Invocando la poderosa magia de nuestros ancestros, hoy, noche de Samaín, nos tele-transportaremos al otro lado del océano, a un tiempo y a un lugar diferentes, a unos 5.000 km de distancia y a una década ya pasada...
................................................................
Cruzamos la calle tras salir del hotel por Lexington Ave. El vapor procedente de las entrañas de la ciudad, teñía de blanco el ambiente en penumbra. A nuestra izquierda se alzaba el Chrysler Building, una ligera neblina lo envolvía, dándole una imagen algo aterradora, muy apropiada para la noche de Halloween. Tuve ganas de dar media vuelta para coger mi Canon EOS en el hotel, no lo hice y supe que siempre lo lamentaría pero, llegábamos tarde para recoger a nuestros amigos en el Hotel Grand Hyatt.— Era el establecimiento hotelero más hortera, más monstruosamente grande y feo que había visto en mi vida, se asemejaba a un gran centro comercial de terrorífico mal gusto.
Una vez reunido todo el grupo, nos dirigimos a la estación Grand Central, que estaba allí al lado.— Su monumentalidad borró de un plumazo la fealdad del edificio anterior, aquello era otro mundo —. Tras rebasar el famoso Oyster Bar, donde puedes degustar las mejores ostras de la ciudad, según dicen — aunque seguro que no tanto como las gallegas — nos dirigimos a las vías del metro. Nuestro destino era Greenwich Village — o el Village, como aquí lo llaman —. Con un listado de locales recomendados en el bolsillo, pusimos rumbo a la diversión... aquello prometía.
Unas vallas de madera — del tipo mamotreto — estaban ya colocadas, y el despliegue policial era impresionante. Grupos de unos cuarenta policías ocupaban cada una de las cuatro esquinas de cada cruce — la verdad es que acojonaba un poco, sabiendo cómo se las gasta la policía americana...
Primera parada: Jeckill & Hyde Club. Como cabía esperar, la decoración era terrorífica. Esqueletos, calaveras, telarañas, arañas, fantasmas, monstruos de todo tipo, un individuo que salía de un cofre y se incorporaba en medio de un rechinar horripilante, o sea, un ambiente de lo más apropiado para la fecha, por supuesto. Los nombres de los platos también iban en consonancia, imposible saber de qué se componían. Preguntamos al camarero. Casi todos nos decantamos por las costillas como plato principal. Me encantaron, pero nunca olvidaré lo picantes que estaban — en general la comida de NY me resultaba fortísima al paladar, acostumbrada como estaba a la poco especiada cocina gallega.
A nuestro alrededor, todo el mundo iba disfrazado de algo terrorífico incluyendo, por supuesto, a los camareros.
— ¡Mierda! — dijo uno de mis amigos — debimos de haber conseguido al menos unas caretas.
— Ahora eso ya no tiene remedio — le contesté.
— Pero hubiera estado guai...
— Tal vez en el Drugstore de la esquina... — propuso otro de ellos.
— ¡Centrémonos! Ahora estamos aquí cenando... — Y de esta manera, y a regañadientes, lo dejamos para una mejor ocasión, aun sabiendo que nunca la habría.
La música estaba escogida para la celebración, no faltaron Thriller de Michael Jackson ni Lullaby de The Cure, así como gritos fantasmagóricos y terroríficos de vez en cuando. Poco a poco el ambiente se iba caldeando, forzado también por las bebidas espirituosas americanas, amargas, servidas con manguera y con una graduación monstruosa — por eso, según mi teoría, sólo las toman en chupitos — y, también, por la mezcla de licores de distinta procedencia.
Salimos a la calle contentillos — y, menos mal, porque pelaba de frio — dispuestos a contemplar la Village Halloween Parade. Colocados tras las robustas vallas neoyorquinas, pudimos ver esqueletos de todos los tamaños, ojos, muchos ojos, varios Michaels, zombis, vampiros, Frankensteins, y demás criaturas fantásticas — todo muy apropiado para el momento — pero el punto discordante lo marcaban todos aquellos cuyos disfraces rayaban la obscenidad más absoluta y que parecían estar fuera de lugar por temática y por nivel de felicidad, aunque eran los más divertidos — el mismo desfase que en nuestros carnavales, sin duda no hay fronteras para la diversión y en todas partes se cuecen habas.
Continuamos la fiesta de bar en bar, siguiendo religiosamente la lista que teníamos — quien la había hecho, sabía muuuucho —. Los garitos eran de lo más variopinto, desde los que tenían solera con música en vivo, hasta otros que parecían haber sido montados el día anterior para dar una fiesta universitaria. En uno de estos últimos estábamos cuando pedí unas caipirinhas frozen, en vez de traditional, que a mis amigos no les gustaron nada — demasiado suaves — a mí me pasaba lo contrario, todas las bebidas me resultaban excesivamente fuertes y secas. Intenté pedir un Martini on the rocks pero no hubo manera, me sirvieron uno más bien out the rocks, me pusieron tan solo el licor caliente servido en una copa de cóctel — asqueroso, tuve que rendirme el resto de la noche a las bebidas estilo americano —. Dejando aparte estas minucias, la noche transcurrió divertida y aterradoooora, pero en el buen sentido.
Cuando la fiesta estaba llegando a su fin, comenzó a llover — un final digno de la Ley de Murphy — entonces, la locura se transformó en cómo conseguir un taxi en medio de la lluvia y de un tumulto infernal. Echamos a andar calle arriba — resignados a volver a pie caminando unas veinticuatro manzanas tamaño NY — cuando uno de mis amigos gritó.
— ¡Eh, venid, he pillado uno! — nos giramos para ver si era posible tal proeza.
— ¡Tío, eres grande! — grité al tiempo que chocaba mi mano con la suya.
Nos introdujimos en el vehículo, sin poder creer la suerte que habíamos tenido y yo, pronuncié la dirección con mi genuino acento americano — adquirido sólo unos dos días antes —. El coche no corría, volaba y, nosotros, acurrucados en el asiento trasero, nos sentíamos ya como unos verdaderos neoyorquinos.
Lo habíamos pasado bien no, très bien!
Très, très, très bien!
Molto, molto, molto bene!
Muito, muito, muito bem!
Oh yeah! We just had a very, very, very goooood tiiiiiime!!!
Eso, que muy requetebién... ¡Repetiría ahora mismo en cualquier idioma!
ESTÁS LEYENDO
Todos mis BRIGHT PLACES
Non-FictionComo alma atormentada, hace poco he tenido la necesidad de recordar todos aquellos lugares que, a lo largo de mi vida, me han hecho feliz de alguna manera...mis "bright places". Son relatos de las sensaciones vividas en esos rincones, que guardo en...