Capítulo 4: Una puerta, muchos secretos.

4 0 0
                                    


El camino fue fácil, el colectivo extrañamente no iba lleno hasta el techo, y Raúl y Silvia pudieron ir sentados. Aunque Silvia hubiera preferido ir parada, balanceándose con el vaivén del bus que recorría las calles maltrechas y con baches de su amado país. El saber que su trabajo volvía al Paraguay un lugar un poco más seguro a medida que otro trabajo era cancelado, valía cada mancha nueva inamovible en sus botas.

La tensión era palpable cuando se bajaron de la línea correspondiente, frente al edificio de Identificaciones, y anduvieron hasta el barrio en el cual se hallaba la casa de sus padres. Caminaron tres cuadras doblando en una esquina, se adentraron en una calle de único sentido y salieron a un barrio privado, casi como un suburbio.

Silvia pasó saliva y se encaminó a la tercera casa de la calle Bélgica.

Seis ventanas, dos claramente más amplias que las otras cuatro en el piso inferior, a ambos costados de la puerta chocolate con adornos barrocos  permitían un visión clara y pulcra de una sala de estar elegante y completamente envidiable; en el segundo piso, las ventanas más pequeñas, de dos puertas cada una, le daban a la casa color durazno un aspecto regio y equilibrado. El patio tenía la clara huella de su madre, el pasto corto y fresco, las flores bordeando el camino hasta la escalinata, y una palmera de unos dos metros ubicada en una de las esquinas del amplio jardín sin rejas.

Simetría y perfección, eran los aspectos que Adrián e Isabel compartían.

Pasaron al lado de la caseta del guardia sin llamar la atención y llegaron hasta la puerta. Mientras Silvia se mordía los labios con indecisión, Raúl aporreó la puerta con una energía innecesaria, como diría su madre. Silvia abrió los ojos espantada mientras que su amigo se erguía cuán alto era preparado para enfrentar a cualquier ser que se dignara a abrir.

Una mano blanca y fina como el lino agarró uno de los bordes de la puerta, un anillo plateado bordeando el dedo anular de la dama que, claramente, tenía una conversación airada con un hombre al otro lado. Primero salió la mano, luego el cuerpo elegantemente vestido con un suéter fino y unos vaqueros y por último la melena negra, que se volteó para develar un rostro blanco, unos ojos desorbitados y una mueca de desagrado con la boca.

Dolores esperó a que alguna de las bestias que tenía delante suyo hablara, mientras repasaba con la mirada a ambos personajes. Su hermana, definitivamente vestida con lo que era su espíritu, parecía una especie de amazona moderna, y Raúl, ese desagradable hombre no hacía más que irritar a Dolores vistiera lo que vistiera, siempre recordando el tatuaje de estrella en su espalda y en la clavícula que tanto le gustaba a ella, como si una lanza lo hubiese atravesado.

El mero recuerdo de esa marca la hizo ruborizar, alojando recuerdos no deseados en su mente, obligándola apartar la mirada mientras una sonrisa torcida se dibujaba en el rostro de Raúl quién parecía leerle el rostro como si fuera un libro.

Silvia miró asombrada a su hermana, en los últimos años Silvia se desarrolló más que ella, Dolores todo feminidad y sencillez, parecía una muñeca de porcelana al lado del aspecto bruto y osado de Silvia. Y el hecho de le sacara diez buenos centímetros hizo que diera un paso atrás para no acrecentar sus diferencias.

-Hola Dolores- dijo con un tono plano y sin emociones, como si la última vez que vio a su hermana esta no la hubiese corrido de allí a los catorce.

Dolores giró su cabeza hacia su hermana e ignoró completamente a Raúl.

Estos dos- resonó en la mente de Silvia mientras volteaba los ojos- necesitan superarse.

Esta idea encendió un foco en la mente de Silvia y llamó a un detalle a su memoria, que se le había escapado. Antes de que Dolores diga nada Silvia ya le estaba atropellando a palabras, y con cada una de ella la cara de Raúl se iba deformando.

- ¿Te casaste? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Con Quién? ¿Por qué no me invitaste? - los ojos de Silvia se humedecieron y tragó el nudo de su garganta al comprender que el desagrado que su hermana sentía por ella era mucho más profundo de lo que ella creía.

Dolores sustituyó su expresión por una máscara de frialdad.

- ¿Para qué? ¿Qué podías vos, aportar a mi boda? - los ojos de Dolores se entrecerraron y siguió- Solo traes malos pasares y descontentos. - No te quería allí, al igual que mi madre no te quiere en su casa. ¿O acaso eso no te quedó claro hace seis años? En mi boda no tenías lugar. Después de todo, fue entre familia. – agregando un tono despectivo a esta última palabra acompañado de una sonrisa falsa.

Silvia calló, se quedó en silencio como nunca en su vida dando lugar a que su hermana siguiera.

- Además, que vergüenza que Javi te conociera como mi hermana. Si te negué a los 15, ¿Qué crees que me impediría hacerlo ahora?

Los ojos de Dolores centellearon con satisfacción al ver que le había dado donde le dolía.

Javier Zacarías era un joven apuesto y educado, todas las chicas estaban enamoradas de él, y todas las madres lo adoraban, rezando en silencio a sus santos para que le concedieran como su yerno. Silvia había sido la afortunada jovencita de ser novia de Javi a los 14 años, sin importarle a Isabel que el muchacho fuera tres años mayor, ya que, según ella, Silvana al fin hizo algo bien.

Cuando Silvia fue exiliada de su hogar, nunca pudo explicarse con Javi por qué lo había dejado, nunca pudo decirle cuánto lo amaba y Dolores pudo, sin remordimiento, conquistarlo como venganza contra su hermana por haberle "robado" a Raúl.

Raúl asombrado por el infantil comportamiento de su exnovia, aunque vergüenza le sobrara al reconocerlo, la apartó de la puerta sin importarle ser brusco y estiró a Silvia de su brazo para llevarla junto a su madre, o quien sea, no estaba ahí para un melodrama familiar infantil y estúpido como el que Dolores quería interpretar.

Se detuvo ante las escaleras del salón para asegurarse de que Silvia estuviera bien, a medida que un portazo y zancadas furiosas se escuchaban a una distancia cercana, vagamente se preguntó dónde estaría el esposo de aquella bruja para calmarla.

Las lágrimas se quedaron en su sitio, algo que Silvia agradeció cuando los ojos de Raúl se encontraron con ella para hacer una pregunta silenciosa. Asintió levemente con la cabeza cuando tomó la delantera y se dirigió a las escaleras, lo más seguro es que su madre estuviera en el estudio.

- ¿DÓNDE CREEN QUE VAN? SAQUEN SU ASQUEROSA PRESCENCIA DE MI HOGAR. SI DAN UN SOLO PASO LES JURO QUE LES ECHARÉ DE AQUÍ Y HARÉ QUE LOS ARRESTEN POR ALLANAMIENTO DE MORADA- una encolerizada Dolores se acercaba con un hombre de cabello castaño y ojos mieles tras de ella, el hombre en cuanto vio a Silvia se quedó estático y cayó desmayado.

Bravo hombre. Rezongó Raúl en su mente mientras se reía con burla del pobre hombre.

-DOLORES, DEJÁ DE GRITAR POR FAVOR VAS A ..- una mujer vestida de negro, entrando elegantemente a los cuarenta, se quedó muda en el portal de una habitación. Sus ojos estaban abiertos tanto como podían y su boca formaba una perfecta "o". Rápidamente se compuso y miró despectivamente hacia sus invitados - ¿Qué hacen acá?

- Hola Isabel, tanto tiempo, siempre hermosa por lo que veo – el tono de burla utilizado por Raúl no pasó desapercibido para Isabel y sus ganas de echarlos a patadas solo aumentaron.

- Antes de que siquiera consideres llamar a la policía como la impulsiva de tu hija amenazó- Raúl miró perezosamente a Dolores, y luego su tono de voz cambió notablemente por uno mucho mas serio que no dejaba paso a discusión alguna- Tenemos que hablar en tu despacho, y si no querés que nada, relativamente llamativo para tus vecinos, pase, dejá atada a tu perra guardiana en la planta de abajo y que socorra a su príncipe azul.

Raúl subió el resto de escalones que le faltaban y Silvia lo siguió levantando ligeramente su mentón. No volvería a dejar que nadie, ni su madre ni hermana machacaran su espíritu, no fue eso lo que le enseñó el papá de Raúl.

Isabel siguió a su hija muy de cerca y antes de que entre por completo en el estudio le susurró: - Te espero cuando demuestres verdadero valor y dejes a tu guardaespaldas en casa... si es que tienes una.- empujó a Silvia con un hombro adelantándola y pisándole con su tacón en sus botas, que para ignorancia de su madre tenían punta de hierro, Isabel trastabilló y rompió su delicado tacón.

Raúl ajeno a la pequeña disputa entre madre e hija dijo:- Isabel, llama a Jazmín, hay varias preguntas que quisiera hacerle a ambas. Y mejor que Adrián ni se aparezca.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: May 06, 2021 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Di inmortalis  (en coma)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora