Lo recuerdas todo, tirado en el suelo entre cristales rotos. Lo recuerdas todo, todo sobre el último día que la viste.
Te preguntabas que había pasado, la razón por la que veías aquellos ojos tan vacíos y sin vida. De inmediato supiste la respuesta, y te lamentabas por ello. Todo era tu culpa. Los remordimientos se apoderaban de tu cuerpo poco a poco mientras que tu alma se llenaba de angustia y desesperación, tu mente sentía la impotencia que te causaba saber que no podías curar a aquel corazón roto, destrozado por tus actos y palabras. Contemplabas a la otra persona que había en la habitación y recordaste que para ti ella fue un ángel, un ser que solía emanar pureza y luz pero que tú manchaste con tu veneno y teñiste de negro, corrompiendo su conciencia y transformándola en un juguete roto, sin valor alguno.
Intentabas hablar pero tu garganta estaba seca y eras conocedor del daño que tus palabras causaban, a la vez que fundían tu alrededor con la oscuridad de la que eras propietario y con la que vivirías el resto de tu vida, siendo tu compañera fiel en momentos de soledad. Querías alargar los brazos, estrechar ese menudo cuerpo entre ellos y sentir la calidez que este guardaba en su tersa piel, pero te volvías a repetir que no podías, que no lo intentases, pues acabarías borrando cualquier posibilidad de volver a ver aquella sonrisa brillante como el sol, y que por tu estupidez había desaparecido, ocultándose en la espesa nube de agonía que se formó entorno a ella debido a tus acciones.
Esas pupilas que en el pasado siempre comparabas con las más preciosas de las joyas eran solo restos de lo que alguna vez fueron. Aquel iris verde que los caracterizaba a cada uno perdió su luz y mostraba un vacío profundo que te recordaba lo miserable que eras, y como convertiste un corazón limpio en el más oscuro y triste de los lugares. Nadie había visto llorar a aquellos luceros color esmeralda hasta que tú apareciste, se podría decir que estos habían estado esperando tu llegada para empezar a derramar lágrimas en el momento que fuese, y demostrar hasta que punto de tenebroso se puede tornar un ser que parecía caído del cielo y que irradiaba felicidad en cada paso que daba.
Además de apagada notaste su mirada roja y con ojeras, signos que mostraban los desvelos que vivía por culpa de tus viles acciones, manchadas de destrucción como todo lo que se acercaba a ti. No lo soportabas, sentías que tenías que hacer algo pero daría igual lo que hicieses, seguiría pareciendo un acto de simple compasión, y eso ella no lo aceptaría, sentiría que te estás burlando de su situación, algo que llegaste a hacer una vez sin importarte el daño que le provocaste.
Fuiste un imbécil, un ser ruin que vivía fingiendo ignorar el dolor que le causabas, un ser que no sabía hablar sin destrozarla, alguien que no se daba cuenta de que había un ángel muriéndose y que intentaba romper con los recuerdos que os unían, pero que al más mínimo intentó aquel ser angelical sentía su mundo incompleto, y por esa razón no podía dejarte, no podía marcharse.Miles de pensamiento cruzaban tu mente, pero había uno que te estaba llamando la atención, la última vez que viste una sonrisa sincera en su rostro, cuando le regalaste una de tus rosas y ella como siempre la aceptó.
Rosas, hermosas flores con las que conseguiste robarle el corazón, sin saber en aquel momento como lo acabarías aplastando. Siempre escogías las rojas pues pensabas, al igual que muchos, que el rojo era el color del amor, de la pasión, y así te acabaste llevando trozos de su alma con cada flor, dejándola vacía al final. El rojo es el color de la manzana también, por lo que de cierta forma lograste que una persona hecha de luz celestial cayera en las redes de la tentación, y una vez allí terminaste de apartarla del paraíso para llevarla a las profundidad del infierno.Recordabas que estar con ella era como tocar el cielo, la sensación más dulce que experimentaste en tu vida, la habías querido para ti desde el principio y estaba a tu lado, pero el diablo no pueda permanecer junto a un ángel. Tu amor por ella era tapado por su luz y al tiempo te diste cuando de que era demasiado para ti, para tu oscuro corazón. Pensabas en dejarla ir pero tu oscuridad y deseo de poseer eran más grandes que lo que sentías hacia tu ángel y seguiste a su lado sin darte cuenta de tu error. Tu mente retorcida actuó por su cuenta y al cabo del tiempo ya la tenías destrozada en mil pedazos. Tu voz se volvió dura y cruel y empezaste a ignorarla, como si su ser no existiese para ti. En realidad no eras dueño absoluto de tu cuerpo, tu maldad te controlaba y a decir verdad te dejaste controlar. Estabas tan acostumbrado a sentir ese mundo perverso que no te diste cuenta a quién dirigiste tus ataques. Al final acabaste marchándote un día sin saber sí ibas a volver o no, pero no te importaba, estabas ciego, tanto que ya ni sabías en lo que la habías convertido, en que ser la habías transformado.
Un día se partió tal muñeca de porcelana, tu locura obtuvo su ansiado premio, quebró a alguien que alcanzaba la más brillante luz sumergiéndola en las profundidades de lo perverso. Estabas lejos, no alcanzaste a ver como había terminado de auto-destruirse, de romperse en pedazos, de perder sus emociones, su fortaleza, su vida prácticamente.
Cuando regresaste la encontraste distinta, parecía un trapo sucio y viejo que nadie quería utilizar. Había perdido esa belleza llena de inocencia que te atrapó, y se convirtió en una muñeca que ya no servía para nada, que ya no alcanzaba a abrir sus alas.
Ese día cuando te diste cuenta de lo que provocaste, ella se marchó. Ella volvió al cielo, pero tú no le devolviste lo que le robaste.
Tu culpa te mata por dentro, ahora eres tú quien no soporta el dolor, pero lo tienes merecido por lo que hiciste. Lo único que te sostiene en tu propia perdición, tu maldad y la bebida, buenas compañeras en momentos así.
Eres despreciable, mutilaste un cuerpo puro, destruiste una mente libre de malos pensamientos y todo porque necesitas sentir la desesperación de otros para vivir. Pero esta vez no existe esa sensación dulce después de alcanzar tu objetivo, no, esta vez hay dolor y arrepentimiento. Sufres por lo que has hecho y ya no hay vuelta atrás.
Todas las rosas que le regalaste están marchitas al igual que ella, y todo por tu actos.
Estás vacío, roto, no tienes corazón. Estas son las verdaderas razones de todo.
Lo necesitabas y lo conseguiste, la convertiste en lo que tu eres.
Un ser sin corazón.