La estatua de la diosa Shamtara se encontraba en el centro de un templo de planta circular. La diosa había sido esculpida en un mármol blanco, reluciente, no con pose hierática y dura como solían representarse los demás dioses del reino. Sus ojos totalmente blancos y místicos transmitían acogida, pero a la vez, una profunda tristeza. Su apariencia, de una joven de unos quince años, aparentaba fragilidad. Precisamente por eso, era tan peligrosa.
Shamtara era la diosa de la juventud, gracias al agua que ella recogía, los demás dioses eran jóvenes eternamente. Pero también era la diosa de la inocencia, por lo que al carecer de prejuicios, no eran pocos los mitos en los que Shamtara le había otorgado su agua santa a los demonios. Por ello la diosa era extremadamente protegida por dioses guerreros y reconocidos héroes.
En el mundo mortal, el clero de Shamtara estaba formado por jóvenes afectados de una cualidad especial: estaban aquejados de una extraña enfermedad llamada "de la sangre plateada", que ni siquiera poseía síntomas de gravedad. Los afectados solían tener la piel muy pálida, y las venas que se transparentaban en su translúcida piel reflejaban la luz del sol, como si de verdad fuese plata líquida. Aparte de estos síntomas, la enfermedad tenía en común que todos sus afectados no vivían más de veinte años. Simplemente un día no despertaban de su sueño. Esto fue interpretado por la población como los elegidos de Shamtara, a los cuales la diosa prefería dar muerte antes de que se corrompieran volviéndose ancianos. En cuanto nacía un niño pálido y con sangre plateada, era incorporado a la congregación en menos de unos meses.
Al igual que su diosa, los jóvenes sacerdotes estaban aislados. Pocos podían acercarse a ellos: tan sólo niños y adolescentes, elegidos por su belleza e inocencia, pues de otra manera, los sacerdotes de la diosa perderían la inocencia al enfrentarse a la vejez o la enfermedad. Estos niños llevaban a los jóvenes sacerdotes ofrendas, en su mayoría comida y ropa, y a cambio, los sacerdotes les entregaban el agua santa que manaba de debajo del podio donde estaba colocada la estatua de la diosa. Esta agua gozaba de gran fama entre el pueblo llano, pues se decía que tenía propiedades curativas. Sólo los jóvenes podrían transportarla, pues de otra manera, el agua perdería sus cualidades milagrosas.
Maentu tenía ya unos quince años, por lo que era de los sacerdotes más mayores del santuario. Como todos los días, junto a sus jóvenes compañeros, recogió el agua de las fuentes de la diosa, y salió al exterior del templo, rodeado de un bosque. Fuera, ya había un grupo de muchachos jóvenes que traían comida y otras donaciones, para a cambio llevarse el agua bendita de la diosa.
Maentu se acercó a un niño pequeño, de no más de siete años. El niño tenía el pelo rubio y ojos llorosos, que trataba de disimularse con el pelo. Llevaba una cesta con huevos y un pequeño odre donde llevar el agua. Se sorprendió. En el santuario de la diosa nunca lloraba nadie, y aunque sabía lo que era llorar nunca entendía qué podía pasarle a la gente para provocar ese horrible sentimiento. Se ofreció a ayudarle, y entonces el niño le agarró de la mano.
—Ven. —le dijo triste— Necesito tu ayuda.
El niño guió a Maentu por el bosque, esquivando ramas y raíces. Maentu estaba dispuesto a ayudarle, pero a la vez, sintió preocupado que se alejaba demasiado del santuario. Jamás se había alejado tanto.
Cuando fue a advertirle al niño que no podía avanzar más, algo se lanzó contra él, y de derribó al suelo. El cántaro transparente se rompió contra el suelo, desperdiciando el agua santa de la diosa. Maentu nunca había sentido ese dolor tan fuerte. Su cuerpo se quedó paralizado. Aturdido, notó como alguien manejaba su cuerpo como si fuera un muñeco y lo metía en un saco.
Sabía que alguien se lo estaba llevando. ¿Por qué? Notó un vacío en el estómago y después, tristeza. Ya había sentido tristeza antes, pero ahora, asustado, agazapado, y con los músculos temblando por el dolor. Eran demasiadas sensaciones que no había sentido antes, el dolor, o incluso las rozaduras que la tela dura del saco le provocaba en la piel. Se desmayó.

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La Caza del Unicornio
FantasyRelato que quedó en cuarta posición en el concurso de Fantasía, Terror y Ciencia Ficción de la Universidad Complutense de Madrid en 2015. Estoy orgullosa de él porque fue el primero con el que gané algo :3