Los niños contaban historias, estaban sentados en un círculo, pasandose caramelos mientras escuchaban atentamente al que contaba la historia.
Ahora era el turno de Elizabeth.
El niño que se sentaba junto a ella le pasó la linterna.
Elizabeth la encendió y apuntó hacía su cara haciendo que unas sombras espeluznantes se formaran
-Era una noche como esta...- empezó a contar- Ellie estaba sola, sentada justo donde estás tú- señaló al miedoso del grupo, este empezó a temblar. Ella sonrió maliciosamente- se dio cuenta de que se había olvidado algo, su muñeca de trapo favorita. La buscó por todo el bosque, pero no la encontró. Vencida, volvió a sentarse en el tronco, junto a la hoguera. Entonces vio que su muñeca estaba en el fuego, quemándose. Ellie quería tanto a su muñeca que metió las manos en el fuego. Se las quemó, pero no le importaba, tenía a su muñeca. Entonces la muñeca empezó a reirse sin control. Ellie asustada, tiró la muñeca de trapo al suelo y dio dos pasos hacía atrás. La muñeca avanzaba lentamente hacía Ellie mientras ella no hacía mas que retroceder. La muñeca la empujó al fuego donde Ellie murió quemada. Antes de que muriera, pudo oir a la voz de la muñeca decirle "dubilico metirio" mientras se reía. Cuenta la leyenda, de que si dices esas palabras, él vendrá a por ti- Terminó Elizabeth de contar.
Todos los niños se quedaron estáticos. Nadie hablaba, tenían miedo.
-¿Quién es él?- se atrevió a preguntar un valiente
-Es el consejero de la Muerte, él visita a las personas que van a morir y se lleva sus almas para luego entregarselo a la Muerte
-Pero....pero Elizabeth....has dicho las palabras....¡Ahora él vendrá a por ti!- Exclamó lo que todos pensaban un niño con voz temblorosa
-Oh vamos, es solo un cuento
-Yo....yo mejor que me voy....olvidé dar de comer a mi gato- se levantó una niña y se fue corriendo
-¡Pero si no tienes gato!- exclamó Elizabeth, pero la niña se había ido- Cobarde...-murmuró
-Me voy, tengo que recordarle a Paula que no tiene gato- dicho esto, el niño se fue
-¡Espera! ¡Te has dejado la mochila!- exclamó una niña- Voy a devolversela- cogió una mochila verde y se fue
-¡No Samantha! ¡Esa es mi mochila!- pero Samantha estaba demasiado lejos como para oirle- Tengo que irme, se ha llevado mi mochila- y sin más, se fue
Y así, excusa por excusa Elizabeth se quedó sola.
-Estúpidos cobardes- murmuró para ella misma
Se levantó de su asiento improvisado y apagó la hoguera.
Cuando levantó la vista un hombre estaba frente a ella.
Era alto y delgado, muy muy delgado, casi esquelético. Iba vestido de negro, con la capucha puesta de tal modo que no se le veía ni la cara
-¿Ho-hola?- tartamudeó Elizabeth. Ahora la que tenía miedo era ella
Él no habló, en cambio, alargó su mano hasta coger el cuello de Elizabeth y levantarla hasta quedar a su altura.
Solo entonces pudo ver su rostro. Pero, no era el rostro lo que miraba, eran los dos grandes y oscuros agujeros donde debían estar las cuencas de sus ojos lo que le llamaba la atención.
Y, de la oscuridad de sus huecos, Elizabeth vio algo que nadie debería ver jamás.