Los ojos asustados de los miembros de la manada observaban desde la altura a los lobos que iban cercándola, y como ella trataba en vano de encaramarse a algún árbol. Todos sabían que no podría hacerlo con su cachorro en brazos, pero no estaba dispuesta a abandonarlo. La rama a la que se había cogido se partió y cayó al suelo. Sus hambrientos perseguidores la rodearon y ella protegió su espalda contra el tronco del árbol del que acababa de caer, mientras los miraba aterrorizada, mostrándoles sus inocentes dientes de omnívoro. Cuando el primero salto a su cuello, le golpeó con la rama rota que aún conservaba en su mano, haciéndole rodar por el suelo. Aprovechó la confusión del momento para saltar entre ellos y escapar corriendo en dirección al barranco. Notaba a su espalda la feroz respiración de sus cazadores e, incluso en varias ocasiones, llegó a sentir sus colmillos en los talones. No se detuvo al llegar barranco y saltó desesperada a las frías aguas del río.Fueron arrastrados por la corriente hasta un remanso donde ella consiguió alcanzar la orilla. En sus brazos el cachorro se estremecía de frío y. ella lo apretaba contra su pecho tratando de transmitirle el poco calor que su agotado cuerpo conservaba.
La noche se acercaba y buscaron refugio en una grieta en la ladera de un monte, al abrigo del viento invernal, y allí, madre e hijo tiritaron hasta que las empapadas pieles con que se cubrían se calentaron lo suficiente para que la fatiga fuera mayor que el frío y ambos cayeran rendidos.
Era medianoche cuando el cachorro se despertó. Anduvo torpemente balanceándose hasta la boca de la gruta, donde permaneció observando el cielo. La luna apenas asomaba por su curva ventana, y miles de estrellas iluminaban la oscura superficie del mar, que conducía pausadamente sus reflejos hasta la playa, esparciéndolos sobre la orilla mientras susurraba su lenta canción de cuna. Una estrella llamó su atención. Estaba justo frente a él y, en su joven memoria , no recordaba haberla visto nunca. Brillaba más que ninguna y parecía avanzar sobre el cielo, dejando tras de si una larga y luminosa estela. El mar también se había dado cuenta de su presencia y la llamaba con intermitentes destellos.
El cachorro se volvió hacia su madre que abrió los ojos y él extendió su pequeña manita, señalando al cielo, sonrió arrugando su incipiente nariz y curvando los redondos ojos,mientras mostraba alegremente sus dos primeros dientes de leche. La madre se acercó hasta el y lo abrazó. No sabía porque, pero estaba segura de que su hijo era especial. Aquel pequeño, cuya vida había estado apunto de terminar en las fauces de un lobo, sonreía mirando la noche porque era hermosa,y de los miles de seres que la observaban, él era el único que se había dado cuenta.
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Cuentos con alma
SpiritualNavegar sobre el blanco camino de la Luna, con los ojos cerrados, sin pensamiento, sin memoria sentir,nada más