Palabras Mudas. {Nam Joon}

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No importa cuánto tiempo pase, los sentimientos nunca se van.

Con tan solo cinco años, la hija de la familia Park se vio obligada a mudarse con sus padres a Corea del Sur. El señor Park había visto una nueva oportunidad de volver a casa, su casa, su país, donde creció y se crió, creyendo oportuno que su hija conociera su verdadero hogar y que su mujer volviera al lugar de sus raíces.

Todo parecía bien para la familia, pero el tiempo pasó y su pequeña hija fue creciendo, hasta llegar a la edad de nueve años. Era molestada por sus compañeros de clase, por haber nacido en América y no en Asia, por haber nacido en Canadá y no en Corea. Al principio, sus padres no sabían, pero debido a la cantidad de veces que los directivos habían visto llorar a la pequeña en la escuela decidieron llamar a sus padres.

Sin importar qué intentasen, su hija seguía recibiendo molestias y en la escuela ya no sabían de qué forma ayudar, por lo que no vieron otra solución que aconsejarles un cambio de escuela. Por el bien de su hija, eso hicieron, aunque había un problema: esa era la única escuela de la zona. Sin ganas, luego de años adaptándose a aquel lugar, se mudaron al norte de Corea del Sur, Seoul.

Al principio les costó adaptarse, tardaron meses, pero los vecinos eran agradables. Lo bueno de aquel nuevo lugar es que varios vecinos tenían también pequeños, quienes no juzgaban a su pequeña. Todos iban a la misma escuela, así que ella no estaba sola. Ellos estaban seguros de que esta vez todo iría bien, que su Amy se sentiría cómoda, bien.

Nuevamente, el tiempo pasó, Amy creció y logró entablar amistades. Quizá no tenía tantos amigos, pero con ello estaba bien. Mientras tuviera a Nam Joon y Soo Young a su lado, le bastaba.

Iba bien. Todo iba bien.

No mucho después de su cumpleaños número catorce, la familia Kim, los padres de Nam Joon, se vieron obligados a mudarse indefinidamente a Busan debido a la enfermedad terminal que había contraído el padre del señor Kim, abuelo del adolescente.

Soo Young, Nam Joon, Ji Ho y Amy eran realmente unidos, incluso siendo que Ji Ho era dos años mayor que ellos. La despedida fue muy difícil para todos, sobre todo para él. Iba a extrañar a su casa, sus amigos, su escuela, pero estaba seguro de que algún día volvería.

El problema, es que ese día no había sido ni la semana siguiente, ni el mes siguiente, ni el año siguiente. Habían pasado cinco años cuando él volvió; luego del primer año perdió contacto con sus amigos. Incluso si en Busan había hecho algunos -aunque al principio procuró evitarlo-, de cierta forma, extrañaba a todos aquellos que había hecho en Seoul.

Pero estaba de vuelta, había vuelto y los volvería a ver. Estaría nuevamente en la casa donde se crió.

Cuando llegó, la noticia de que Ji Ho se había ido le sentó como si le hubieran lanzado un balde de agua fría. Muy en el fondo, rogó verlo, que él volviera, aunque se decía que en su nuevo hogar estaba mucho mejor. Tan pronto como su familia se acomodó, tanto él como sus padres y su hermana irían a ver a los Kim, luego de tanto tiempo sin verse –aunque, a diferencia de Nam Joon y su hermana, ellos se mantuvieron en contacto con los padres de Amy–.

Habían sido invitados a cenar en la casa de los Kim. Nam Joon sonrió al verla, incluso si la habían remodelado, seguía siendo la misma casa que el vio antes de partir. Se preguntó si Amy aún lo recordaba.

La puerta se abrió y dejó ver a una mujer bien vestida, aunque de forma informal. Con una amplia sonrisa, la mujer los dejó pasar y comenzaron a charlar. Luego de un rato, cortó la conversación.

–Amy está arriba, le diré a mi marido que la llame. Ustedes mientras siéntense, ya está lista la comida –sonrió la señora Kim. El corazón de Nam Joon se aceleró. Vería a su mejor amiga nuevamente, luego de tanto tiempo.

No pasó mucho tiempo desde que su marido bajó por donde había subido, con el ceño fruncido.

–Disculpen, Amy dice que no se siente bien –se disculpó.

«¿Qué?»

El chico tuvo que contenerse de preguntar aquello. ¿No lo había extrañado? ¿No quería verlo? Quizá estaba enfadada, pero no había sido su culpa.

Mientras el joven seguía cuestionando y pensando en razones por las cuales ella había decidido no ir con ellos -porque bien sabía que ella no estaba mal, había prestado mucha atención a lo que decía la señora Kim y de ello no dijo nada-, Amy se encontraba en su habitación, leyendo, sentada en su cama, contra la pared.

No pensaba bajar, no podía, no sentía fuerzas como para hacerlo. Tenía miedo, tantos años habían pasado, ya ni recordaba su voz y el hecho de verlo hablar y no poder volver a escucharlo la destrozaría.

Un año había pasado desde que había perdido la audición debido a un accidente por haberse metido donde no debía y ahora ya ni recordaba su propia voz. Al principio fue muy difícil para ella tanto como para sus padres. Debió estudiar lenguaje de señas, estudiar con un profesor particular. No podía salir afuera sin sentirse mal sabiendo que no podía escuchar nada. Extrañaba aquel ruido de autos del cual se quejaba, aquellos malditos pájaros que la despertaban en primavera, niños pequeños gritando mientras jugaban, incluso las voces de sus padres cuando la regañaban. Extrañaba oír, escuchar. Incluso había dejado de hablar, cosa que su médico dijo que era normal, pero no debía tomar costumbre.

No quería verlo si no podía escucharlo, no quería no poder comunicarse con él porque estaba más que segura que él no sabía nada de ella ni de cómo hablar por señas. No quería que Nam Joon sintiera lástima de su estado actual, no quería que la viera diferente.

Una pequeña luz se iluminó en la cabecera de su cama, indicándole que alguien había presionado el botón de la luz del otro lado de la puerta. Pensó que quizá era su madre, esperando para que abriera la puerta y así regañarla por no querer bajar y haberla cerrado con llave.

Desganada, dejó su libro y se levantó, con una expresión cansada abrió la puerta, pero esta cambió a una de sorpresa en cuestión de segundos.

Era él. Estaba más que segura que era él.

Nam Joon estaba parado del otro lado de la puerta, con una amplia sonrisa, vestido de la misma forma, con el mismo estilo que años atrás. Lo único que había cambiado era su altura que, de ser del mismo tamaño que ella, había llegado a sacarle poco más de media cabeza.

Amy abrió la boca repetidas veces, como si intentara decir algo, pero no podía. Nerviosa y apenada, observó a aquel chico frente a ella, buscando una forma de explicarle que no podía escucharlo, porque temía que él hablara y se sintiera ofendido al no recibir respuestas. Con su mano derecha señaló su oído y luego negó con su cabeza, rogando porque él entendiera a qué se refería.

Se percató de que él había tenido ambas manos detrás de su espalda cuando las puso frente suyo, teniendo un pequeño cuaderno en la mano izquierda y una birome en la derecha.

"Lo sé" escribió y se lo enseñó. Ella lo observaba, atentamente, procesando lo que sucedía. Él dio vuelta la hoja y del otro lado escribió, para enseñárselo nuevamente. "Lo sé y lamento no poder hablar contigo de otra forma que no sea esta" decía. Los labios de Amy temblaron y sus ojos se llenaron de lágrimas. Él temía por su reacción, pero cuando ella sonrió y formuló un "gracias" con sus labios, se sintió relajado. Se acercó a ella y la abrazó. Sentía como las lágrimas de Amy mojaban un poco su ropa, pero no le importaba.

Durante el abrazo fue consciente de cuanto la había extrañado y de lo mucho que se había perdido esos últimos años, también de lo difícil que debió haber sido para ella.

-Prometo no dejarte -murmuró, incluso sabiendo que ella no podría escucharlo. Era una promesa que sería ahora su secreto. Era una promesa que procuraría jamás quebrantar. Eran palabras que, para ella, serían palabras mudas.

Oneshot's {Bangtan Boys} (Hiatus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora