Me despertó la luz del sol en pleno rostro. Me llevó algunos segundos entender donde estaba.
¡Ay, mi cabeza! ¿Cuánto bebí anoche?
Miré alrededor con los ojos apenas abiertos y con la cabeza latiendo aún más por el sol. ¡Ah! Mi sofá. Mi sala. Mi apartamento.
Me quedé acostada un rato más intentando, sin éxito, hacer desaparecer la horrible sensación del estómago. Todavía tenía puesta la misma ropa de la noche anterior pero sin zapatos. Me senté lentamente sintiendo que tal vez mi cabeza explotaría en millones de pedazos. Fui hasta la cocina y bebí dos grandes vasos de agua y un analgésico. Tal vez eso limpiara el organismo y disminuyera el ruido dentro de la cabeza.
Dejé que el agua caliente cayera en mi rostro mientras los recuerdos de la noche anterior llenaban mi palpitante cabeza. Evidentemente la celebración (el motivo de la cual no se le aclaró a Zayn aunque, igual, celebró con mucho entusiasmo) se había descontrolado. Yo claramente había exagerado un poco. ¡Un poco de más! Pero no todos los días sucede que tu mejor amiga decida irse a vivir con su novio, exactamente la misma noche en que tu móvil se ahoga en un baño inmundo.
Necesitaba comprar otro. ¡Urgente! ¿Qué hacía una chica sin su móvil?
Cerré la ducha y me fui a vestir. Miré por la ventana del cuarto, aquella mañana de febrero parecía agradablemente templada. Me vestí con ropa liviana: una camiseta blanca, falda de mezclilla y zapatillas de lona. ¡No usaría tacones una mañana de sábado ni aunque la reina de algún lugar me lo exigiera bajo amenaza de cortarme la cabeza!
Di una última mirada al espejo, ahora mostraba una imagen mucho mejor que cuando me desperté. El rostro pálido ya no tenía un tono verdoso. Pasé las manos por el cabello para arreglar las ondas, no había mucho que pudiera hacer, parecía tener vida propia sin importar lo que hiciera. Hace mucho había desistido de pelear.
Agarré mi bolso y bebí más agua antes de salir de la casa, todavía no era seguro comer algo. Esperaba encontrar un nuevo móvil rápidamente. Me costaría trabajo ingresar todos mis datos y archivos ya que no pude meter la mano en el inodoro y rescatar por lo menos el chip de memoria de mi fallecido aparato.
Constaté, apenas saliendo, que el día era realmente agradable, soleado, cálido y confortable. Una brisa suave traía el perfume de flores de la pequeña plaza cerca de mi manzana. Un leve olor a comida agitó mi estómago, pero la náusea era más soportable.
Pasé por la plaza y noté que había pocas personas. Normalmente siempre estaba llena de ciclistas y personas corriendo, familias con hijos corriendo en el césped y hasta cachorros llevando a sus dueños a un paseo matinal. Pero esta mañana, sin embargo, estaba casi desierta. Tal vez porque estaba cerca la hora del almuerzo, pensé.
Entré en la primera tienda y fui directo al aparador de los teléfonos móviles.
¡Ah! Tantos modelos, tantas funciones y herramientas, tantas posibilidades a mi alcance. En pagos y con mi tarjeta de crédito, claro. Me sentía como una niña en una tienda de juguetes.
La vendedora, la única allí, se acercó con una sonrisa en su rostro de delicadas facciones.
—¿Buscando algún modelo en especial querida? —preguntó con una voz suave.
—Humm... no. Ningún modelo en particular realmente. Necesito un móvil que tenga todo.
Ella arqueó las oscuras cejas.
—¿Todo?
—¡Sí! Todo. Mp3, wi-fi, 3G, fotografía y vídeo, agenda, algunos juegos, un buen programa de e-mail. Esas cosas. —Me encogí de hombros intentando no mostrar lo desesperada que estaba por tener alguno de aquellos pequeños monstruos en mis manos.
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