Prólogo

1.4K 23 1
                                    


* * * * *

SAL DE MIS SUEÑOS

* * * * *

No tenía ni idea de cómo había llegado al museo. Pero allí estaba, en una amplia

galería, rodeado de gente que iba y venía, inmóvil, desorientado, frente a un cuadro que

no me gustaba, y lo más desconcertante de todo, completamente desnudo.

Cubrí mis partes íntimas con ambas manos en un acto reflejo. Me encogí, miré en

todas direcciones, me sentí completamente abochornado. La gente pasaba a mi lado sin

prestarme la menor atención, pero eso no disminuía la terrible angustia que me

atormentaba. Retrocedí, sin separar las manos, hasta apoyar la espalda contra la pared.

Deseé despertarme con todas mis fuerzas. No era el primer sueño en el que me veía

desnudo entre un montón de desconocidos.

Alguien me señaló y se rio. Era un niño que daba tirones al brazo de un hombre,

que por fortuna estaba absorto contemplando un cuadro. Yo sabía que aquel hombre era

su padre. No los había visto nunca, ni al padre ni al hijo, pero los sueños funcionan así:

uno sabe cosas que no debería saber, se encuentra en lugares que no significan nada

para sí mismo y suceden acontecimientos que no se pueden explicar. Como por

ejemplo, que no sintiera frío en los pies a pesar de estar descalzo sobre el mármol.

—Aquí no... No seas pesado.

Conocía esa voz demasiado bien. Era una voz que escuchaba a diario en el

instituto, suave y melódica, femenina, de las que uno imagina siempre acompañada por

una sonrisa.

—¿Por qué no? ¿Te da vergüenza besarme en público?

Entonces los vi, a Claudia y a Eloy, juntos y abrazados. Estaban al otro extremo

del pasillo, en una esquina algo apartada. Los veía con claridad a pesar de los

numerosos visitantes que desfilaban y comentaban las obras de arte. Claudia estaba

radiante, con la melena castaña ondeando sobre los hombros, flotando, como si

estuviera debajo del agua. Sin duda otro de los efectos irreales del sueño. Eloy era

repugnante. En realidad, no se parecía físicamente al chulo que me martirizaba con sus

bromas en el instituto. Era mucho más gordo y deforme, babeaba, y tenía los brazos

desproporcionadamente grandes, como los de un gorila. Y sin embargo era él. Lo sabía.

Mi subconsciente había dotado a Eloy de esa forma tan grotesca, pero seguía siendo él.

Ella se resistía, retiraba la cara, jugaba. Él la aferraba entre sus brazos gigantes,

sacaba una lengua asquerosa y larga como una serpiente.

—Vamos, no seas tonta, solo un besito.

Ella rio, pero continuó con el forcejeo. Tonteaba. Yo sentí náuseas. Quería

apartarla de él, salvarla. Pero no podía ir hasta ellos desnudo como estaba. Todo el

mundo me vería y se burlaría de mí.

Sal de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora