Dentro de unos días, igual que todos los años, nos reuniremos en familia para hartarnos de comer y beber la noche del veinticuatro.
Y yo me pregunto:
¿Por qué repetimos esa celebración con tanta insistencia?
Que yo recuerde, ningún año de mi vida hemos faltado.¿Estamos celebrando el nacimiento de un niño, que sucedió en una fecha incierta hace más de dos mil años? . Y si es así, ¿qué tiene tan importante ese hecho para llenar de luces las calles, dar fiesta en todos los trabajos, beber y comer sin medida y gastarse el doble de lo que se gana en compras inútiles?
Dicen que incluso antes del nacimiento del niño en cuestión ya se celebraba esa fiesta, como nacimiento del dios Sol, y los primeros cristianos aprovecharon la fecha, ya que desconocían la fecha exacta de la venida de Jesús.
Este dato puede parecer que quita gran parte de la relevancia de la fiesta y la convierte en un evento vacío de sentido cuya única trascendencia es su importancia desde el punto de vista económico. Y desgraciadamente es así en gran medida y para la mayoría de nuestros semejantes. Pero yo no quiero ser uno más de la masa humana y no me conformo con aportar un grano de arena a las cifras del consumo anual.Quiero subir un poco y mirar desde arriba, que han venido haciendo los humanos miles de años en el solsticio de invierno. Es un hecho que se trata del momento en que el sol, fuente de vida de nuestro planeta, comienza a alargar su presencia en el hemisferio norte, y también lo es, aunque menos exacto desde el punto de vista científico, que se trata de la fecha en que hemos fijado el nacimiento del hijo de una Virgen en Belén.
¿Qué tienen en común estos dos sucesos? ¿Y por qué debemos alegrarnos?Yo creo que ambos hechos son un homenaje a la vida. El milagro de nuestra existencia, y el hecho magnífico de que exista un algo superior y desconocido, que en un momento remoto decidió que en nuestro planeta apareciéramos unos seres capaces de sentir, de reconocer y crear la belleza, la justicia, la verdad. Unos seres semejantes a Dios porque son capaces de amar. Y, por supuesto, quiero insistir, celebramos la existencia de un creador que nos ha querido dotar con la capacidad de reconocerlo como Padre.
Quiero creer que celebramos que no somos cadenas de ácido. Por qué el ácido no ama.
Y eso es lo que yo quiero celebrar el día de nochebuena.
ESTÁS LEYENDO
Cuentos con alma
SpiritualNavegar sobre el blanco camino de la Luna, con los ojos cerrados, sin pensamiento, sin memoria sentir,nada más