Oscuridad, silencio, sollozos sordos y uno que otro lamento. Los observé, paciente, fijando mi vista en lo que aún con la poca e insignificante luz, eran las costillas de alguien que moriría pronto. Me acerqué, lento. Un montón de olores desagradables recorrieron mi sentido del olfato, pero eso no era lo importante.
-No los mires; no es momento de arrepentirse, se lo merecen-.
Mi superior, un comandante sádico y desquiciado que pensaba que todos los judíos eran iguales, me daba la orden de encender el fuego; le parecía que ésta era la mejor forma de torturar a los infieles para ser, luego, mandados a la otra vida.
- Enciéndelo, rápido, sus expresiones me molestan-.
Iba a hacerlo, incluso había preparado el mechero; pero, luego de ver tan dulce pero triste rostro perteneciente a un niño de no más de seis años, me retracté.
- No puedo hacerlo, comandante-.
Sabía que me estaba jugando la vida por unas cuantas palabras, pero simplemente no podía hacerlo.
- Como yo sé que has sido un buen prefecto, ignoraré tu comentario. Ahora hazlo, antes de que lo haga yo.
Recorrí el lugar con la mirada, vacilando entre mi vida o la de muchas personas. Se podían ver las cenizas de las personas de anteayer, aún estaba presente ese olor tan insoportable a carne quemada. Al parecer, yo era el único que se fijaba en la gravedad de la situación: personas implorándole a su Dios por sus faltas, niños llorando y suplicando por sus vidas, ancianos llenos de golpes y moretones alrededor de sus cuerpos. Simplemente no podía, no sería tan desquiciado como mi superior, aunque eso me costase la vida.
- No lo haré, mi comandante-.
Y como si se tratase de un juego de vida o muerte en el que yo había perdido, sacudió su cabeza en gesto negativo, decepcionado por mi decisión.
- Ya veo, qué pena. Tenía esperanzas en ti-.
Mencionó esta frase para, acto seguido, tomar su pistola y darme directo al estómago, pero no sin antes posar mis ojos en los de un pequeño que me miraba con un brillo en los ojos, dándome las gracias por semejante acto heroico, aunque no duró mucho: el mismo comandante tomó el mechero con desgano y lo lanzó a la gran pila de personas que gritaban sin más, y a nadie le importó, porque mi muerte no significó nada. Nadie le tomó sentido a mi acto. Cerré los ojos, teniendo como último recuerdo los esperanzados ojos del pequeño que en unas horas no sería más que cenizas y mal olor, y me sumí en un sueño profundo del que no sería capaz de despertar.
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Historias variadas, Finales de cuento.
CasualeNovela en la que cada capítulo es una historia diferente. Diversas historias con finales estremecedores, otros con dilemas e interrogantes. Espero les guste. Todos los derechos reservados a los cuadernos en donde ocurre la magia de la escritura.