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SAL DE MIS SUEÑOS
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No tenía ni idea de cómo había llegado al museo. Pero allí estaba, en una amplia
galería, rodeado de gente que iba y venía, inmóvil, desorientado, frente a un cuadro que
no me gustaba, y lo más desconcertante de todo, completamente desnudo.
Cubrí mis partes íntimas con ambas manos en un acto reflejo. Me encogí, miré en
todas direcciones, me sentí completamente abochornado. La gente pasaba a mi lado sin
prestarme la menor atención, pero eso no disminuía la terrible angustia que me
atormentaba. Retrocedí, sin separar las manos, hasta apoyar la espalda contra la pared.
Deseé despertarme con todas mis fuerzas. No era el primer sueño en el que me veía
desnudo entre un montón de desconocidos.
Alguien me señaló y se rio. Era un niño que daba tirones al brazo de un hombre,
que por fortuna estaba absorto contemplando un cuadro. Yo sabía que aquel hombre era
su padre. No los había visto nunca, ni al padre ni al hijo, pero los sueños funcionan así:
uno sabe cosas que no debería saber, se encuentra en lugares que no significan nada
para sí mismo y suceden acontecimientos que no se pueden explicar. Como por
ejemplo, que no sintiera frío en los pies a pesar de estar descalzo sobre el mármol.
—Aquí no... No seas pesado.
Conocía esa voz demasiado bien. Era una voz que escuchaba a diario en el
instituto, suave y melódica, femenina, de las que uno imagina siempre acompañada por
una sonrisa.
—¿Por qué no? ¿Te da vergüenza besarme en público?
Entonces los vi, a Claudia y a Eloy, juntos y abrazados. Estaban al otro extremo
del pasillo, en una esquina algo apartada. Los veía con claridad a pesar de los
numerosos visitantes que desfilaban y comentaban las obras de arte. Claudia estaba
radiante, con la melena castaña ondeando sobre los hombros, flotando, como si
estuviera debajo del agua. Sin duda otro de los efectos irreales del sueño. Eloy era
repugnante. En realidad, no se parecía físicamente al chulo que me martirizaba con sus
bromas en el instituto. Era mucho más gordo y deforme, babeaba, y tenía los brazos
desproporcionadamente grandes, como los de un gorila. Y sin embargo era él. Lo sabía.
Mi subconsciente había dotado a Eloy de esa forma tan grotesca, pero seguía siendo él.
Ella se resistía, retiraba la cara, jugaba. Él la aferraba entre sus brazos gigantes,
sacaba una lengua asquerosa y larga como una serpiente.
—Vamos, no seas tonta, solo un besito.
Ella rio, pero continuó con el forcejeo. Tonteaba. Yo sentí náuseas. Quería
apartarla de él, salvarla. Pero no podía ir hasta ellos desnudo como estaba. Todo el
mundo me vería y se burlaría de mí.
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Sal de mis sueños
Bilim KurguDebe de haber millones de chicos como yo. Me volvía loco una compañera del instituto, tenía mis diferencias con mi padre y, siendo sincero, los estudios no eran precisamente mi prioridad. Un escenario bastante típico para un adolescente. Sin embargo...