es mutable, ahora mismo si se fueran de los alrededores todos los caracoles me iría yo también, sintiendo fuertemente su ausencia. Al ver uno su córnea defensa, su gelatinoso ser, sus cuernillos ciegos y su anatomía en general tan simple y extraña, uno piensa de inmediato en estupidez, quizá ayudado este razocinio por su proverbial lentitud. Pero créanme, hay seres humanos que deberían aprender mucho del caracol antes de lanzarse a la vida de forma tan estúpida.
Los caracoles viven aquí atraídos por el terreno plano y lleno de plantas que rodea la casa, y también por el clima húmedo del lugar, los más de los días hay niebla o llueve. La niebla me trajo reminiscencias del pasado, miedos, pero algunos de ellos ya se han esfumado... Otros languidecen aun, y algunos mutan y se hacen otros. Es complicado, pero lo que importa es que ninguno ha sido lo suficientemente gravitante como para echarme de aquí.
Alrededor de la casa, cercando un área bastante amplia, una verja que antaño fue roja indica el límite de la propiedad. Al llegar aquí encontré dentro de ella vegetación menos silvestre, restos de un antiguo jardín, con rosas agonizantes entre mordiscos de caracoles, pulgones y el embate de hongos, por dar un ejemplo. Hoy miro hacia afuera por alguna ventana y veo un incipiente jardín, ordenado y sano. Los caracoles fueron un dolor de cabeza hasta que encontrém dentro de un antiguo cobertizo en el límite izquierdo del jardín, un saco de tierra mezclada con sal que, al ser usada al plantar o excavar, los ahuyenta. Creo que su funcionamiento tiene mucho de simbólico más que de realmente químico, pero eso es lo de menos.
Pero al mirar también por la ventana veo la noche cernirse sobre estos parajes. Creo que debo encender un par de luces más y luego ir a descansar... Si bien la luna es una buena compañera, la noche como tal está llena de peligros en estas tierras, y siendo precavidos se pueden ahorrar muchos problemas, créanme.
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Over my garden Fence
FanfictionUn fanfiction extraño sobre la increíble serie Over the Garden Wall. Un muchacho algo diferente llega al mismo bosque donde Wirth y Greg vivieron sus aventuras, un lugar donde lo extraño y lo anacrónico son la tónica. Descubrirá habilidades y dones...