Capítulo 5 (editado 2)

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CAPÍTULO CINCO

Odio los lunes. Me siento en mi cama, me quito la baba de los cachetes, la lagaña de los ojos y me levanto. Necesito cambiarme de ropa; dormí con la de ayer y sudé mucho en toda la noche. Son las ocho de la mañana. Tengo mucha hambre.

—¡Mardoqueo! ¡Despierta!

Le lanzo mi almohada y le doy justo en la cara.

—¿Qué? ¿Qué? ¿Qué pasa?

Mardoqueo lanza las cobijas, se levanta de la cama y, muy presuroso y asustado, sale corriendo de la habitación. Justo cuando llega a la puerta, éste se resbala por estar descalzo y da el baquetazo sobre el suelo de madera. Los setenta y tres kilos de su gran peso, retumbaron por toda la habitación y parte del pasillo.

—¿¡Qué traes, loco!?

Ahora me estoy riendo a carcajadas.

—¡Moreno! ¡Siempre me haces lo mismo! —Se levanta y se lanza contra mí. Me acuesto en la cama y él se sube arriba de mí. Me acorrala. Me tuerce el brazo (yo estoy boca abajo) y me rindo al instante. Así es como siempre jugamos. Mardoqueo se ríe y yo igual, y me dice—: Ayer no te compré el desayuno, como cada domingo.

—¡Da igual! —le digo, riéndome.

—Hoy te compro lo que quieras.

—¿En serio? —le pregunto, extrañado por su ocasional generosidad.

—Gracias, Rigel, por vendarme las piernas. Y... gracias por traerme aquí a la casa. —Después me dice con un tono bajo—: El novio de Marcy es un idiota. —«Y ahora todo se aclara», pienso. Mardoqueo está agradecido conmigo, por lo del sábado, ¡bien! Y quizás se acuerde de que lo defendí del fortachón. Eso me alegra. Mardoqueo gira la cabeza para ver por la ventana, aún está arriba de mí y me sigue torciendo el brazo. Después vuelve su mirada hacia mí y me pregunta—: Hay algo que no entiendo, ¿por qué me raspé las piernas?

—¿Sabes qué? No tiene importancia, ¡puf! ¡Ya vámonos! ¡Tengo hambre! —le digo, quitándomelo de encima.

Por fin hemos llegado a la cafetería. Me salgo del auto en movimiento, como casi siempre lo hago, mientras Mardoqueo lo estaciona frente al lugar. Me adelanto y entro al establecimiento. El lugar está atascado de clientes, porque es lunes, obvio.

—¡Rigel! ¡Pasa! —Me toma de la mano Maylin. «Y, ésta, ¿qué se trae?», pienso—. ¡Tienes que hablarme de ese chico moreno! ¡Cuéntame todo de él!

—¿Qué? —le pregunto, confundido.

—¡Hola, Maylin! —saluda e interrumpe Jim.

—¡Hola, Jim! —Le da la mano—. ¿Qué te trae por aquí?

—¿Se conocen? —les interrumpo.

—Sí —me responde Jim—. Ayer, cuando estaba Caín en el hospital, vine a tomarme un café y charlamos —me explica. Lo noto muy serio conmigo.

—Lamento mucho lo de Caín —le dice la chaparra al larguirucho. Casi que hace pucheros.

Observo cómo Maylin finge estar muy preocupada por Caín, eso creo, pues, aún no lo conoce. Sin embargo, ya estoy dudando de eso. Creo que sí está preocupada por Caín, ya que me acaba de decir que le cuente todo de él.

—Descuida —le dice Jim, sonriendo de oreja a oreja—, ya se siente mejor. De hecho, vine a comprarle el desayuno. Quiere una ensalada y...

ADIÓS, ADIÓS, MARDOQUEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora