Cuentos de Trapo
Metro veinte y seis añitos separaban de su nacimiento a Nona, a la que risueñamente le encantaba hablar con su muñeca, la cual respondía desde que podía recordar. Nona llevaba a Caty en brazos a donde sus frágiles piernecitas la pudieran desplazar. De trapo y con costuras gastadas, la vieja muñeca le contaba cuentos maravillosos antes de dormir.
Nona no salía nunca de casa. El sol podría matarla, y ya de por si era muy débil y escuálida, y su mamá la quería tanto que por exceso de amor y celo no la dejaba salir. Nona estaba todo el día bien cuidada y confortable en casita. A Caty no le gustaba la madre de Nona. Siempre la miraba desde la mesilla cuando entraba a darle de comer y a asear a Nona.
"Nona cariño... ¿Has ido al baño tú solita hoy?..." "Nona querida... ¿Te gusta el jersey que estoy haciendo para ti?"... ¡Sandeces! Gritó un día Caty asustando a Nona.
-Esa mala víbora te va a hacer daño Nona.
-No digas eso de mamá Caty. Mamá siempre me está cuidando porque yo no puedo moverme bien, y yo tengo que portarme muy bien.
-¿Sabes Nona?-Dijo la muñeca de trapo mientras se dejaba caer al suelo desde la mesilla para trepar a la cama- Yo antes era tu hermana.
-Eso es mentira. Mamá me dijo que solo yo soy su hija.
-No querida... Hoy la historia que te voy a contar pasó hace mucho tiempo... Yo antes vivía en esta casa, y era muy pequeña. Papá me subía a sus hombros y jugábamos en el jardín al sol.
-¡Mentirosa! ¡El sol es malo!
-No para todos querida hermana... El caso es que antes, yo tenía unas piernas de verdad, unos brazos reales, y una adorable melena de tirabuzones. Un día, papá se puso enfermo, y mamá le cuidaba. Pasaron los días y cada vez se levantaba menos, hablaba menos... Hasta que unos hombres de negro lo metieron en una caja de madera y se lo llevaron en un coche negro. No volví a ver a papá.
-¿Te refieres a mi papá?
-No Nona. Al mío... Un día, yo también caí enferma. Mamá dijo que el Sol me estaba haciendo mal, y yo la creí. Cada vez estaba más débil, cada vez dormía más y apenas podía mantener nada en la tripita. Un día, la sopa estaba especialmente asquerosa, y no sé por qué se la tiré a la cara y me puse a correr como loca por la habitación. Escapé y me metí en el baño. Mi cara era totalmente blanca, mis ojos se me habían hundido en la cara y de mi gran melena apenas quedaban un centenar de pelos mal repartidos por mi abultada cabeza. Al echarme la mano a la boca comprobé que todos los dientes se me movían y maduré de un plumazo desplomándome de rodillas en el suelo. Mamá abrió con su llave la puerta del baño y me dijo: "Caty... Tranquila... Toma tu muñeca..." Cuando me di cuenta mamá me había puesto en la cara aquella vieja muñeca de trapo en la cual me limpié la boca de vómito con sangre más de mil veces, y un dulce y penetrante aroma me adormecía para acabar soñando que cruzaba un puente de cuero y trapo, para despertarme inmóvil encima de la mesilla, viendo como mi maltrecho cuerpo era velado por mis tías, madre y el retrato de mi padre sonriente conmigo de niña encima de sus hombros en la mesilla de noche...Nona giró la cabeza a su derecha y vio la foto enmarcada de un padre jugando a los caballitos con su hija... Los dos eran muy felices.
-Caty... Tengo miedo... ¡MAMAAAAAA!... ¡MAMIIIIIII!
La muñeca de trapo saltó de la cama para volver a subir precipitadamente por la pata de la mesilla de estilo victoriano. A los pocos segundos la puerta de la habitación se abrió de golpe y Cecilia pasó angustiada para sentarse al lado de su hija.
-Nona cariño... ¿Qué pasa? ¿Has tenido otra pesadilla?...
-Mami...-Dijo entre sollozos- Caty dice que tú me estás haciendo cosas malas y que el sol es bueno...Cecilia miró de golpe a aquella muñeca de trapo y sonrió al ver que una de las patas de la mesilla estaba reluciente, como si le hubieran pasado un trapo.
-No te preocupes cariño. Mañana nos iremos a otra casa... ¿Quieres que te ayude a ir al baño?
-No... Ya soy mayor... Puedo solita...Nona arrastró como pudo sus pesados pies de porcelana de la cama para caer al suelo de pie entre un leve tintineo como de vajilla. Las pestañas de nylon se habían enredado con la caída, y con su manita de dedos fríos y amarmolados deshizo el lío y liberó su párpado basculante para abrir su ojo de cristal, en el cual, si mirabas fijo, podías ver a través del transparente iris el interior de su hueca cabeza de porcelana.