Capitulo 1

235 22 4
                                    

Como todos los demás días de mi vacía existencia en el mundo real, me había levantado temprano para hacer mis labores de hogar en el orfanato, irónico. Hacia mi cama, y entre todos barríamos y limpiábamos el polvo de lo que yo llamaba "la bodega" aunque todos preferían llamarlo dormitorio.

Luego de hacer aseo, teníamos permiso para ducharnos, lo cual me saltaba, eso no significaba que no me bañase, si no que luego de ser abusado se teme a la desnudez de los demás. Prefería acostarme en mi cama y esperar a que todos llegasen para ir a tomar mi ducha.

Tampoco me vestía en mi dormitorio, llevaba la ropa hasta las duchas y luego de estar limpio lo hacía allí.

Como ven, era muy apartado de los demás chicos, me cuidaba, eso era todo.

De mis padres ya no sabia nada y tampoco me interesaba saber, a lo mejor ya viven mejor y tienen una gran casa con sus nuevas parejas. Mientras tanto yo gastaba mi juventud en un orfanato de mierda.

—Ya pueden pasar a desayunar —decía la monja luego de que todos tomáramos una ducha.

—Muchas gracias señorita —agradecían todos.

La comida era casi como la de una carcel, o eso suponía no había estado en una, pero no era nada agradable, aunque con el estómago vacío y tu cuerpo necesitando nutrientes para desarrollarse cualquier basura se podía tragar.

—Muchas gracias.

Decían todos al unísono. Si, decían, yo me quedaba callado ¿Desagradecido? Quizás si, pero con nada de la vida "real" me sentía agradecido.

—Ya pueden ir a recoger sus cuaderno y libros y pasar por sus salones para las clases.

Quizás era lo único que disfrutaba de este lugar, estudiar era una salida real de aquí, debía aprender para poder sobrevivir a la vida real al cumplir los dieciocho años. Pensar en una universidad era cosa de sueños, pero no perdía nada intentándolo.

—Fin de las clases —decía la moja encargada de cada salón en la última hora de clase—. Ahora pueden descansar.

«Si» celebraba para mí mismo. Las clases terminaban a las cuatro de la tarde, siempre salía a la azotea del orfanato y observaba el atardecer. Por ese instante me sentía aliviado, tranquilo y porque no, feliz.

Pero la noche se aproximaba y con ella la "hora de cenar" no es lo que se puede imaginar.

—Joven Nicolás, el padre...

—Si ya se, no necesitas decirme —interrumpía a la monja que siempre traía el mensaje.

Preparándome mentalmente para lo que me esperaba caminaba por el largo pasillo que me llevaba hasta los dormitorios de los sacerdotes que vivían en el orfanato.

"Tercera puerta del lado izquierdo" eran palabras que no se habían borrado de mi mente. Al llegar a la puerta indicada golpeaba suave.

—Sigue Nicolás.

Con la cabeza inclinada entraba a la habitación. No necesitaba detallarla a profundidad, si vas al infierno no desearías describirlo ni recordarlo.

—Hola hijo mío, ven aquí, siéntate junto a mí.

Caminaba hasta la cama y me sentaba manteniendo la cabeza inclinada para evitar contacto visual y mis manos sobre mis muslos. Si buscaban una imagen más clara de sumisión, pues podían verme ahora mismo, rindiéndome a mi amo.

La chica de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora