Hacía frío. Demonios, hacía mucho frío en la mañana que el evento se presentó por primera vez. Estaba en la enfermería de mi colegio, dónde pasé la mayor parte de la primaria. Era un niño con defensas bajas que se enfermaba con facilidad, o por lo menos eso constaba en mi historial médico. Pero ésto no era para nada cierto. Simplemente me costaba esfuerzos titánicos socializar, y usaba el pretexto de una hernia de hiato para retirarme de clase e irme, o simplemente para gozar de un par de minutos en la soledad que ofrecía la enfermería.
Lo curioso es que esa mañana sí me sentía enfermo. Horriblemente enfermo, de hecho. Y ni siquiera fui yo el que se percató de ello, sino uno de los pubertos que estaba en mi clase. Éste se puso preocupantemente insistente al respecto. "Deberías decirle a Josep" repetía sin cesar haciendo énfasis en el nombre del profesor de matemáticas. Le ignoré la mayor parte del tiempo, ya que estaba prestando atención a una de las pocas materias que me interesaban. Cada vez que mi cabeza se movía de mi cuaderno hasta la pizarra, notaba un fuerte mareo. Sumado a ésto, cada pocos segundos oía un zumbido, pero lo ignoraba tan bien como ignoraba a mi compañero. Quiso el destino que la punta de mi lápiz se partiera, en parte por la presión que ejercía sobre ella, en parte por la fragilidad que ofrece un lápiz de baja calidad, el único al que tenía acceso. Giré mi rostro en dirección a mi insistente compañero, justo a tiempo para verle retorcer su cara en una mueca de miedo y asco, y llamar al profesor.
Sin percatarme de ello había comenzado a sangrar profusamente por la nariz. Sí, ya sé que la reacción de mi compañero fue un tanto exagerada, pero al fin y al cabo teníamos poco más de doce años. Solamente cuando me levanté y fui llevado a la enfermería (usando a mi profesor como muleta) noté cuán mal estaba. A cada paso que daba mis náuseas aumentaban, y mi mente se había convertido en un rifle automático que sólo repetía la palabra "mierda" cada vez que sentía el zumbido, debido al miedo. ¿De dónde venía esa molestia? Era como si algo se estuviera abriendo paso a través de mi mente. No recordaba el momento exacto en que había comenzado. Por la mañana había desayunado con un leve mareo, pero nada digno de atención.
Tal vez tendría algo que ver con los sueños inquietos de aquella noche. Recordaba una pesadilla, o por lo menos algo similar a una pesadilla. Evocar la imagen en sí no me provoca ningún miedo, pero había algo perturbador en todo aquello. Mi experiencia onírica había sido bastante simple: un anillo de luz acompañado de un leve zumbido. El zumbido. Nada que resaltar en la escena, pero sin embargo había algo inquietante, algo antinatural. Era como si algo, sin saber qué, estuviera terriblemente mal en la imagen.
La enfermera entró, y a continuación comenzó con el proceso al que tanto ella como yo ya estábamos acostumbrados (determinar la presión sanguínea, temperatura corporal, etcétera), seguido de un par de preguntar rutinarias, a las cuáles respondí de manera automática y atontada. Pero no por el hecho de estar agonizante, sino por una breve pero macabra visión que se cruzó frente a mí por una milésima de segundo: un hombre de espaldas, el cuál se aferraba con desesperación al marco de la puerta. Él. Antes que pudiera parpadear, ya se había ido. Y con Él se fue el zumbido.
En los años que siguieron creí que la visión no había sido más que un efecto residual de aquel curioso sueño junto con mi estado enfermizo. Poco antes de entrar en la Universidad, sin embargo, el zumbido volvió.
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Cuentos varios.
Horror¿Qué define lo real de lo ilusorio? Lo real ha de ser tangible, dirán algunos. Ha de sentirse. Pero, ¿qué ocurre cuando aquello que ha de ser una simple creación mental, se transforma en el eje sobre el cuál gira nuestra existencia? El pensamiento...