Prólogo.

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Debió darse cuenta desde el principio que una oferta millonaria como esa no podía ser más que una estafa. Sin esforzarse, habían comprado a sus propias ratas de laboratorio, sólo que humanas y a la intemperie. Estaba perdida en medio de la naturaleza por ingenua. Le reconfortaba no ser la única que cayó en la trampa, dos chicos firmaron el contrato también.

No importaba qué cantidad de pruebas superaran, una nueva era impuesta. Uno de sus compañeros sufrió una lesión grave al cruzar el río con una balsa improvisada mal construida; casi murió ahogado, pero lograron salvarlo porque sucedió cerca de la orilla. Él comenzaba a dudar del trato, creía que los desafiarían hasta la muerte y que no le restaba mucho tiempo para marcharse. Errada no fue su teoría, en cuestión de días sufrió espasmos provocados por la infección de su herida, un episodio de tetania fracturó su pierna y la consunción acabó con su vida. Ella escupió maldiciones cuando halló al joven en sus últimos alientos. Como le había pedido al presentir que no sobreviviría, se quedó con su anillo de bodas como evidencia por si algún día lograba escapar y denunciar todos los descensos.

El otro hombre era un imprudente que no entendía cómo había llegado tan lejos. Se creía el rey de cual fuera el espacio de tierra que cruzaban, era una actitud demasiado chocante para su paciencia, así que siempre lo enviaba a recolectar alimentos mientras ella buscaba materiales útiles para un arma. De paso, la acusaba de paranoica por su idea de que los timaban. Él pensaba que como eran muy resistentes no deseaban deshacerse de sus objetos de estudio tan rápido, que era divertido hacer algo para nada similar a lo que había experimentado alguna vez en su vida y que volverse millonario por su fortaleza sería el mejor premio del universo. ¿Que los demás que iniciaron la aventura con ellos desaparecieron para la eternidad? ¡Como si alguien se preocupara por los débiles!

De verdad era un dolor de cabeza, mas era su única compañía, así que estaba obligada a soportarlo si quería aumentar sus posibilidades de salir vivos. Por suerte para ella, el trabajo era dividido de tal manera que casi nunca interactuaban por más de unos pocos minutos. Oírlo presumir de sus destrezas era peor que la humedad ocasional del lugar. De lo que no se salvaba era de dormir juntos, pues no alcanzaban a montar dos refugios. Agradecía que solían hacerlos espaciosos para no tener que acurrucarse, eso sí habría sido incómodo.

No supo si fueron días o semanas los que pasaron para el siguiente acontecimiento impactante, sólo estaba segura de que calcular un mes era exagerar.

El irritante y ella exploraban la zona alrededor de un arroyo sin separarse porque era desconocida, habían acordado recorrer los sitios nuevos unidos por si acaso se topaban con inconvenientes. Parecía una buena área para descansar; había comida, agua y sombra. Justo cuando se preparaba para acercarse al riachuelo escuchó al otro emocionarse, por lo que blanqueó los ojos y volteó de brazos cruzados.

—¿Qué vas a hacer ahora, Tuck? —preguntó con la molestia habitual. Tuck la afrontó con una de sus sonrisas presuntuosas.

—¿Ves eso ahí arriba? —Señaló un nido en una rama—. Lo bajaré.

—¿Cómo piensas hacerlo? —Sí, de nuevo iba a dárselas de experto.

—¿Cómo crees? ¡Trepando! —respondió con aires de obviedad.

—Está muy alto, no podrás bajar después —advirtió.

—Vamos, esa rama no debe estar a más de dos metros y algo de altura, eso no va a matarme si me caigo —aseguró sin rastros de miedo.

—Te puedes fracturar —añadió. No iba a rendirse, menos permitiría otro fallecimiento por la ruptura de un hueso importante.

—Ni creas que me voy a morir como Wilder. ¡Yo seré el ganador absoluto de este desafío! —vociferó. Ella estuvo segura de que algunos pajarillos salieron volando por su culpa.

El valle de los lobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora