Cara a cara [Cabaret de Terciopelo]

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Garen aflojó el botón más alto de su traje, necesitaba tomar más aire que de costumbre. Por algún motivo, el cabaret parecía cerrarse a su alrededor conforme avanzaba ahogándolo en una niebla de imprudencia. Arrastrándolo a comportarse como un loco sin remedio. Tal vez había sido el trago, aunque jamás lo agobió el licor en tan poca cantidad. Se movía sigiloso, con gracia y elegancia, con el mismo aplomo que lo caracterizaba en los campos de batalla. Un andar sereno e imperturbable, cada paso firme y calculado, sin movimientos innecesarios.

El guerrero tomó otra bocanada de aire, aspirando la mezcla de olores que flotaba a su alrededor. Comida, licor, hierbas y mujeres. Ningún lugar tenía aquel aroma, aquella esencia. Inhaló una vez más, como si con ello pudiera dar con su objetivo. Se había cansado de soñar, de imaginar que la porquería del mundo había desaparecido de una vez por todas y para siempre. Se había cansado de pretender que no quería olvidar su realidad por velar el sueño de una mujer. Se había cansado de entregar su cuerpo sin más compromisos que el vicioso deseo.

Esa noche, liberó el cerrojo que condenaba una parte de su alma. Quizá fue la luna llena, que colgaba como un zarcillo de la bóveda nocturna. O, tal vez, la misma aparición de la mujer. Era, sin duda, el destino moviendo sus piezas para agilizar el juego que hacía semanas había hecho correr. Si por una vez, la jugada era a su favor, ofrecería un sacrificio a los dioses que hace tanto abandonaron a lo mortales, construiría un templo para ellos y estaría al tanto de adorarlos en las fechas especiales. Pero primero tenía que encontrarla.

~*~

Katarina recogió los platos de una mesa, los visitantes no dejaban de llegar. Pronto, el cabaret se convertiría en un mar de gente y ella tendría que esconderse para luego brillar frente a todos. Limpió la mesa y se alejó.

Iba y venía con órdenes y platos vacíos; flotaba en el suelo como si bailara. Cada gesto de su cuerpo era grácil, dulce y refinado. Si las hadas hubieran existido fuera de las leyendas, ella podría haber sido confundida con una.


Garen se adentró en el cabaret, mirando, estudiando cada cuerpo femenino, buscando señales humanas o divinas. Una figura delgada se apresuró corriendo hacia él. La sostuvo con delicadeza y cuando la apartó, se dio cuenta de lo joven que era. Dieciséis años, quizá más joven. Como la mayoría de las doncellas, llevaba la mata de pelo negro escondida tras un velo, sus ojos asustados lo miraron. Eran de un verde claro como el pasto joven. Había horror en su expresión, sin duda la pequeña le temía. Garen emuló una sonrisa y ella asintió, alejándose todavía corriendo. No era la mujer que buscaba pero el verde de aquellos ojos removió el fuego que ardía en su cuerpo, recorriendo sus venas como cera caliente.


Una mesera pasó volando a su lado, sin duda preocupada por el tiempo de atención a los clientes. Como muchas, la chiquilla era joven y hermosa. Su cuerpo de mujer apenas se asomaba entre curvas incompletas. Los hombres la miraban trabajar, veían sus pechos redondos, sus caderas virginales. Sin duda, cada uno la tomaba en sus fantasías más oscuras. Katarina experimentó aquel severo juicio desde muy niña, su belleza no era fácil de ocultar. Con los vibrantes ojos verdes, la piel blanca y el cabello rojo sangre, evocaba lujuria y despertaba pasiones innombrables. Ni una vez se inquietó por el lívido de los extraños; sabía que la mente humana construía un mundo propio donde no había deseos sino realidades. Realidades donde el encuentro de la carne era una necesidad como respirar. Ese era su papel en el cabaret: exhibir su arte, bailar, gozar su propio mundo de pasiones sin importar que todos la desearan.


Una bailarina salió al escenario, rubia y esbelta, bailaba apenas cubierta por la seda oscura de un fino vestido. Su piel, imposiblemente suave, parecía pétalos de rosa. Se movía incitante, provocativa al son descontrolado de tambores. Extásico, Garen se movió apartando a la gente. Tenía que encontrarla. El fuego lo devoraba.


Katarina atendió dos mesas más, dos grupos grandes de soldados que la miraron como si no fuera más que un pedazo de carne. Segura de haber cumplido con su cuota del día, caminó hacia el sector alejado del cabaret. Aflojó sin querer el velo que ocultaba una parte de su rostro, las hebras rojas de su cabello se escaparon del agarre. Se sentía bien soltarlo después de tanto tiempo. Cuando la música empezó para una de las chicas, Katarina intentó sosegar el deseo que la invitaba a danzar. Si no se alejaba pronto, terminaría uniéndose a su compañera en el escenario. Respiró profundamente, asimilando su entorno para calmar sus emociones, mientras la sangre golpeaba sus oídos con cada latido de su corazón.


Bum, bum, bum. Los tambores resonaban, golpe tras golpe, vibraban con violencia, parecía un rito como el que empleaban para invocar a Teas, la diosa del deseo. Garen perdió de vista a los hombres que masticaban y tragaban como bestias. Pero no podía juzgarlos, él mismo era una bestia ahora. Un guerrero encarnizado que solo buscaba sangre en la batalla; no había justicia ni sensatez en su locura, estaba sediento y ansioso. Así, egoísta, solo eran él y su voluntad. Su deseo más profundo.


Los tambores golpeaban. Katarina se desprendió completamente del velo y agitó la cabeza, su cabello flotó sobre sus hombros. El pandemonio en su interior le gritaba que se fuera, que buscara refugio o que desatara el infierno en la tierra.


Un paso. Dos. Garen se sentía cada vez más cerca. La sentía cada vez más cerca.


Katarina cerró los ojos y, una vez más, aspiró la noche viva. La recorrió un estremecimiento, como si la tierra se hubiera agitado bajo sus pies, despertando la diminuta parte de su cuerpo que permanecía aletargada todavía. Sintió el susurro del viento en la piel, acariciando su mejilla con dedos cálidos y seductores. Absorta en aquel nirvana, abrió los ojos para consumir con todos sus sentidos la vibración tensa que se había cernido sobre ella.


La había encontrado.


La música se elevó más y más, ascendiendo como un orgasmo que no terminaba nunca. Pelo rojo, alta, preciosa, divina. Katarina estaba frente a él. Lo miraba de frente, sin temores ni vergüenza, no se inquietaba ni temblaba por su presencia. Sus ojos verdes se clavaron en los suyos. Oscuros, intensos. Frenesí y excitación. De repente, rehuyó su mirada.

Estaba expuesta, nunca se sintió más desnuda. Como la primera vez, le faltó el aire. Tenía que huir, no de él, sino de su propio deseo que amenazaba con ahogarla.

–Hermosa –susurró él, con la voz ronca.

Fue todo lo que dijo, no hizo falta más. La música retumbaba ahora en su pecho, en su mente y en cada fibra de su cuerpo. La bailarina, la hechicera, estaba frente a él. Finalmente, cara a cara.

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En la próxima actu sabremos qué pasará entre los dos. Nos leemos ^-^

 

Katarina - La Daga SiniestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora