capitulo 10

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Tengo los brazos estirados por encima de la cabeza, y las muñecas atadas por algo suave pero resistente. Mi cuerpo desnudo se halla tendido sobre seda fresca. No puedo mover las piernas.

Aunque mis ojos están cerrados sé qué me ata: una cinta roja enroscada alrededor de mis muñecas y anudada con fuerza en mis tobillos. Forcejeo, pero no tengo adónde ir; y en realidad no deseo escapar.

Algo frío roza mi pezón erecto, y me arqueo de sorpresa y placer.

-Chis... -Su voz parece envolverme como una caricia.

-Por favor... -susurro.

Él no responde, pero me asalta de nuevo un dulce escalofrío. Sin embargo, esta vez no lo retira. Se trata de un cubito de hielo con el que recorre mis pezones y el escote. Noto las gotas deslizándose entre mis pechos a medida que el hielo se derrite. Traza figuras con el hielo goteante pero sin que sus manos me toquen. Solo noto algo helado y duro que se derrite al contacto con mi piel.

-Por favor... -susurro mientras me arqueo de nuevo. Deseo más, pero mis ligaduras me retienen.

-Eres mía -me dice.

Abro los ojos porque necesito ver su rostro, pero alrededor de mí todo es grisáceo y borroso. Me encuentro perdida en un mundo imaginario.

Soy la joven del cuadro, excitada y exhibida para que todo el mundo pueda verme.

-Mía -repite.

Su cuerpo es una mancha difusa sobre mí.

Sus manos en mis pechos son fuertes y encallecidas, pero al mismo tiempo tan suaves que deseo gritar. Las desliza hacia abajo y recorre cada centímetro de mi cuerpo mientras resigue el contorno de mis senos, de mi caja torácica, de mi vientre. Me tenso cuando se acerca a mi pubis, repentinamente asustada, pero alza las manos y las vuelve a poner en mis muslos. Ese contacto me hace tocar el cielo y me pierdo y floto mientras bailo en una bruma de placer.

Pero en ese momento sus manos cambian de posición. Me coge las rodillas y abre suavemente mis piernas. Entonces, despacio, muy despacio, las desliza por el interior de mis muslos.

Me tenso porque ya no se trata de un baile de placer sino de un angustioso torbellino. Intento zafarme, pero estoy atrapada, y él se está acercando a mis secretos. A mis cicatrices.

Sigo forcejeando. Tengo que escapar. Las sirenas de alarma suenan en la habitación como apremiantes bocinazos.

-¿... despierta?

La voz de Jamie me arranca bruscamente del sueño.

-¿Qué? Lo siento, ¿qué?

Mi móvil suena con fuerza en la mesita de noche, y Jamie grita desde el otro lado de la puerta.

-¡Pregunto si estás despierta, porque si lo estás será mejor que cojas el maldito teléfono!

Me siento como si me hubieran dado una paliza, pero veo el nombre de Carl en la pantalla y me apresuro a descolgar. Sin embargo llego demasiado tarde, y se conecta el buzón de voz.

Dejo escapar un gruñido, me siento en la cama y me estiro mientras pongo los pies en el suelo. Miro la hora en el móvil. Las malditas seis y media.

«No puede ser. ¿Ha amanecido ya?»

Me dispongo a devolver la llamada a Carl cuando el teléfono vuelve a sonar y el nombre de mi jefe parpadea en la pantalla igual que un anuncio de neón.

-Estoy aquí -respondo-. Ahora iba a llamarte.

-¡Por Dios, Fairchild! ¿Dónde te has metido?

-Pero si casi ni ha amanecido. Estaba en la cama.

Desatame H.S. y TN (hot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora