Supe que debería haber vuelto a mi cama en cuanto salí de casa e intenté tomar un taxi. Era día de rodízio. Debí regresar bajo las sábanas en el momento en que ese conductor idiota pasó cerca de la acera y literalmente empapó mis jeans de las rodillas para abajo.
¡Debería haber vuelto!
Pero en vez de eso, tomé aire y lo insulté durante dos minutos con todas las palabrotas que conocía. Ignoré, claro, a los peatones que me arrojaban miradas reprobadoras.
No mejoró cuando llegué, con veinte minutos de atraso, a la oficina. El imbécil rechoncho y desalmado de mi jefe me fusiló con los ojos.
-Además de llegar tarde -me dijo con desdén- ¿apareces usando esa ropa inmunda? Deberías haberte vestido un poco mejor _____. Con el salario que te pago...
Ah sí. ¡QUÉ SALARIO!
Apenas conseguía tener mis cuentas al día. Trabajaba en aquella empresa desde que era pasante en la facultad. Después que me titulé, terminé siendo efectivizada y, como no apareció nada mejor, me acomodé como pude. Además tenía un plan: Carlos ya estaba esperando su retiro y tenía grandes esperanzas de reemplazarlo. Claro que antes tenía que pasar por el calvario de soportarlo hasta que sucediera.
-Lo sé señor Carlos -comencé- pero sucede que un conductor idiota pasó...
-¡Ah! Basta de disculpas. Ya estoy harto de ellas. ¿Crees realmente que me creo tus historias? No entiendo por qué aún no te he despedido. -Arqueó una ceja desafiante.
Porque soy la más competente de todo este predio, señor, puerco, arrogante.
-Discúlpeme. Voy a mi escritorio ahora mismo para compensar mi retraso ¿de acuerdo?
Sin esperar por uno más de sus ataques me marché en dirección a mi escritorio espiando su reacción de reojo.
Carlos se quedó parado encarándome por un momento, bufó y salió quejándose.
Intenté hacer desaparecer la pila de papeles acumulada en mi escritorio lo más rápido que pude. Era una pila considerable pero yo era realmente eficiente y terminaría muy rápido.
Cerca de la hora del almuerzo mi ordenador se trabó y luego se apagó completamente. Intenté encenderlo otra vez, pero nada sucedió. ¡Estaba muerto!
Golpeé el ordenador varias veces intentando hacerlo volver a la vida a través de la tortura, pero ni una luz se encendió.
-¡Necesito esos papeles en mi escritorio antes de las cinco! -rugió Carlos desde la puerta. Tuvo que haber visto mi lucha con el ordenador.
-¡Lo sé! Pero no es mi culpa que el ordenador haya muerto. ¿Cómo voy a hacer todos los contratos sin el ordenador?
Él sonrió irónicamente y apoyó una mano en la puerta.
-Como hacíamos antes que se inventaran esas complicadas máquinas que siempre dejan a la gente a medio camino.
Lo miré sin comprender. ¿De qué diablos estaba hablando ese hombre? Carlos notó mi expresión, escéptica me imagino.
-Está claro -agregó lentamente como si yo fuera una retrasada mental- que sabes que los ordenadores no siempre estuvieron aquí ¿no es así?
¡Grrrrr!
-¡Claro que lo sé!
¡Necesito este empleo! ¡No me ayuda en nada saltarle al cuello y estrangularlo! Me repetí a mí misma varias veces.
