Parte I

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Adiós Australia.

Adiós Meg.

Hola de nuevo San Francisco...


Sin siquiera dar una última mirada al suelo australiano bajé la persiana del avión y tomé el libro que metí dentro de la maleta de mano, Animales fantásticos y dónde encontrarlos. Era un libro delgado, demasiado teniendo en cuanto los grandes tomos que estaba acostumbrado a leer; sin embargo ¿quién es el listo que se niega a leer un libro de J.K Rowling? Exacto, nadie.

Para ser honestos no era la primera vez que lo leía, ya llevaba muchos años conmigo, incluso podía alardear de que ese maravilloso ejemplar contuviese una dedicatoria de su autora. Ventajas de ser hijo de una vieja estrella del Rock. Por si todavía te preguntas quién soy, me llamo Archivald Tucker y soy hijo de Adrian Tucker. Y déjame decirte que si ese nombre no te suena... amigo, tú vivías en una cueva. O todavía no habías nacido y te perdiste una gran época en el mundo de la música. No es por alardear ni ir de 'niñito de papá', pero no por nada la revista Rolling Stone publicó un artículo llamando a The Plumbers los Beatles americanos. ¿Me entiendes ahora? Es algo que cualquier hijo quisiera compartir en las redacciones del colegio. No es como si lo hubiese hecho una o dos veces, no. Claro que no. Tampoco saqué un excelente en esas hipotéticas tareas. Para nada. ¿Eso fue demasiado sarcasmo junto? Espero que no.

Pero volviendo al tema, acababa de embarcarme a un vuelo rumbo a Estados Unidos, mi hogar. Durante los últimos 2 años había estado sacándome el Máster en Sídney y la semana pasada por fin defendí mi tesis. En un principio medité la idea de quedarme, por el simple hecho de que tenía algo así como una novia. Está bien, no era 'algo así como mi novia', era mi novia. Pero como suele decirse, es complicado. Eramos felices supongo, pero simplemente no era una relación que yo quisiera postergar hasta la eternidad. Era simplemente una relación cómoda, no había magia en nosotros pero tampoco era una odisea permanecer a su lado, estaba bien. Pero no lo suficiente, no para mí.

Mira, llámame cursi o cómo quieras, pero si tenía que compartir con alguien mis días prefería que fuese con alguien que sintiera que cada día era un mundo nuevo. Quería sentirme como al borde de un acantilado, lleno de vida y miedo a la vez. Quería sentir que debía esforzarme por mantenerla feliz a mi lado. Quería sentir que por más que pudiese vivir sin ella no quisiera hacerlo, y no quisiera por el simple hecho de ver su sonrisa al despertar, que ésta me recordara diariamente la belleza de los pequeños detalles; como el sentir el sol sobre tu cara o la brisa que acaricia tu espalda. Quería eso en mi vida, y no me iba a conformar con menos. Nunca lo había heho y no empezaría a hacerlo ahora.

Sabía que no era un chico de revista, eso lo sabía. Yo tampoco buscaba a una chica ficticia como las que se ven en las revistas, porque no existen. La belleza exterior para mí era lo de menos, lo que yo buscaba era la conexión con ese alguien especial. Ese tipo deconexión que he visto en mis padres o en mi ex-niñera y su novio. ¿Era mucho pedir?

La señal que indicaba que debíamos permanecer con el cinturón puesto se apagó y poniendo el separador entre las páginas del libro me dispuse a desabrochar el cinturón de seguridad. Recosté un poco el asiento y retomé nuevamente la lectura de esos interesantes animales mágicos, recreándome en sus dibujos y dejando vagar mi imaginacióna través de las páginas. Aquello era lo más cercano a mi paraíso personal sólo que a kilómetros del suelo. Aunque pensándolo bien, una buena taza de café no me iría mal. Dios bendiga a las compañías aéreas y al servicio de azafatas por ofrecer a los pasajeros de todo dentro del avión.

** *

Cuando finalmente pisé suelo americano - o al menos suelo de un aeropuerto americano- me sentí de vuelta en casa. No les había dicho nada a mi familia acerca de que volvía hoy, conociéndolos habrían aparecido formando un séquito que poco pasaría desapercibido. Prefería presentarme en casa y darles una sorpresa. De hecho tenía mis viejas llaves para ni siquiera tener que llamar a la puerta. Los pillaría con la guardia baja.

Con ese último pensamiento sonreí y fui a buscar mi equipaje. Por suerte no iba muy cargado, apenas llevaba una maleta mediana de plástico negra donde la mitad de ésta lo ocupaban mis libros y libretas. Qué puedo decir, me gustaba viajar ligero. Salí del terminal buscando con la mirada algún taxi disponible, en cuanto pude divisar uno me acerqué a él y dejé que metiera mi maleta de viaje dentro de su maletero. Subí a la parte trasera y le entregué una pequeña tarjeta con la dirección del hotel al que quería que me llevara. Llegué casi al amanecer, a las 4 de la mañana para ser precisos, así que prefería pasar esa noche en un hotel y por la mañana cuando hubiese descansado iría a casa.

El viaje transcurrió en un cómodo silencio, lo único que se podía oír en la cabina era la música que sintonizaba una emisora local, el ronroneo del motor y el ruido amortiguado del escaso tráfico matinal. Cuando llegamos a mi destino le avisé que pagaría contarjeta y me pasó la máquina para que introdujera la tarjeta y el pin. Me dio el recibo del pago y salí yo mismo a retirar mi maleta, me despedí del hombre con un movimiento de mano y él me devolvió el adiós con un asentimiento de cabeza. Entré al vestíbulo del hotel y esperé que me tendieran la llave magnética, era una tarjeta blanca con el símbolo del hotel en azul a ambos lados. El cansancio acumulado del viaje empezaba a pasarme factura así que caminé apremiantemente hacia el ascensor y presioné el piso 4. Lo único que deseaba más que nada era una ducha tibia y fundirme entre las sábanas de la cama hasta el medio día.

O al menos esos eran mis planes hasta que el jet lag hizo acto depresencia y me imposibilitó la tarea de dormir. Estaba cansado, mucho, moría de sueño pero... nada, no podía. Hora y media llevaba nada más y nada menos dando vueltas como una croqueta rebosada en la sartén sin poder pegar ojo. Cansado, me levanté frustrado de la cama y me dirigí nuevamente al baño para tomar una segunda ducha, iría a dar una vuelta alrededor de la manzana a ver si eso me relajaba un poco y al volver podía dormir finalmente. Tras una breve ducha express salí de la bañera y até una de las toalla a mi cadera. Me acerqué al espejo y limpié un poco el vapor impregnado en este con el dorso de la mano para poder observar mi rostro con detenimiento. Llevaba una escasa barba de tres días la cual ya debería volver a afeitar, de igual manera mi rubio cabello cenizo necesitaba un corte de puntas, ahora que lo tenía sin peinar y recién salido de la ducha podía ver que me llegaba a la altura de los ojos. Pero sin duda lo más llamativo de mi cara eran las púrpuras ojeras que descansaban bajo mis ojos, mi tez pálida no hacía más que resaltar el efecto de las pocas horas de sueño que dispuse las últimas semanas por trabajar en mi tesis.

Lanzando un suspiro salí del baño y me vestí rápidamente con una sudadera de mi vieja universidad y unos tejanos, estos no formaban parte de mi estilo cotidiano, pero fueron un regalo de mi novia Meg -corrijo, ex novia-, y no necesitaban ser planchados para poder ponértelos así que me embutí en ellos y me puse rápidamente los calcetines y mis zapatillas deportivas. Tomé la billetera, la llave del hotel, y salí finalmente de la habitación.

Hacía un poco de fresco a esas horas y apenas comenzaba a amanecer por lo que era una tenue luz grisácea la que alumbraba las calles a los pocos transeúntes. Lo que más se podía ver en ese instante eran deportistas que trotaban con los auriculares puestos a lo largo de la calle y no bajaban el ritmo ni en los semáforos, donde marchaban en un mismo lugar como si se tratase de una cinta mecánica del gimnasio. Admiraba su fuerza de voluntad para despertar al alba con el fin de ejercitarse. No es que yo sea de dormir hasta la tarde, al contrario, solía madrugar usualmente pero para terminar trabajos o ir a la universidad.

A lo lejos pude ver lo que parecía un insectario, entrecerré la mirada y ajusté mis gafas con la esperanza de que ese gesto me permitiera divisar correctamente el local, no parecía abierto pero había una pequeña cola en la entrada que me hacía pensar que pronto lo estaría. En cuanto el semáforo se puso en verde apuré el paso y me dirijé al edificio, con suerte ya que no podía dormir al menos podría entretenerme dando un vistazo a mis arácnidos preferidos.

La noche que perdimos (#Jarchi GDN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora