El sol aún no salía mientras la voz carente de emociones relataba los trágicos sucesos en la madrugada de ese lunes: "....el cuerpo se encontró en las afueras del almacén entre la avenida 40 y la calle Brasil. Se presume que el asesinato fue cometido a raíz de un conflicto entre pandillas del barrio. La víctima era un adolescente de 19 años, de contextura media, clase baja, adicto..."
Adicto.
Adicto.
La palabra salió de sus labios con renuencia, como si atajándola borraría esa mancha de la pobre alma que cayó en el hoyo equivocado.
Mientras la pequeña radio transmitía los siguientes acontecimientos que se desarrollaron durante la noche. Una pareja bastante curiosa estaba ajetreada en la cocina de una casucha en las orillas del Río Paraguay, medio escondida entre unos árboles, precaria y a la vista ligera, abandonada. Un foco era toda la iluminación que proveía a la estancia, alumbrando una mesa llena de instrumentos extraños y armas variadas, más de una manchada con óxido y sangre.
Una silueta esbelta con melena negra y solamente vestida con una camisa blanca y botas militares se movía sin cesar abriendo y cerrando gavetas, moviendo cuchillos, enfundando navajas, cargando las pistolas, moviéndose rápidamente por el pequeño espacio, lanzando miradas desaprobatorias al joven de cabello rubio recostado tranquilamente en una silla con una taza de café en la mano y la mirada perdida en las aguas del río.
- ¿Pensás ayudarme o vas a esperar a que las olas resuelvan nuestros problemas?
Resopló la joven apoyándose en la mesa queriendo llamar la atención del muchacho, quién apenas movió la cabeza. El rumor de la radio cada vez más opacada por los grillos, volvió al tema de homicidio del joven: "... el joven del cual antes le comentábamos ha sido identificado y rogamos a sus familiares presentarse en la comisaría central de Asunción. El nombre de la víctima era..."
- RAÚL.
Sobresaltado, Raúl Cabrera giró su cuerpo bruscamente perdiendo el equilibrio de su silla y casi cayendo de no ser por sus hábiles reflejos. Ni siquiera derramó una gota de café.
- Silvia - la regañó- no vuelvas a hacer eso. Pueden estar cerca.
- ¿Y quién es el que está soñando con dioses y panteras mientras que yo trato de hacer algo que valga la pena? Vos sos quién no me hace caso. -Frunció el entrecejo, y dejando notar cierta irritación en su voz.- No te vayas, ahora no por favor, Raúl. No voy a poder sola con este caso.
Raúl dejó el mal gesto de lado y se aproximó a ella. Él no controloba esos ataques, y eso lo ponía aún más incómodo con respecto a ellos.
- No me voy a ir. Al menos trataré - dijo torciendo el rostro- Sabes que yo no lo controlo.
- Patrañas.
Silvia se levantó, limpió las lágrimas inexistentes y se frotó los ojos, reprimiendo un bostezo. Se giró y vio a su compañero, lanzó un suspiro de resignación y se dirigió a la pequeña habitación de al lado, no había caso en discutir con Raúl era simplemente... impredecible.
***
Una vez que Silvia al fin se fue a dormir, Raúl tiró su café, terminó de guardar las armas y ocultar cualquier tipo de evidencia. Sacó un maletín de detrás de un armario, del cual Silvia no tenía conocimiento alguno. Cerró cada ventana y tapó cada agujero de la vivienda, verificó a Silvia y luego se sentó en la mesa a navegar en el portátil dentro del maletín.
No podía dejar rastro alguno, no podía haber sospechas. Y por sobre todo; Silvia no podía enterarse. Le rompería el corazón a ella y luego ella le rompería la cara a él. Era como su hermana.
La presión que sentía lo estaba poniendo de los nervios. Por más que buscaba, revisaba y encubría, aún quedaban huecos, había sido muy descuidado. Sus vidas estaban en peligro y por su culpa, lo peor de todo es que no le podía decir nada de esto a su amiga, uno, no le creería, dos, de creerle lo golpearía tan fuerte por haberse metido en algo tan estúpido, y fuera de este mundo.
El trabajo de esta mañana lo avergonzaba, fué un fiasco en grandes letras, empezando por la parte que el cometido no pudo realizarse debido a que se apagó en pleno interrogatorio dejando a Silvia por su cuenta, era un simple encargo de recopilación de datos como diría ella, iban de encubierto en uno de los grupos de contrabando que constantemente ingresaban armas a la nación para grupos rebeldes localizados en el Norte del país. Un cliente suyo posicionado en el Gobierno los contactó pidiendo un encargo diferente, normalmente se dedicaban a la eliminicación de... obstáculos, su moral no era exactamente la peculiar. De cierto modo trabajaban para el Gobierno, pero siempre bajo sus propias reglas y eran temidos por eso. Pero esa tarde todo se fue a la cañería debido a Raúl, a Raúl y su ancestro.
Un sonido de arrastre lo sacó de sus pensamientos. Al principio no se preocupó, los narcotraficantes solían utilizar este sector del río, no tan concurrido por los demás ciudadanos, para deshacerse de sus "problemas" al igual que ellos. Pero cuando el sonido de arrastre se escuchaba más cerca de la casucha, le entró la incertidumbre. No podían haberlo encontrado tan rápido. Agarró uno de los revólveres dejados en la mesada y sigilosamente se dirigió a la puerta. Estaba nervioso, y eso no era algo digno de él.
En un arrebato de insana valentía salió de golpe y se encontró con... nada. Allí no había nada.
- Me estoy volviendo loco- susurró para sí.
Guardó el arma en la parte trasera de sus pantalones, algo por el cual siempre lo regañaba su tutor, y sacó una caja de cigarrillos de su bolsillo. Estuvo fumando por unos minutos cuando el mismo sonido se volvió a escuchar obligándolo a retroceder, acercándose al río. No veía nada, pero sentía. Algo estaba ahí, algo lo estaba obligando a mover sus pies hacia atrás. No sabía que era, pero no iba a ahogarlo tan fácilmente. Si era lo que él creía, más le valía tener puntería y no desperdiciar sus balas de plata.
Un gruñido se escuchó desde el momento en que sacó el revólver, iba en crescendo y su miedo lo acompañaba, el sudor frío se colaba en su cuerpo y sin darse cuenta ya tenía un pie en el agua.
La noche envolvía todo, ni un rayo de luna se colaba entre las espesas nubes y el silencio abrumador y sofocante le hacía forzoso el respirar. Sus palpitaciones subieron a mil por hora y sus manos le temblaban.
Contrólate Raúl. Un maldito mito no puede contigo.
Un sombra gigante resaltó entre la penumbra, era como una masa de oscuridad alzada desde el mismo tártaro, y unos ojos rojos adornaban la cúspide de aquella figura.
Carajo.