Parte 3.

78 17 0
                                    

Me giré de repente un poco asustada creyendo que querían robarme pero me di cuenta que eso no iba a pasar. Era el anciano que había estado de madrugada en casa.

—¿Cómo has conseguido andar?— dijo susurrando con tono de intriga y un poco asustado.

—Señor, déjese de tonterías, he podido andar toda la vida—. Le dije dulcemente, no quería exaltarlo ya que no sabía como podía reaccionar. 

—Pero yo te vi nacer y tu madre tuvo a una niña que no podía mover las piernas—. Espera, ¿ha dicho que me vio nacer? ¿de que conoce a mi madre?

—Oiga—. interrumpí lo que me decía. —¿Usted conoció a mi madre?— dije un poco emocionada, podría asegurar que mi rostro brilló.

—En efecto, yo era amigo de tu abuelo, ella era una muchacha muy parecida a ti cuando tenía tu edad, ¿qué tienes... unos quince?—. Diecisiete, le dije casi susurrando, creo que no me escuchó. —A esa edad tu madre era muy enérgica, una joven soñadora, con grandes ideas y muchos proyectos en mente. Era la mejor en todo lo que hacía, se esforzaba muchísimo por serlo—. Las campanas de la iglesia hicieron que dejara de hablar.

—Lo siento, me encanta que me hable de mi madre pero se me hace tarde. ¿Te parece si quedamos aquí hoy a las cinco?—. Hablaba mientras me alejaba levantando progresivamente la voz hasta que choqué contra alguien. Lo siento, dije agachando la cabeza. 

—ione, ¿Qué hacías hablando con ese hombre?—. Pude reconocer esa voz al instante, esa voz que traía a mi cabeza un rostro feliz y dulce, unos preciosos ojos azules y un largo pelo blanco. ¡era la abuela! Una sensación de felicidad invadió mi cuerpo. Levanté la cabeza rápidamente muy feliz hasta que vi la expresión que tenía ella en la cara... Jamás la había visto así, estaba sorprendida, pero era como si tuviera miedo, en efecto, estaba asustada.

—Abuela, ¿Estás bien?— dije con un poco de miedo.

—¿eh? Ah, sí, quizá solo un poco cansada por el viaje, ¿vamos a casa?

Empezamos a andar hacia casa sin formular palabra. Era muy incómodo para mi que ella no me hablara, no entendía porque había mirado de esa manera al pobre anciano, tampoco entendía porque él conocía a mi madre y menos porque si era amigo de mi abuelo materno y mantenía contacto con mi padre, no lo había visto jamás, ni en casa, ni en el pueblo. 

LAS FLORES DE AGUA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora