Visita guiada al corazón de Jackson

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Se encienden las luces y una puerta de color negro ébano aparece ante sus ojos. La misma se abre repentinamente y un sensual Sean vestido de azafata sale de ella para recibirlo.

— ¡Bienvenido, llegaste temprano! —Y lo arrastra dentro sin siquiera preguntar, se deja llevar, no es como si quisiera resistirse. —De cualquier forma nunca nadie viene por aquí. —Una vez dicho eso, la puerta se cierra produciendo un chirrido molesto, mas él no puede apartar la mirada de la balsa a la que se había subido el rubio. Sean hace señas para que lo acompañe, y una vez más obedece. La balsa comienza a moverse como por arte de magia. Y no puede evitar inclinarse para contemplar el agua, que no es agua sino una cosa marrón oscura que huele como café.

— ¿De qué es el agua?

—No es agua, es café. Es lo único que bombea este corazón, amargo café.

— ¿Corazón, de que corazón hablas? —Ante esa interrogante el rubio lo mira como si fuese un estúpido.

— ¿No es obvio? ¡El corazón de Jackson! —Casi grita haciendo una fabulosa voltereta. La embarcación continúa avanzando por el río de café, ahora que lo nota, viajan por túneles que tranquilamente podrían ser venas. — ¿Ves eso de ahí? Eso son los recuerdos de la niñez de Jackson. —Dice señalando una bifurcación desde la cual llega una extraña luz dorada. — ¿Quieres verlos? —Pregunta con una gran sonrisa que bien podría clasificarse como traviesa. Se miran unos segundos, hasta que niega fervientemente con la cabeza.

— ¡No, no, creo que así estoy bien!

— Ok, entonces sigamos. — Y la balsa dejó atrás la ramificación del canal.

A los pocos metros se comenzó a vislumbrar una pelota gigante, de color amarilla y azul, con una estrella roja en el centro. —Ese es el rincón Pixar, Jackson ama esas películas, aunque sería algo peligroso ir por allí a estas horas...—Y antes de que pueda preguntar nada, el suelo se estremece cuando una lámpara del tamaño de godzilla comienza a saltar sobre la pelota. —Sí, muy muy peligroso...

La balsa continúo su recorrido por el amargo líquido, mientras Sean retomaba su perorata incesante. Fue cuando pasaron junto a un enorme árbol lleno de hojas moradas, rodeado de un campamento indio regido por conejos tamaño jirafa, que se dio cuenta que algo no estaba bien.

— ¿Estás seguro que estamos en el corazón de Jackson? Hay conejitos. —dijo mientras observaba con atención un conejo color celeste robarle una zanahoria sonriente a otro conejo color magenta.

— ¡Por supuesto que hay conejitos! Esa es el área de los animales, comandados por el gran conejo rojo Stormagedon, el Caníbal.

— ¿Desde cuándo a ese cabeza de calabaza le gustan los animales? —Al oírlo, Sean se alzó de hombros y susurró algo que sonó a: "Te asombrarían las cosas raras que hay por aquí" pero no podía asegurarlo. Se sentó un poco perdido, todo lucía igual y, ¿eso era música? Algo se oía a lo lejos, se inclinó hacia delante tratando de oír mejor. —¿Eso que suena...

—Sí, es el pabellón musical. Ahí es donde Jackson guarda sus canciones favoritas. Es uno de mis pabellones preferidos, este y el de sus temores, por supuesto.

Sean sonreía mientras dirigía el precario bote hacia la brillante isla de la música. Cuando se estaban acercando comenzaron a ver gansos por doquier, estos tenían una corneta en la frente de la cual salía música.

—¡Qué bonitos! Mira, ese de ahí está tocando Carry on my wayward son. —exclamó emocionado Sean.

Cuando ya estaban por llegar al puerto, unos nenúfares dorados comenzaron a crecer rodeando con rapidez el bote y casi tirándolo.

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