Corazón Titubeante [Cabaret de Terciopelo]

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Corazón Titubeante

Sus ojos profundamente azules la perforaron como dos flechas de punta fina. Zafiros en un rostro endurecido de facciones refinadas. Un aristócrata, no cabía duda, muy apuesto. Katarina exhaló en cuanto se resguardó tras las cortinas. Afortunadamente nadie la esperaba más allá, otras noches, algunas bailarinas aguardaban por ella en el reducido espacio que separaba la privacidad oculta tras bambalinas de la algarabía en el exterior. Katarina exhaló y solo entonces se percató de que el aire le faltaba. No era agitación, estaba ruborizada pero no por cansancio o esfuerzo. Su cuerpo ya estaba acostumbrado al baile, era un instrumento que respondía mediante reflejos motoros, lo que capturaban sus oídos.

La bocanada de aire fue prolongada y dolorosa, como si aquel encuentro de miradas la hubiera drenado. Lo había visto un par de veces en el cabaret, siempre estaba serio y cuando alguna mueca deformaba su rictus severo, había por lo menos diez tarros de licor a su alrededor. Ella no miraba a nadie en particular mientras duraba su acto, cuando danzaba se olvidaba de todos y de todo. Abandonaba el mundo y se dedicaba a liberar la energía que llevaba dentro mediante metódicos pasos de baile. Su madre siempre dijo que tenía una llama por alma, que su gozo al hacer lo que amaba no podía compararse con nada. Y que todo lo que hacía, tendría la pasión ardiente de su corazón. Katarina siempre creyó en ello, siempre hizo lo que le provocaba felicidad y vivió plena con sus decisiones.

Pero hay algo más fuerte que el libre albedrío, el destino.

El destino tiene una mesa de juego equivalente al hilo de la vida de las moiras, y solo él se encarga de mover las fichas para su propio entretenimiento. En él traza la línea vital de todos, un ligero movimiento representa un giro brusco del camino, un cambio irremediable que afecta el presente y el futuro.

Por ello, cuando se miraron, una corriente eléctrica le recorrió el cuerpo. Katarina había sentido la caricia del destino en la piel. Las ondas armónicas del universo, vibrando juntas para ellos. Suspiró en un intento de invocar su esencia, de tranquilizarse, tenía erizada la piel del cuello y la respiración más agitada que nunca. Su corazón saltaba en un golpeteo firme recordándole que estaba viva.

Aquella emoción. Aquella sensación... Era sobrecogedora. ¿Sentiría la gente lo mismo que ella? Era embriagante y terrible, pero maravilloso.

Katarina giró la cabeza, mirando con dirección al soldado, con los ojos fijos en la densa tela roja del telón, como si pudiera ver más allá hasta él. ¿Se había imaginado su atención? ¿Su brillo fuerte y poderoso? ¿Por qué le interesaba de todas formas? No tenía una respuesta clara o correcta para todas las interrogantes. Pero de algo sí estaba segura. Cada día, al caer la noche, pediría a los dioses que le arrebataran el recuerdo de aquel hombre.

Su rostro estaba grabado a fuego en su memoria, la impresión, sus ojos azules de zafiro. Era tan bello. Tan ajeno a su mundo de música y baile. Ella no había nacido para él, y sin duda alguna, él no había nacido para ella.

Alguien tocó la puerta de su camerino un segundo antes de que esta chirriara abierta. Katarina dio un leve salto y a través del espejo le dio la bienvenida a la mujer que se había convertido en su segunda madre. Por algún motivo se sintió desilusionada.

–¿Esperabas a alguien más? –dijo la mujer con su dulce voz. A lo largo de los años, Annea se había convertido en adivina de sus emociones. Sabía cuándo estaba triste y cuándo algo la inquietaba. Si había visto su acto, era muy probable que lo supiera todo. Incluso si ni ella misma lo sabía.

Katarina negó, apartando la mirada del rostro de la mujer al suyo. Ya no tenía maquillaje y el vestuario yacía en un perchero cerca del mueble lleno de prendas hermosas y delicadas. En cuanto estuvo lista, se sentó ahí para mirarse. Tratando de adivinar lo que había visto el guerrero en sus ojos. Era difícil mirarse con los ojos de alguien más, y más difícil aún, encontrar algo que cautivara, que embelesara y atrajera como él se había prendado de ella.

Annea anduvo hasta la cómoda con el envejecido paso que la caracterizaba, tomó un peine dorado y comenzó a peinar su cabello. Era una mujer sabia y su acción precedía las palabras que, quizá, le aclararían la mente.

–¿Sabes? –dijo mientras acariciaba con delicadeza su largo cabello–. Hace mucho tiempo estas manos eran fuertes y hermosas. Recuerdo –continuó con un deje de anhelo– que el tiempo me parecía eterno y que por eso, vivía sin preocuparme demasiado. Eran otros tiempos. La guerra no cesaba jamás, hombres iban y venían cada noche para emborrachar su realidad en alcohol y mujeres. Muchas chicas, esperanzadas e ingenuas, creyeron en la dulce promesa de los guerreros entrenados para matar y mentir. Fueron utilizadas y abandonadas a su suerte en un mundo que no prometía un futuro para nadie. Su vida era, ya de por sí, incierta. Traer hijos dejó a muchas en la calle, no podían trabajar con un vientre abultado y aunque quisimos ayudarnos entre todas, no fue suficiente. Fue una época miserable, llena de dolor y pérdida. Pero cuando el cielo está más oscuro es cuando puedes ver las estrellas.

Katarina no entendió a qué se refería pero no se atrevió a preguntar.

Annea prosiguió. –Así empezó todo. Mi calvario y mi mayor felicidad.

–¿A qué te refieres? –dijo la bailarina sin poder evitarlo.

–El amor puede ser maravilloso, Kat –dijo la mujer sin contestarle–. Jamás huyas de él.

La sinceridad en los ojos de la mujer era sobrecogedora, como si en permaneciera encerrada la sabiduría del mundo entero y el conocimiento relegado solo a los dioses. Hablaba con tanta seguridad que Katarina estuvo a punto de contarle todo para que aclarara su confusión. Recordó al soldado, alto y apuesto, rodeado de sombras y secretos. Él era un enigma y no se atrevía a descubrirlo.

~

La música se había detenido y había vuelto a empezar, las chicas corrían de nuevo encendiendo las velas para iluminar el salón. Las conversaciones habían saltado de las bocas de todos y en segundos, el cabaret había cobrado vida otra vez. Garen guardó silencio, pensaba, recordaba. Su cuerpo, su baile, sus ojos verdes y su cabello rojo. No había conocido a una mujer tan bella en su vida. Pero no era eso lo que le había robado el aliento, ella lo había mirado. Confundida y hermosa. Lo había mirado y demasiado pronto se había alejado de él.

Sentía un hueco en el pecho, le faltaba algo. Cuando terminó quiso correr tras ella, atrapar una de sus manos y solo mirarla por todo el tiempo del que dispusiera. Mirarla por todo el tiempo del mundo. Mirarla hasta que ya no existiera tiempo.

Una risa lo sacó de la ensoñación. Miró alrededor y encontró el asiento de Saiy vacío. Kride soltó otra risotada en medio de un balbuceo. Estaba ebrio. Recorrió la mesa y Allen le dedicó una sonrisa torcida. ¿De qué habían estado hablando? ¿Se habían percatado? No era posible, sin embargo, la mirada en el rostro de su amigo decía lo contrario. Abrió la boca y la cerró de nuevo en cuanto Allen le dirigió una negación con la cabeza. Allen sabía.

–Nos vamos –ordenó uno de los ancianos, no parecía estar bajo los efectos del alcohol, solo se veía cansado–. Que el mocoso encuentre su camino a casa, si es lo suficiente mayor para gozar del cuerpo de una mujer que se encargue de sí mismo. –Nadie objetó nada. Se levantaron al mismo tiempo uno tras otro, Allen colocó un puñado de monedas en la mesa y palmeó el hombro de Garen.

–Finalmente te das cuenta –dijo pasando a su lado y dejándolo atrás.

Garen miró su espalda, no sabía de qué estaba hablando.

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Buenas noches :) gracias por leerme.


Katarina - La Daga SiniestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora