El Principio del Fin

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-De acuerdo Sr. Se...- el inspector de policía no pudo terminar aquel apellido cuando le interrumpí de manera inmediata para corregirle.

-Sr. Lobo.

-Bien, sí, como quiera... ¿es consciente, Sr. Lobo, de lo que nos acaba de contar?, ¿en serio cree que nos puede colar una historia así?, ¿piensa que somos idiotas? - no paraba de preguntar de manera incrédula - Jovencito..., más le vale tomarse esto en serio porque parece no darse cuenta de la posición en la que se encuentra. -Terminaba por decir mientras dejaba caer su pesada mirada sobre los informes que sujetaba en sus manos con vagancia.

-Si me hubiera traído una hoja de papel y un lápiz como le pedí cuando me sentó aquí, nos hubiéramos ahorrado un valioso tiempo -respondí así a todas las preguntas con una sola contestación seca.

El inspector, ante mis palabras, se inclinaba hacia delante dejando los papeles a un lado de la mesa, clavando sus ojos en mí, escudriñando cada facción de mi rostro como si quisiera asegurarse de que no estaba bromeando. Tras unos minutos, sin que ninguno de los dos desviara la mirada, sin mediar palabra, salió de la sala de interrogatorio cerrando la puerta tras su marcha. Pensativo estuve hasta que volvió, elaborando un plan para poder salir de allí y detener al que me puso en aquella situación de jaque. La puerta se abría de nuevo dejando entrar el molesto ruido del exterior, proveniente de las oficinas de la comisaría y el ajetreo de los policías. El inspector, Jason Julles, aparecía con unos folios, un bolígrafo y un vaso de café cuyo aroma impregnó toda la sala.

-Aquí tienes chico, ilumíname con tu poder - decía escéptico una vez acomodado en la silla y dejándome las cosas de manera despectiva.

-No es un poder, es una maldición - rectifiqué pasando mis dedos por la hoja blanca, tratándola con cuidado, valorando su existencia entre mis manos. A continuación deslizaba la tinta de la pluma sobre ella.

Solo escribí una frase, y antes de despegar la punta del bolígrafo de la carilla alcé la mirada a Jason.

-Disfrute de su café - dejé caer una pequeña sonrisa pícara para captar la atención del inspector, que daba un sorbo en ese momento.

-¿Mmm?

Justo cuando solté el bolígrafo y éste dejó de tener contacto con la hoja, el vaso reventó, sin más, dejando salir el líquido caliente que contenía, salpicando su cara y vertiéndose sobre su ropa, quemándose. Un grito quejoso dejó salir de su boca al momento y rápidamente se levantó sin entender qué había pasado, tirando la silla e intentando inútilmente limpiarse con las manos.

-¿Qué coño ha sido eso? - preguntaba mirándome con los ojos bien abiertos, buscando la respuesta en mí - ¿Qué clase de truco ha sido ese?, ¿cómo sabías que iba a pasar esto?, ¿lo has provocado tú?, ¿cómo has hecho eso?

-¿Truco?, ¿saber yo que iba a pasar? - respondía con otras preguntas dejando clara ahora mi incredulidad - y yo que estaba por tomarme en serio que era el único loco aquí -decía con una breve risotada.

Jason no tardó en responder ante aquella mofa abalanzándose sobre mí, cogiéndome con fuerza del pecho, por los pliegues de mi chaqueta de cuero, levantándome de mi asiento y empujándome contra la pared. Su respiración estaba agitada y su mirada desprendía ira, miedo e incomprensión, la misma que cualquiera pondría ante un suceso que no tiene explicación. El temor a lo desconocido es lo que provoca ese tipo de reacción, ¿no?. Era lógico que cualquiera, al igual que él, actuara así, teniendo en cuenta además mi historia, la misma que conté de manera resumida momentos anteriores. Justo cuando tomaba aire para hablar, la puerta se abrió de par en par provocando un fuerte sonido, acompañado por una elevada voz autoritaria.

-¡INSPECTOR!, ¡salga ahora mismo de aquí, a partir de este momento seré yo el que siga con el interrogatorio!

*****


Cansado, me encontraba sentado nuevamente, pero esta vez frente al hombre que echó a Julles. Éste era más joven, iba trajeado y poseía un porte que imponía respeto y confianza al mismo tiempo. Esto no me hizo bajar la guardia ni un solo segundo.

-Entonces... es verdad - dijo de manera repentina, una vez que había tomado mi folio y leído la frase, sonriendo-.

-¿El qué?

-Lo del poder que posee.

-Como le dije a su compañero, es una maldición.

-A lo que usted mal denomina como "maldición" yo lo veo como un don.

-Hombre, si quiere tener una vida de mierda y arruinar la de los demás que le rodean, entonces sí es un don.

-Pero gracias a él, por lo que ha contado y lo que se refleja en estos informes, ha salvado la vida de muchas personas, por no decir la de todas que han tenido la suerte de toparse con usted -sentenció en un instante-.

Ante aquello no supe qué responder.

-Si le parece, Sr. Lobo, repasaremos sus datos -proponía mientras agitaba levemente mi ficha en el aire.

-No tengo problema alguno con ello - respondí mientras echaba un rápido vistazo a mi reloj. Tenía tiempo-.

-Bien, veamos..., ¿tiene 21 años?

-Sí.

-¿Nació en la República de Crimea?

-Sí...

-Posteriormente a la edad de los diez años, tras el fallecimiento de sus padres, vino aquí a Polanne, Canadá, de la mano de su tío, ¿es correcto?

-Por tercera vez, sí.

-Y..., con esta ya terminamos, su estancia es en la residencia universitaria de Dómino's Residence, en la zona circundante a su universidad, ¿correcto?

-Sí.

Una vez terminadas las preguntas, se hizo el silencio tanto por su parte como por la mía. Se dispuso a leer todos los documentos y revisar todas las fotos que en la mesa estaban dispuestas con anterioridad, más otros nuevos archivos que sacaba de una carpeta marrón en la que claramente se veía un sello rojo con la palabra "Confidencial".

-Bien, teniendo en cuenta el repaso que le he dado a las notas y a la documentación que obran en mi poder, el haber escuchado su historia y el suceso que acabo de ver con la taza de café, le pido que la cuente otra vez, pero en esta ocasión, con todo lujo de detalles, no se deje nada. Tenemos todo el tiempo del mundo - explicó recolocándose sobre el asiento y encendiéndose un cigarro, al mismo tiempo que me ofrecía otro a mí, el cual acepté sin dudarlo.

Una vez me lo encendí, le di una profunda calada, retuve el humo en mis pulmones y cuando realmente noté que estaba preparado para hablar, lo exhalé lentamente.

-Tiempo es lo que probablemente nos falte...



El Secreto de LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora