Capitulo 1

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Ben Laevery era uno de los solteros más cotizados de la clase alta en Londres. Cuando su padre murió le dejó a su esposa una pensión de veinte mil libras al año, lo que hizo que la Mansión Laevery Mountain Hoods, pudiera ser remodelada de tanto en tanto, con tapices más modernos, cortinajes más pesados y muebles mucho más elegantes que los anteriores. Volviéndose la deliciosa envidia de familiares lejanos y amistades chismosas.

Aquella pensión daba mayor holgura a la familia, para que la señora Laevery tuviera oportunidad de comprar vestidos y joyas carísimas para sus hijas y para ella misma, aunque ya no las usara más. Toda mujer en aquellos tiempos, se regocijaba en la suculenta apariencia. Atraer buen partido, era la meta de cualquier dama en proceso de cortejo.

Brenda Laevery había decidido mantener luto riguroso hasta el día de su propia muerte. No podía darse la desfachatez de olvidar a su marido, quien había sido un hombre entregado a su familia, y sobre todo a su esposa. Además, desde su parecer ella siendo descendiente de una familia de alcurnia, sería sentenciada en sociedad por volver a contraer matrimonio con cualquier buen hombre. Simplemente porque no había ninguno capaz de borrar la sombra de su marido. Asi que los años fueron pasando y Brenda fue adquiriendo esas facciones duras y frías de cualquier mujer sola. Sus amistades se volvieron escasas y ante la sociedad, era un fantasma más. Nadie se preocupaba por una dowager, tan siquiera sus hijos; pues todas sus necesidades estaban ya cubiertas a la perfección.

Ben por su parte, era un hombre pudiente, con prestigio holgado y carisma de atracción visual. Tenía temperamento fuerte que también daba la impresión de arrogante. Incluso solía comportarse de forma fría y sería la mayor parte del tiempo; pero ante las reuniones sociales, aparentaba una caballerosidad y simpatía galante que lo rodeaba de mujeres más que bien atentas a su encanto. Cuando visitaba los salones de baile en Saint-Etienne junto a uno o varios amigos de la cátedra, las jovencitas hermosas y educadas no faltaban rodeándole las espaldas. Unas llegaban juntas para saludarlo con reverencias coquetas y luego salían corriendo entre risas y rubores. Pero otras más recatadas y tímidas, eran presentadas por sus propias madres o bien conocidas como era de costumbre.

–¡Mirad a Ben!, tú sí que eres galante. No hace falta que habléis para que todas las señoritas caigan rendidas a tus pies.

Pero a Ben aquellos detalles y comentarios le importaban muy poco. En realidad sentía que en cada reunión social y baile, se convertía en un adorno más para su ya insoportable apariencia. Pasaba todas las veladas de pie, sumido en un rincón, observando al cielo raso o haciendo que prestaba atención a una conversación de algún grupo diplomático.

–Deberías invitar a alguna señorita a bailar Ben. No imaginas lo mal visto que es y sobretodo, cómo lo resienten las mujeres de su edad.

–Siento mucho no ser tan amable y cortés como lo son ustedes. Pero de dónde vengo yo, las fiestas son más refinadas.

–Olvídate de tanta etiqueta Ben, este salón está repleto de mujeres solteras. ¿Acaso no te atrae ninguna? Estamos en Francia, aquí hay más libertinaje. Las mujeres no son tan copadas como en Londres- Ben le lanzó una mirada fulminante a su camarada; pero prefirió no decir nada de lo que pudiera arrepentirse después–Puedes hacerte de una o dos a la vez, salir a caminar por el jardín y en un rincón despistado, besarlas sin censura. Ellas sabrán cómo continuar con ello.

Ben dejó escapar un resoplido incómodo, para alejarse de ese par de compañeros que no hacían más que exasperarlo. ¿Cómo era posible que aún en otra zona del mundo, hubiera hombres tan poco educados y caballeros como ellos?

Después de meditar aquel comentario sugerente, Ben se acercó a la doncella que menos le parecía intimidar, para pedirle un baile.

La señorita Olive Bourbon era una jovencita de escasos diecisiete años, de cabello rubio claro con bucles engominados, que le colgaban hasta los hombros semi-desnudos. Ben estudio su menuda figura y consiguió compararla con la de las demás jóvenes. Pero lo que recibió fue una escasa diferencia, salvo por la frescura y jovialidad de su rostro. Todas las presentes tenían vestidos de faldas muy volantes y ajustadas al cuerpo, marcando la cintura con suficiente estilismo. Algunas de las más atrevidas mostraban un disimulado escote y otras más, preferían mostrar solo los hombros y los brazos sin mitones, para no parecer mujeres de la calle.

vientos de libertad (saga romance epoca)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora