Capítulo 1

32K 881 23
                                    

No durmió en toda la noche. La idea de su primera prueba le atormentaba la cabeza, y las miles de preguntas que rodaban por su mente no ayudaban en nada. Había esperado mucho tiempo este momento, días enteros corriendo y practicando, Alessia no pensaba dejar que nada ni nadie le impidiera demostrarle a su padre que ya estaba lista, que ya podía cumplir órdenes y ser una verdadera mafiosa.
Después de un tiempo dando vueltas en la cama, logró conciliar el sueño, pero ni siquiera en su mundo imaginario podía estar tranquila.

Unas horas después el pesado y agudo sonido de la alarma inundó sus oídos. Como el pitido no iba a parar por si solo, estiró el brazo y comenzó a buscar el desesperante aparato en su mesa de luz. En ese momento recordó que lo había colocado en su escritorio para tener que levantarse de todos modos

—¡Perfecto, Alessia! —exclamó para sí misma.

Apretó un pequeño botón ubicado detrás del reloj, y caminó hasta el baño. Si no quería caerse sobre las tostadas tendría que enjuagar su cara. Se miró al espejo y comprobó que parecía un zombie, pero no uno cualquiera, un zombie recién levantado. Nadie podía ser hermoso a las cinco de la mañana. Su entrenamiento tenía lugar en el gimnasio a las seis. Pero para entrar en calor, decidió practicar una hora extra. A las siete debía estar en el gran salón para hacer la prueba delante de su padre, y sus dos subjefes. Por lo poco que le habían dicho, iba a tener dos exámenes que pasar. Una era, obviamente, la parte de lucha y defensa, y en la otra tenía que poner en práctica su inteligencia emocional, es decir, ser fría como una roca a la hora de matar. Esa, era la regla número uno.

—¡Buenos días, Sia! ¿Tu entrenamiento no comienza a las seis? —preguntó Rose, el ama de casa, mientras revisaba su reloj— ¿Qué haces tan temprano aquí?

—Hola Nana —saludó Alessia—. Decidí levantarme antes para estar mucho más preparada, ¿podrías prepararme unas tostadas, por favor?

—Claro pequeña.

—¿Y podrías agregar...?

—Mermelada en dos, una simple y un batido de frutas —la menuda mujer miró a chica haciendo un gesto de reproche—. Me subestimas, cariño.

—Cada día me mimas más Ro —dicho esto, Alessia se recostó en el sofá y se dignó a esperar su desayuno con unos capítulos de una serie al azar.

—¿Hija? ¡deberías estar durmiendo!

Al parecer, Giorgio había tenido la misma idea que ella.

—Papá ¿podrías esperar dos segundos? Está por asesinarlo —el hombre se sentó a su lado.

—Estoy orgulloso de ti Alessia Montieve.

—Estoy agradecida Giorgio Montieve —respondió.

—¿Qué te parece si dejamos de llamarnos por nuestros nombres completos? Deja eso para mis empleados —insistió el hombre, riendo.

—Claro, el problema es que dentro de poco seré una de ellos —le guiñó el ojo a su padre y fue a la cocina para desayunar.

—¿Como va todo Rose? —preguntó.

—¡Que me digas nana! NA-NA, me haces sentir vieja —exclamó ésta.

—Claro NA-NA, ahora ¿como van mis tostadas?

—Tan bien como que mi nombre es Rose.

—¿No eras NA-NA? —Alessia empezó a correr, ya que la mujer la perseguía.

—¡Cuando te encuentre vas a ver! Tu padre no podrá salvarte de las cosquillas Sia... —Giorgio soltó una risa y siguió con su programa.

La chica logró ser más rápida que el ama de llaves y se escondió detrás del armario donde se guardaban los platos ya que este, estaba unos centímetros separado de la pared. Después de unos minutos, su estómago pedía a gritos las tostadas, por lo que no le quedó otra que salir a buscar comida.
Se deslizó y logró sacar uno de sus pies, pero todavía tenía medio cuerpo atrapado. Mentalmente repasó todas las maneras y técnicas para desatorar su cuerpo, pero fue inútil. Simplemente tendría que empujar el mueble y salir. Claro que así sonaba fácil, pero no había que morir en el intento. Tomó fuerzas y comenzó a correr el armario, pero este empezó a balancearse levemente. Inmediatamente Alessia se detuvo y observó que ya tenía espacio suficiente para salir.
Bruscamente, abandonó su lugar y logró quedar fuera de la grieta formada entre la pared y el mueble. Cayó torpemente al suelo y no se dio cuenta de que su pié había quedado enganchado en una de las patas de la alacena. Tiró de el fuertemente, provocando que esta se estrelle en el piso, causando el mayor estruendo posible.
Millones de fragmentos quedaron esparcidos por todo el área, sin contar todos los cubiertos doblados.

—¿¡Que demonios pasó!? —gritó Giorgio al entrar, se veía enfadado y a la vez bastante desconcertado.

Rápidamente dos hombres aparecieron detrás de él, entre ellos Alessia alcanzó a reconocer a Luke, su entrenador y mano derecha de su padre. Él parecía preocupado. Ambos sabían lo que se aproximaba, y no era nada bueno...

—¿¡Alessia!? ¡Exijo una respuesta inmediata! —volvió a gritar el hombre.

—¡Me atasque! ¿está bien? ¡quise salir y la cosa esta —señaló la alacena—, se tumbó!

—¿Y puedo saber QUÉ hacías ahí? —preguntó su padre— ¡Creí que eras más responsable y madura Alessia!

La cara de el hombre mostraba vergüenza, tristeza, preocupación, enfado y susto, todo al mismo tiempo.

—No queda otra opción —dijo llevándose su mano a la frente—. Voy a suspender tu prueba hasta el año próximo.

Furia. Esa era la palabra que describía el estado emocional en el que se encontraba su hija. Simplemente furia. Impresionante como cinco letras pueden decir tanto. Alessia se tensó de tal manera que parecía que iba a estallar en cualquier momento. Un paso en falso y todo volaría en pedazos.

—¿Qué? —susurró— ¿¡QUÉ!?—repitió, esta vez, gritando.

Su padre no daba señales de querer decir algo, así que ella decidió hablar.

—Debes estar bromeando ¿no?—nadie habló— ¡Respóndeme! ¡No te quedes ahí parado sin hacer absolutamente NADA! —las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos.

En ese momento, nada tenía sentido. Pudo ver la tristeza en el rostro de su padre y Luke, no conocía al tercer hombre, pero tenía una expresión cansada y asustada a la vez. Tenía un toque familiar, pero eso no era lo importante.
La chica giró sobre sus talones, no sin antes dedicarle una furiosa mirada a Giorgio, y salió de ahí. No sabía a donde ir, así que corrió por las escaleras y entró a su habitación. Cerró con llave y dio media vuelta, automáticamente se golpeó con el banco que había dejado la noche anterior.

—¡Estúpida banqueta! ¿No ves que intento pasar? —gritó.

En un rápido movimiento la pateó hacia un costado y dejó la pequeña llave en un bolsillo de su chaqueta negra. No podía contenerse ¿cómo podía hacerle eso? Él sabía cuanto había practicado y entrenado para ese momento, no iba a dejar pasar esa tan fácil.
Una idea se cruzó por su mente. Cuando era pequeña, su padre le había regalado una copia de la llave que pertenecía la casa de campo. "Es para una emergencia" le dijo "no la uses para jugar". Tomó una mochila y colocó su celular, dinero, refrescos que tenía por ahí, ropa, y su arma. Luke le dijo que nunca saliera sin ella, porque "la muerte no espera hasta que estés preparada".
Abrió la ventana que daba al balcón y saltó hacia el. Cuando estaba por hacer lo mismo hasta el suelo, recordó que se encontraba en el segundo piso, a cinco metros del suelo. Eso no se lo esperaba.

Cautelosamente volvió a la habitación y buscó su botiquín de refuerzos. Giorgio había guardado uno en cada cuarto "por si acaso". Cuando lo encontró volvió a la ventana y justo antes de saltar decidió tomar algunas cosas más. Uno nunca sabía si iba a necesitarlas.
Una vez en el balcón, ató un extremo de la cuerda a la barandilla y el otro a su cintura. Por suerte la obligaron a ir tres años a un campamento de defensa, por lo que los nudos no fueron un problema. Cruzó sus pies al otro lado, quedando así de espaldas a la ciudad.
Lentamente comenzó a descender por la gruesa pared de ladrillo. Bajaba como si estuviera caminando hacia atrás. A unos pocos metros de tocar el suelo, la cuerda se tensó y no le permitió seguir bajando.

—¿Justo ahora? —susurró para sí misma.

Giró la cabeza y calculó que faltaban, al menos, dos metros; no quedaba otra opción. Dándose ánimos mentalmente, tomó coraje y soltó el nudo que la unía a la barandilla. Parecía que el tiempo pasaba en cámara lenta hasta que sintió el frío asfalto raspando su piel. Torpemente se levantó y observó que tenía raspones por todo el cuerpo, pero ya tendría tiempo de curarlos al llegar.
Procurando que nadie la descubriera, se echó a correr unas cuantas manzanas. Cuando estuvo lo suficientemente lejos de su casa, paró y reanudó el trayecto caminando. Una, dos, cinco, siete cuadras después se dignó a detenerse en una pequeña plazoleta que había por ahí. Ya faltaba poco, tan solo unas tres manzanas más y estaría a salvo.
Un silencio se extendía por todo el lugar, ni siquiera los mismos pájaros se atrevían a cantar. No pasaron ni dos segundos, cuando se dio cuenta de que un auto negro paró justo a ocho metros de ella.
De el, bajó un hombre.

Y este llevaba un arma.


Sangre Mafiosa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora