Prólogo

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Los jóvenes enamorados, buscaron dónde vivir, lejos de la ciudad, del ruido, y de todas esas cosas inquietantes. Encontraron un terreno, lo suficientemente plano como para construir una bonita casa, con una explanada de pasto enorme, y fue así que empezaron con la construcción...
"Que la casa sea de un piso" acordaron ambos, "para que cuando seamos viejos no tengamos que subir escaleras".
Se empezó a marcar el páramo, las esquinas de la casa, las recámaras, el baño, la cocina, todo lo necesario para una hermosa casa. En cuanto al patio, ella se encargó de preparar la tierra, compraron macetas, y empezaron a plantar brotes de bellas flores, árboles, y plantas.
Entre los brotes que con el tiempo se convertirían en hermosas plantas, había rosas, gardenias, camelinas moradas, camelinas naranjas, azucenas, amor de un rato, helechos, pensamientos, violetas, nochebuenas, hortensias, etc. Pero al centro, una pequeña rama de un árbol ficus.
Después de un tiempo, la casa por fin, fue terminada. Una casa hermosa, rústica, ni muy grande, ni muy pequeña, ni con muchas habitaciones, ni con pocas habitaciones, tenía todo lo que ambos pudieran necesitar. Era una casa perfecta.
Al menos para ellos dos.
Todo era maravilloso, pero durante años, la pareja había intentado tener descendientes, pero nunca, se les fue concedido.
Pasó el tiempo, las plantas florecieron, y ellos se mantuvieron el uno al otro, a base de amor.
Un día, mientras los viejitos estaban recostados en su jardín, y tomados de la mano, él cerró sus ojos primero, y ella los cerró después...

Del lado de él, crecieron agapantos azules como el cielo, y del de ella, alcatraces blancos como las nubes.

Las flores nunca se marchitaron, las plantas nunca se secaron, y el jardín, nunca dejó de florecer...

El Jardín ExtrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora