Capítulo 16 (editado 2)

30 2 0
                                    

CAPÍTULO DIECISÉIS

El parque de diversiones se hace cada vez más friolento. Mardoqueo y yo seguimos atrapados en la gigantesca rueda de metal. Ambos estamos esperando una respuesta del juego.

—¡Rigel, no te quites lo tenis! —me ordena Mardo, tapándose la nariz—. ¡Apesta!

—Pero, amigo, ya no los aguanto —le respondo. Ambos reímos dentro de la cabina.

Después de una hora de estar atrapados en el juego, los dos nos sentimos mejor. La situación entre nosotros se ha tranquilizado.

—¡Ay! —exclama Mardo; su celular está vibrando dentro de sus pantalones.

—¿Quién será? —inquiero un poco.

—No lo sé —me dice, sacándolo de su bolsillo—, no tengo idea. Seguro es Marcy, para saber cómo estamos. Es un mensaje.

—Y ¿qué dice?

—No, no es Marcy —me responde, forzando la vista para leer el mensaje—. Es Maylin. Ummm, dice... dice que le marques a su número.

—¡Viejo, no traigo teléfono desde hace un mes! Se me cayó al agua, ¿recuerdas? —le digo, alzando los brazos.

—Pues, al parecer, te sigue enviando mensajes —me dice. Sigue leyendo en su celular, cuando, sorpresivamente, comienza a sonar de nuevo, contestando en el momento—. ¿Bueno? Sí... sí. —Hace una pausa para escucharla—. Sí, yo le digo. ¿Quieres hablar con él? Sí. Te lo paso.

Me entrega el teléfono, y yo contesto:

—¿Hola? ¡Hola, Maylin! Sí. Aaaa...

No sé qué contestar. Maylin me está reclamando que «por qué rayos no la invité, si Marcy también fue». Trato de explicarle que Jim fue el que nos dio los boletos y que Mardoqueo fue el único que se coló al último momento. Pero, aun así, Maylin se molestó conmigo por no avisarle. Después me colgó el teléfono.

Tiene razón, hice mal en no decirle, pero, por otra parte, no entiendo cómo rayos se enteró de que todos estábamos aquí, menos ella, y es cuando caigo en cuenta: seguramente Marcy fue la chismosa.

«¿Por qué la pelirroja no le avisó antes de venir con Jim? —me pregunto—. ¿Por qué demonios le dijo a su amiga hasta casi medianoche? No estoy seguro.»

Después de esta incómoda situación, le entrego el teléfono a mi amigo. La rueda ha comenzado a moverse.

—Enano —me llama Mardoqueo—, le tengo miedo a las alturas —comenta, mordiéndose las uñas.

—¿Qué? Pero si llevamos aquí arriba más de una hora—le contesto, extrañado, poniéndome mi par de tenis, ya para bajarnos.

—Bueno, yo sólo... No quería mostrarme como un niño miedoso delante de ti —me responde.

La cabina ha llegado a la altura del piso. Nos bajamos velozmente. A los dos nos anda del baño.

—Descuida, Mardo, tu secreto está guardado conmigo —le digo, muy alegre de habernos bajado.

Le he confesado mis sentimientos a mi mejor amigo; Mardoqueo los tomó de muy buena manera. Después de todo, desde un principio, yo sé que él ya sabía, o sospechaba, de mis sentimientos hacia él, pero aún hay clavos sueltos: Mardoqueo aún piensa que ando con Caín. ¡Tsss!

ADIÓS, ADIÓS, MARDOQUEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora