Conociéndolo.

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No tenía muy claro por qué mi cuerpo deseaba correr alocadamente de la silla en la que estaba sentada, no entendía si realmente era necesario tratar de controlar aquel deseo, así como tampoco entendía la necesidad de ver a través de aquella ventana, de sentir las miles de gotas sobre cada centímetro de mi piel; pero si comprendía el hecho de que mi cuerpo sintiera ciertos espasmos, ciertas corrientes y ciertos choques eléctricos que me traían a la sustantividad ,nuevamente comprendí que presenciaba un ataque de ansiedad, atrayéndome a la monótona realidad, atrayéndome nuevamente a aquel cuarto. Espabilando abrí lentamente mis ojos mientras me acostumbraba al bajo volumen de la penumbra, sentía la vaga necesidad de acercarme a la empotrada ventana que poseía una de las paredes agrietadas de mi cuarto, por inercia mi cuerpo empezó a moverse hacia la ventana, deteniéndose varios pasos delante de ella, buscando la respuesta de mi deseo por asomar mi cabeza y sentir el radiante sol que se presentaba ese verano, pero de repente, sentí que mi cuerpo se helaba y dejaba de poseer aquel tono rosa para transformarse a un tono tan blanco que precia fantasmal, sabía lo que aquella reacción significaba. Sabía que era hora de tener nuevamente el tan esperado encuentro con Adonis, sabía que mi cuerpo era como un reloj que avisaba con sus manecillas la hora indicada para ser visitada por aquel chico de tez blanca, tan blanca como la nieve, de ojos tan azulados y penetrantes que sentía como si estuviera hurgando en mi interior, de altura extremadamente exagerada a comparación de la mía, sabía que era hora de la visita matutina nocturna que me regalaba Adonis.



Tras el espejo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora