Capítulo 2

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Me desperté con un gemido. Sudaba, jadeaba, tenía el pulso acelerado.

Estaba sentado en mi cama, con el pijama humedecido por el sudor. Palpé mi pecho y me sentí muy aliviado al comprobar que llevaba ropa. Por fin había terminado aquel sueño horrible. La imagen de Claudia aún flotaba en mi mente, abrazada a...

El despertador deshizo el hilo de mis pensamientos, arrastrándome de nuevo a la realidad. Dejé que sonara un poco más y luego lo apagué.

La ducha no me libró de una angustia que parecía tener pegada a la piel. Hasta que no comí algo en el desayuno no empecé a sentirme un poco mejor.

—No tienes buena cara, hijo. ¿Has dormido bien? —me preguntó mi padre, sirviéndose un café.

—No demasiado —contesté—. A lo mejor debería quedarme en casa hoy, a ver si descanso mejor.

—Un intento patético de librarte del instituto. Como te oiga tu madre, verás.

Continué comiendo en silencio mientras mi padre leía el periódico, como todas las mañanas. Se sentaba vestido con un traje elegante, impecable, tomaba su café sin derramar una sola gota y absorbía toda la información económica del periódico, como si la bebiera de un trago.

A veces me preguntaba si era posible que mi padre no fuera realmente mi padre. Éramos tan diferentes. Yo vestía muy informal, más o menos dentro de la moda, pero tirando al lado rebelde. Me gustaban los pantalones rotos y desgastados, el pelo alborotado y los tatuajes, aunque aún no había reunido el valor suficiente para decirle a mi padre que estaba decidido a hacerme uno, un dragón muy chulo que siempre me había llamado la atención. Mi padre siempre llevaba traje, puede que el mismo, porque a mí me parecían todos iguales. Variaban un poco en el color, pero eso era todo. No recordaba haber visto nunca a mi padre con el nudo de la corbata mal hecho, o con una mancha, o con una arruga en la camisa. Siempre lucía un aspecto perfecto. Él era perfecto. Todo lo hacía bien

—Hoy puedo dejarte en el instituto —dijo pasando la página—. Me queda de camino.

—Prefiero ir en metro.

Se me escurrió el cuchillo con el que untaba la mantequilla en la tostada y me manché la manga de la camisa. Murmuré una maldición.

—Lo olvidaba. No quieres que te vean conmigo. —Mi padre cerró el periódico. Yo deslicé la mano debajo de la mesa y me limpié la camisa en el vaquero—. Ya eres todo un hombre para ir con tu padre al instituto, ¿no? ¡Dieciséis años!

—No es eso, papá. No quiero llegar al tuto en un Mercedes y con chófer. ¿No puedes entenderlo?

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⏰ Última actualización: Nov 11, 2015 ⏰

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