Estoy a punto de despegar y estoy nerviosa. Es una sensación extraña, como miedo mezclado con un tipo de espíritu aventurero. La verdad es que a ti también te pasaría, si de un día para otro te dijeran que vas a viajar a mundos futuros, ¿No crees? Es la misma sensación que cuando estas a punto de subirte a una gran montaña rusa, la más larga que te hayas subido en tu vida. Pero en ese momento yo estaba pensando en otro tipo de cosas que no eran lo que piensas cuando te subes a una montaña rusa. Yo pensaba: ¿Qué habrá ocurrido en ese futuro? ¿Habrá planeta Tierra? ¿Habrá ocurrido lo que predijeron los mayas? ¿Habrá vida alienígena en la Tierra? Ese tipo de preguntas era las que me hacía yo en ese mismo instante, y las que serian respondidas en unos minutos, o años luz, no entiendo muy bien cómo funciona la máquina del tiempo con alto nivel de seguridad y perfectamente diseñada, como decía el profesor William. Sinceramente, me consideraba un conejito de indias, ya que era la primera vez en la historia que se había diseñado esa cosa. ¿Y porqué soy yo ese supuesto conejito de indias? Porque yo soy la hija del profesor. Y no se supone que en el mundo hay padres que son súper protectores y no dejarían que su hija se montara en ese trasto que no se sabe que va a ocurrir y que todo puede cambiar en un instante y bla bla bla. Mi padre no es ese tipo de estereotipo perfecto de padre y para él no soy su hija, soy su mano izquierda en su trabajo. Él es inventor. Y sin dudas somos padre e hija porque a los dos se nos dan genial las ciencias.
El caso es que quedaba nada más que tres minutos para entrar en esa máquina que me transportaría al futuro. Y a pesar de todo me seguía sonando todo muy extraño. Los compañeros de mi padre ya me estaban colocando todo lo que necesitaba para poder entrar en la máquina y dándome instrucciones de lo que debía hacer en el futuro mientras otros estaban preparando el trasto transportador. Esa cosa era muy simple, como una especie de caja bastante grande de metal con un par de sillas dentro. Y cables, muchos cables.
Una vez entré en la gigante caja de metal, la sensación de miedo se empezaba a mezclar con nerviosismo y terror. Temblando como loca me até todos los cinturones de seguridad que había y me puse esas gafas extrañas que me dijeron que era de vital importancia que me las pusiera.
Y todo salió bien. Pulsé los botones que debía pulsar y estaba lista para salir. Tres dos uno... y aparecí en un espacio. Platillos volantes, planetas, asteroides y estrellas veía a mí alrededor. Y de golpe y porrazo aparecí en una ciudad distinta a las que solía ver yo en el año 2020.
Y así es como yo, Sarah Bennett Johnson, viajé al futuro.