PRÓLOGO

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Su intenso perfume inundó la estancia; así supe que había llegado. Inspiré profundamente y abandoné la cama que presenció una y otra vez nuestros apasionados encuentros y fui a recibirla.

Aunque la penumbra del lugar me impedía verla completamente, observé desde el extremo opuesto de la habitación como una sonrisa se dibujaba en su rostro.

- Chérie, tu m'as manqué -Murmuré y me acerqué despacio, para rozar suavemente sus labios entreabiertos y esperar a escuchar su voz.

- Hola, Jean Paul... - Respondió en un susurro.

Escuchar mi nombre entre sus labios era lo único que necesitaba para unir nuestros labios con decisión y entre besos y mordiscos saborear el anhelo en ellos. Cerré los ojos y disfruté como sus delicadas manos se aferraron a mis brazos mientras la desvestía sin vacilar. Con delicadeza le quité el pañuelo que cubría su cabeza agradecido por ser el único hombre al que le permitía verla en toda su gloria. Oí como un jadeo se escapó de su boca cuando nuestras caderas se rozaron y, lejos de satisfacer nuestras ansias, nos abandonamos al desenfreno.

- Je t'adore... - Susurré mientras mis labios recorrían la curva de su cuello. Ella respondió presionando aún más su cuerpo contra el mío.

Su piel se tensaba y estremecía bajo mi toque mientras sus manos recorrían mi torso con viveza. Nos tambaleamos a ciegas por la estancia hasta que nuestras piernas tocaron la cama, entonces nos dejamos caer dispuestos a terminar la tarea empezada.

Después de haber satisfecho nuestras ansias por el otro observamos en silencio la palpable fuerza de atracción que nos rodeaba. Sofía aún intentaba acompasar su respiración cuando apoyó su espalda en mi pecho. Su cabeza quedó bajo mi barbilla así que le besé la coronilla, le pregunté por su día y entre caricias y sonrisas terminamos sumidos en una cautivadora conversación.

Me percaté de que cuando hablaba de algo que la apasionaba siempre me miraba con intensidad. Una ardiente intensidad capaz de abrasar a cualquiera. Me perdía en ella, pero de un modo u otro, casi se sentía como si me encontrara.

- Es importante sacarlo porque las palabras son tóxicas, chérie... Lo peor es que todo lo que no te atrevas a decir en su momento te perseguirá para siempre -murmuré con la voz aún ronca.

- Pero si decirlo te puede condenar para siempre, ¿de qué serviría, entonces?

- Quizás la condena es para bien, ¿no crees?

Su ceño fruncido se pronunció aún más y cuando sus ojos conectaron con los míos miles de dudas se asomaron. Parecía querer decir algo, pero cuando estuvo a punto de hablar vaciló.

- Sofía, solo piensa que si no hubieses sufrido como lo has hecho no habría profundidad en ti como persona; tampoco humildad ni compasión.

Sospesó tensa mis palabras y cuando por fin estuvo satisfecha suspiró y volvió a recostarse sobre mi torso. Ninguno de los dos volvió a pronunciar palabra así que terminamos yaciendo bajo la tenue luz de la luna a las dos de la madrugada cada uno sumido en sus pensamientos.

- Barcelona, 2012

A TRAVÉS DE UN PAÑUELO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora