Aquella estrofa

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El silencio suena por cada beso
Por cada caricia, cada palabra
Mis labios esclavos, por ti preso
Por tus ojos y tu sonrisa brava.

Fue la estrofa de un poema, el novelista cuyo nombre era Eloy Arévalo al que María sintio curiosidad. Tupé moderno, algo alvorotado y un aparato dental que hacía su sonrisa de hierro. María calculó que tendría su edad. Pero no quería ser la típica que intenta hacer amigos y le sale mal. Haría una poesía en respuesta. Si él la leía se interesaría en ella y querría hablarle. Asique es lo que haría. Ese chico le parecía interesante.

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