Fallen Angel h.s

Prólogo

El frío viento invernal eriza mi piel y consigue provocarme escalofríos y estornudos que podrían derivar a un resfriado o a una pulmonía en un futuro próximo ¿Importa? En absoluto. Río con amargura, o más bien como una desquiciada, recordándome que no tendré que preocuparme por eso en el otro lado. Un insignificante motivo más que me anima a avanzar un corto paso.

El aire agita mi camiseta ancha y deja al descubierto cada una de las cortadas que un día fueron un buen desahogo a todas aquellas horas de llanto encerrada en mi habitación o a noches de insomnio en las que conciliar el sueño me era imposible. Suspiro y trago duro, permitiendo que la ventisca despeine mi cabello y se lleve mis pensamientos consigo.

Escalo ágilmente el muro que separa la esperanza de la desesperación, la estabilidad mental de la demencia y la vida de la muerte. Me siento en su barandilla y respiro profundo. Mi corazón late tan deprisa que no me extrañaría que se saliera de mi pecho en cualquier momento. Tal vez porqué sé que lo que voy a hacer a continuación es una locura, quizás porqué me cuestiono si soy lo suficientemente osada para hacerlo.

Es irónico: soy lo bastante valiente para quitarme la vida pero no lo suficiente para afrontar mis problemas.

Debería estar aterrada, y no puedo negar que no sienta una pizca de miedo e incertidumbre. No sé que me encontraré en aquel mundo ni tengo la completa certeza de que haya vida después de éste. Él lee mis pensamientos, posa su mano sobre la mía, la aprieta con fuerza y al instante percibo un calor abrumador. Es una sensación reconfortante. Él está conmigo, ¿qué más importa?

Observo como coge un cigarrillo de una caja que tenía guardada en el bolsillo de sus vaqueros, se lleva uno a los labios, lo enciende y traga el humo que equivale a veneno para sus pulmones. Veo como se gira en mi dirección y me ofrece uno. Recuerdo cuándo odiaba el simple olor a tabaco y su sabor me producía arcadas. A diferencia de entonces, ahora lo encuentro un buen remedio contra la ansiedad y con un gusto agradable y adictivo. Antes de que mi vida se hundiera hasta la mierda, todo me parecía distinto. Acepto el cigarrillo sin pensármelo dos veces y le imito.

—¿Cuántas veces has querido salir del infierno que has creado? —le pregunto, calando del cigarro y contemplando las vistas de la ciudad. Las luces crean un bonito paisaje iluminado y me distraigo contándolas inútilmente.

—¿Por qué crees que estamos aquí, pequeña idiota? —ríe sarcástico, con desgana. Siento como mi corazón se contrae y mi estómago se estruja. Aún no me acostumbro a sus contestaciones cortantes y a su carácter frívolo, aunque probablemente se asemeje en exceso al mío —He pasado por esto incontables veces. —añade.

Me limito a asentir con un leve gesto de cabeza, aunque no sé exactamente a qué se refiere.

Me permito analizarlo medio minuto descaradamente como nunca me he atrevido a hacerlo. Se encuentra ligeramente encorvado hacia delante, sentado de piernas abiertas y con el cigarrillo entre ellas. Viste completamente de negro e irradia oscuridad y misterio. Su cabello rizado castaño oscuro es acomodado entre sus largos dedos de vez en cuando y su mirada penetrante verde esmeralda contempla pensativa el paisaje. El metal de sus piercings y la tinta de sus tatuajes relucen bajo la luz de la luna. Tiene el ceño fruncido y la mandíbula tensa. Es la primera vez que me doy cuenta de cuán aterrador luce, y del destello de tristeza que transmite su mirada.

Vuelvo a posar la vista en él y me entretengo recorriendo la mirada por cada centímetro de su anatomía; sonrío inconscientemente. Él es el ser del cual me enamoré perdidamente, el que me sacó de mi propio infierno para adentrarme en uno donde la soledad no es la protagonista de la historia. Sé, entonces, que cualquier camino que escoja junto a él, será el indicado.