Capítulo XVI

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Solo habían pasado ocho horas desde que Blanche se marchara de su lado y no había dejado de lamentarse como un cachorro abandonado por su madre. Aquella hembra se le había grabado bajo la piel. Su olor, su sabor, su tacto, todo. El cuerpo de Blanche era como un prado bañado por el sol en el que uno deseaba tumbarse y retozar ocioso durante semanas. Y su sexo era cálido y confortable como el hogar.

Wolf no era un hombre propenso a las emociones y había considerado la posibilidad de que el sexo con la mujer no fuera tan emocionante como él pensaba. Pero su instinto, el que nunca le fallaba, había acertado al sentirse atraído por ella. Había sido la experiencia sexual más trascendental de su vida. Y Wolf tampoco era un hombre propenso a disfrutar del sexo más allá de un desfogue ocasional.

Pero la sexualidad era una de las pocas cosas que apreciaba de su parte humana. Como lobo disfrutaba de la emoción de la caza, de la lluvia empapando su pelaje, de la adrenalina de un buen combate y del tacto de la tierra bajo sus patas. Del viento que traía los aromas del bosque, de los rayos de la luna sobre su cuerpo, de los sonidos de la naturaleza.

Muchos de sus hermanos se volvían locos con la dualidad de su naturaleza. Los que preferían seguir siendo lobos despreciaban a los que habían encontrado comodidad en su parte humana. Y luego estaban los que, como él, aceptaban ambas partes de su naturaleza. Wolf había aceptado lo que era y actuaba en consecuencia. No se lamentaba por no pertenecer a ninguno de los dos reinos y aceptaba estar en ambos. Sí, había tenido que luchar contra los lobos más conservadores y tradicionales, y ahora estaba dónde estaba, en una posición muy cómoda en la que podía hacer lo que le diera la gana. No era un Alfa, ni lideraba ninguna manada. Era lo que la gente común calificaba de «lobo solitario», un término que le parecía absurdo por su significado pero que en el sentido más literal del término resumía su situación actual.

Aquella mañana, después de ver cómo Blanche salía de su casa —no quiso pensar que lo hacía de su vida—, había tardado mucho en recomponerse. Habían hecho el amor por todo el apartamento y cada esquina y centímetro de él tenía grabada la presencia de la mujer de alguna manera. El cristal de una ventana tenía las marcas de sus manos y su cuerpo, impreso sobre la superficie debido al sexo. Estuvo más de quince minutos acariciando el borrón de una mano temblorosa y el dibujo con la forma de la piel de su muslo. Después se había quedado mirando el mueble sobre el que la había follado, rememorando la imagen de su sexo empapado y su rostro contraído por el placer. La peor parte fue cuando tocó las sábanas sobre las que habían estado haciendo el amor y comprobó que olían a ella de un modo tan intenso que pensó que todavía estaba allí con él y aparecería en cualquier momento. Incluso levantó la cabeza hacia la puerta del cuarto de baño, esperando verla aparecer por allí con una sonrisa de satisfacción en la cara y la expresión de sentirse bien follada.

Pero no, eso no había pasado y se había cabreado un montón.

Demasiado ansioso para seguir en su piso, solo, se dirigió a sus oficinas. A media tarde había reunido a sus directivos para una reunión y en aquel momento asistía con desgana a la exposición de uno de sus empleados sin escuchar ni una sola palabra de lo que se estaba debatiendo. En el proyector había una serie de diagramas y gráficas, se hablaba del transporte marítimo de contenedores y Wolf escuchaba términos como ganancias y balances sin procesar ningún dato. Tenía la mano metida en el bolsillo del pantalón, dónde guardaba las bragas de Blanche. Le había arrancado la prenda en el coche y allí la había encontrado cuando su chófer lo recogió para llevarlo a la oficina.

Mientras las acariciaba, recordaba a la mujer y se estremecía pensando en hundir sus dedos dentro de ella para hacerla gritar de placer.

Notó un zumbido en la oreja y se puso alerta. Lo habría pasado por alto sino hubiera estado tan aburrido, tan melancólico y tan excitado a partes iguales; necesitaba una distracción o se volvería loco y se pondría a aullar en mitad de la sala de reuniones.

El señor Wolf y la señorita Moon ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora