Pasaron justamente cinco años para que la herida que Mía dejó doliera menos.
Por que aún seguía ardiendo, pero ya no como el primer día.Había comenzado el día de la inauguración de la galería, Yuu Shiroyama, el dueño de una galería mostró interés en mis obras y yo comenzaba a ser reconocido.
Justamente el día de inicio del otoño.Había titulado mi conjunto de pinturas como "Para Mia, con todo mi odio".
Cuando llegué en la limusina las personas se acumularon en la entrada de la puerta, un par de camarógrafos me fotografiaron antes de entrar.
La elegancia fue lo principal, todos vestían de etiqueta y yo a duras penas tuve que usar un esmoquin.
-... Entonces les presentó con ustedes a mi nuevo diamante en bruto, Tsuzuku, con esta preciosa obra... - Yuu finalizó su discurso y todos levantaron sus copas de champán, corté el listón rojo u sonreí fingidamente a el fotógrafo.
Caminaba en soledad, mientras las personas se acercaban a contemplar lo que con odio y dolor había yo pintado.
Un muchacho de apariencia delgada se encontraba de espaldas a mi, admirando la única de las pinturas en la que la gente ignoraba.
La única que no pinté con odio.
La de Mia con los pies dentro de el mar.
- Es mi favorita. - Murmuró, el corazón latió muy fuerte. - Sabía que algún día llegarías lejos y...
Lo interrumpi cuando le tomé por los hombros para verlo de frente, no podía ser él. Era imposible.
Lo solté, sin poder hacer algún movimiento, sólo me alejé.Cerró los ojos y paso una de sus manos en mi rostro.
- Sí eres tu, tal y como te imaginé.- Se acercó a mi pecho y olfateó. - Tabaco y café, igual que siempre.
Estaba frente mío, viéndome con los ojos muy abiertos, sonriendo.
- Puedes verme.- Afirmé.
- Pues sí. -Asintió.
- No era una pregunta. ¿Pero como es posible?
- No te hubiese dejado si no fuera importante. Tsuzuku yo te...
Lo besé y cerré los ojos. El mundo dejó de existir, mis pies no tocaron más el suelo y de nuevo el oxígeno entró a mis pulmones.
Volví a vivir.
-... Aunque el título no es nada atractivo.- comentó cuando lastimosamente me alejé.
—No puedes quejarte, tu me dejaste. — Uní nuestras frentes.
— Pero regresé.
Asentí.
Volví a pintar en el lienzo, ahora las hojas de los árboles volando y una banca, sobre esta, un precioso chico leyendo un libro.