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—Mei —grita mi madre desde la cocina—, ya está el desayuno, baja por favor, tienes que comer —asevera, mientras yo me revuelvo sobre la cama y bufo, acostándome boca arriba. No entiendo lo imposible que se les hace a los padres entender la falta de apetito de sus hijos. Aún así, previniendo sus acciones y con pocas ganas de verla suplicándome, decido sentarme en mi cama, acercar mi silla de ruedas y sentarme sobre ella con las mismas dificultades de siempre. Bajo en el ascensor que mis padres mandaron a construir para así no tener que cargarme y al entrar a la cocina a quien veo es a papá.
—Hija, que te he dicho de bajar a desayunar sin bañarte —lo ignoro y me mira alzando una ceja—. ¿Te cepillaste? —cuestiona.
—Jonathan Yales —lo llamo, como cada vez que pretende fastidiarme, para que entienda que no estoy de buen humor.
—Sólo quería saber —se encoge de hombros.
—Claro que sí, papá —articulo.
—¿En qué momento? —insiste a propósito.
—Antes de que mamá me llamara me había levantado a cepillarme. Me lo recuerdas todas las mañanas —le reprocho.
—Está bien, no te molestes —me sonríe.
—Bueno, vete —le pide mi madre a su lado—, que llegarás tarde a tu trabajo, ya son las ¡9:30! —grita, histérica.
Pronto, mi padre se despide y se va, ya que a él le toca trabajar más temprano que a su mujer.
—Me alegra mucho que bajes a desayunar, ayer diste más batalla —observa, con gesto rendido—. Antes del accidente, no había nada que no quisieses devorar.
No sé qué decir y sólo me limito a encogerme de hombros.
—Bueno, mejor —habla de nuevo—. Ya iba yo a subir y halarte por tu cabello para traerte hasta aquí —me mira amenazante.
Después de aquel suceso mamá pretende hacerme sentir bien con sus fallidas bromas.
Carraspeo.
—Mamá, ¿podemos ir a desayunar a la terraza del patio trasero? —le pregunto.
—Sí, lo que quieras —Trato de sonreír, pero no puedo. No importa cuánto practique, aunque me salga una sonrisa, nunca parece ser natural. Pasan los meses y cada vez me siento más miserable.
Llevamos los platos a la mesa de madera dispuesta en el centro del jardín sin techar y mi mamá se sienta en una de las cabeceras mientras yo me posiciono en la otra.
Sin venir al caso ella dice: —Sólo quiero que salgas y seas feliz.
—Mamá —aprieto los dientes—, no necesito salir para ser feliz.
—Bueno... sólo con saber que estás feliz me basta —asiente.
Terminamos de desayunar pancakes con queso y huevos revueltos para después reposar y llevar los platos a la cocina, donde los dejamos para ser lavarlos luego.
Ya voy a subir a mi habitación para darme un baño cuando mi madre me detiene con un grito. Está apagando la televisión de la sala de estar que mi papá nuevamente dejó encendida antes de irse.
Retrocedo.
—¿Si?
—Cómo últimamente nunca haces nada y te la pasas acostada, he decidido junto a tu padre contratar a un chico, hijo de un amigo de él, para que te enseñe a tocar la guitarra y comienza hoy... ¡ay! —grita exaltada, viendo el reloj que lleva en su muñeca—. Ahora la que va a llegar tarde soy yo. Bueno, Osvaldo llegará a las dos. Será nada más una hora de práctica, según él, por día, hasta que aprendas. Excepto los sábados y domingos.
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Todo Cambió | Disponible en Amazon
Romance«Ternura, vehemencia y anhelo» Mei tiene una invalidez a consecuencia de un pasado desastroso, a consecuencia de enamorarse, haciendo así que ella no quiera arriesgarse más a ser lastimada, pero todo cambia cuando el apuesto y entusiasta Osvaldo, l...