Prólogo

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¿Todavía no has terminado las otras y ya estás con esto? Sí, pero sólo será este mes. Este año estoy participando en el nanowrimo cuyo fin es comenzar una historia el día 1 de noviembre y tener escrito 50000 palabras al terminar el mes. Así que este mes estaré completamente enfocada en esta historia comenzando hoy y terminándola antes del día 30.

Me encantaría que hicierais este camino conmigo, con sus más y sus menos y los posibles desastres que hayan de escribir sin parar me ayuden las musas o no.

Espero vuestros comentarios de ánimo que me ayuden a superar este reto. 

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–¿Qué le pasa a esaspersonas? –Le pregunté a mi madre mientras veíamos un avanceinformativo en el televisor de la sala de estar.

Mujeres y hombres gritabandelante de una verja parecida a las que teníamos en la escuela paraque no saliéramos, aunque estas tenían unos pinchos en la partesuperior. La imagen cambió y la pantalla la llenó la imagen de unamujer con un bebé en brazos.

No nos queda nada–decía la mujer–. Sóloquiero un techo para mi hijo.

–¿Por qué nadie ayuda a esamujer?

No entendía nada y mi madreseguía sin contestarme. Me levanté del suelo, donde estaba leyendopor tercera vez el último libro de Geronimo Stilton, y me acerquéal sillón donde ella estaba acunando la pequeña cabeza de mi nuevohermano.

–¿Mamá? –Preguntécomenzando a preocuparme–. ¿Qué pasa?

–Nada cariño –contestó y mehizo un gesto para que me sentara a su lado.

–¿Y por qué lloras?

–Estoy triste porque nadieayuda esas personas –me dijo antes de estirar la mano y pasarla pormi pelo.

–¿Y por qué no las ayudan?Aquí hay muchas casa. Además –recordé lo que mi madre siempre medecía–, tu siempre dices que tenemos que ayudar a los que menostienen. Esa señora puede quedarse en mi habitación.

Desde que podía recordar, mimadre siempre había estado involucrada en actos de caridad, y encuanto tuve edad suficiente, también me hizo participe a mí. Ropa,juguetes, libros, regalábamos todo lo que no usábamos y una vez ala semana me llevaba a un almacén al lado del colegio donderepartíamos comida. Para mí, ayudar era lo normal, así que noentendía porque era diferente con esas personas.

–No es tan fácil, ratoncita–comenzó a explicarme–. Son muchas personas y el gobierno no losdeja entrar porque no hay dinero suficiente para todos.

–Pues unos cuantos y cuandohaya más que vengan el resto.

De repente un estruendo provinodel televisor y mi madre y yo giramos la cabeza. En un lado de lavaya varios hombres portaban unas pistolas enormes y disparaban hacialas que gritaban e intentaban escalar el muro de alambre. En esemomento la cámara enfocó a un niño en el suelo, no se movía y asu alrededor se comenzaba a formar un charco enorme de sangre.

–¿Mamá?

Cómo reaccionando a mi voz mimadre cogió el mando de la tele y la apagó, mi hermano protestópor el movimiento con uno de esos ruiditos que me hacían tantagracia. Aunque esta vez no me reí, estaba triste por el niño, esotenía que doler mucho.

–No pasa nada, cariño –meexplicó antes de abrazar más fuerte a mi hermano–. Tengo quellamar a papá, cuando terminé hacemos unas galletas, ¿Quieres?

–¡Sí!

Me encantaba hacer galletas conmi madre y, por mucho que mi prima Sara se riera de mí y me dijeraque eso era de niños chicos, siempre me gustaría. Además, mi madreme dejaba comer de la masa antes de meterla en el horno, aunque aveces eso hacía que me doliera la tripa.

Y así fue como me encontréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora