Parte de la historia de Osvaldo

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—No, es que tengo mucho tiempo de no hablar del tema —me explica—. Ella se la pasó toda la madrugada buscándome en el coche, mi padre estaba fuera del país, era de las pocas veces que viajaba en ese entonces. Yo estaba en casa de Nick —gira sus ojos con fastidio—, un amigo. Cuando desperté, tirado y con resaca en la sala de su casa, vi más de treinta llamadas perdidas de mi madre en mi celular. Le marqué y ella me contestó al instante, me dio un sermón por no avisarle que me quedaría a dormir fuera de casa y me contó que me había estado buscando. Le dije dónde me encontraba y salí de la casa tropezando con todos los adolescentes que seguían durmiendo en el piso. Me quedé esperándola hasta que llegó, antes de que me subiera al auto ella se bajó corriendo y me dio un abrazo que casi me deja sin aire, estaba realmente preocupada. Ya en el auto, en vez de seguir sermoneándome me siguió llenando de preguntas acerca de mi estado de salud,  de las últimas cosas que dijo fue que me amaba más que a nada y que debía cuidarme para que ella estuviera bien —apenas veo que unas cuantas lágrimas salen de sus ojos, las limpio con mis mano y le deposito besos en donde hay rastros—. Ella iba de piloto y yo de copiloto, ambos con nuestros cinturones de seguridad puestos. De lo último que me acuerdo es que mi madre se pasó una luz roja mientras estaba entretenida mirándome, trató de esquivar los otros autos, pero eso no pudo evitar que nos chocáramos. Cómo hubiese querido quedar inconsciente al instante y no tener que verla —empieza a llorar silenciosamente—, no tener en mi cabeza el recuerdo vivo de sus ojos la última vez que fijó su vista en mí con lucidez.

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