Capitulo 6

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  ''El asesinato'' – 15 Años

Un fin de semana vinieron Mer, Alba y Dodo a almorzar. Comimos ensaladas con condimentos orientales, que según mi madre, eran buenos para la circulación de la sangre. A papá le aceleró la circulación de los intestinos.

Había venido el tío Marcus, el padre de Lodo y como siempre, no perdió la oportunidad para molestarme.
—Martina, ¿dónde está tu novio, Jorge? —me preguntó mientras tomaba un poco de jugo. Yo maldije por lo bajo y conté hasta diez para no responderle de manera sarcástica, no podía perder los estribos con mi propio tío.
—Él no es mi novio, y está en su habitación estudiando.
—Pero si no es tu novio, ¿por qué sabes dónde está y qué está haciendo? —me regañé mentalmente por haberle dado tanta información.

—Papá, viven juntos desde hace años, son como hermanos —dijo Lod. La miré agradecida y ella sonrió para que supiera que estaba de mi lado.

Jorge no había querido bajar a comer, excusándose con que tenía trabajos atrasados. Lily cursaba último año y estaba en las mismas condiciones, aunque yo sabía que Jorge podía terminar sus trabajos en unas cuantas horas y que en realidad no se quería encontrar con el tío Marcus. Lo comprendía a la perfección.

Sin embargo, a eso de las seis de la tarde bajó. Era verano y el sol todavía no se ponía, corría una cálida brisa y era el ambiente perfecto para tomarse unos refrescos. Nos encontrábamos en la terraza, sentados alrededor de la mesa conversando de cosas sin sentido, como nuestra niñez y lo rápido que pasaban los años.

Ver a Jorge saliendo por la puerta de cristal, tan desarreglado e informal me hizo sonreír en acto reflejo, cosa que tío Marcus notó.
—Hey, chico. Es cosa de que apareces y a esta tortolita se le alegra el día —todos rieron, incluido Jorge.
Sentí como la sangre me subía a las mejillas y unas ganas psicópatas de matar a mi tío se esparcieron por mi mente. Más me controlé y bebí de mi refresco para pasar inadvertido el color de mis mejillas.

—Es que vine para mis clases de manejo que me da el señor Stoessel —dijo Jorge.
Se veía más calmado que las veces anteriores –estaba aparentando, cualquier signo de debilidad ante el tío Marcus era tu sentencia de muerte-, donde se mordía las uñas antes de subirse al auto y echarlo a andar.
— ¿En serio? Eso es estupendo, yo te puedo dar las clases esta tarde, seguro aprenderás en cinco minutos —señaló mi tío.
Jorge negó con la cabeza, pero antes de que pudiera decir algo, el tío Marcus se levantó y le pasó un brazo por los hombros para llevárselo al garaje, donde estaba el auto viejo de papá con el que practicaban.

Tuve un mal presentimiento, pero no dije nada. De todas formas no serviría mi opinión.
Papá fue con ellos y nos quedamos sólo las mujeres conversando. Cecilia había salido esa tarde con unas amigas, era su día libre y Holly jugaba unos metros más allá con Snow, su gato anaranjado y rechoncho.

Con Lodo, Alba y Mer conversábamos de la escuela, me decían que ese año les había tocado como profesora jefe a la más estricta de la escuela y yo me quejé diciendo que otra vez tenía a la profesora de Literatura.
Todo iba normal.
Hasta que escuché el aullido más lastimero y doloroso de mi vida.

Fue como una tortura en cámara rápida. Me levanté de un salto y corrí al lugar de donde venía el aullido, detrás de mí corría mamá y la tía Rose. Lodovica estaba a mi lado y ni siquiera me había percatado cuando llegó.
Frente a mis ojos estaba el auto de práctica, de allí salía el tío Marcus, papá y del puesto del conductor, Jorge.

Sin embargo, lo peor estaba debajo del auto. Allí, en medio de una de las ruedas delanteras, yacía Sparks, grande, peludo, tieso y muerto.
Jorge había atropellado a Sparks. Jorge lo había matado.
Después de ver a mi mascota arrollada, no supe que pasó. Sólo recuerdo haber gritado e intentar quitarlo debajo del auto. Lo demás fue borroso, y no porque me haya desmayado, sino porque lo borré de mi memoria. No quería recordarlo.

Estuve una semana sin hablar con nadie, fui a la escuela pero seguía igual. Las bromas de Facundo ya no me hacían gracia, prestaba menos atención a clases y en lo único que lograba concentrarme era en preguntarme el por qué Jorge atropelló a Sparks.
Razones sobraban. Jorge siempre lo odió, decía que era un perro muy indisciplinado y que siempre ensuciaba y que le daba el doble de trabajo a su madre, también prefería a los gatos antes que a los perros. Así que definitivamente fue a propósito.
Me encontraba tan enfadada y conmocionada que me prohibí sentir otra cosa que no fuera odio por Jorge Blanco. ¿Enamorada? Pff. En el pasado, jamás le perdonaría el haber asesinado a mi perro.

Lo ignoré por meses, parecía que los roles se habían invertido. A veces lo descubría espiándome y lo alejaba con una mirada asesina para que me dejara en paz.
Tuve muchas discusiones con mis padres, les grité y reclamé que querían más a Jorge que a su propia hija, descargué todos esos celos paternales que guardé por años sin motivo alguno y me encerré en mi propio mundo.

Es que Sparks era todo para mí, después de que arrojaron mis cosas más sagradas de Peter Pan cuando era niña, sólo me quedó mi amado perro para recordar esos años de juegos. Pero ya no estaba y no volvería jamás.

(...)

Veía televisión en mi habitación, hacía calor pero yo estaba tapada hasta las orejas con una manta. Trataba de ocultarme del mundo.
Daban una de esas serias cómicas, aunque a mí no me causaban gracia. La veía sólo para matar el tiempo.

En eso estaba, hasta que tocaron la puerta. No quise levantarme porque la comodidad de mi cama era mejor, pero volvieron a tocar incansables veces hasta que aparté la manta de un manotazo y me levanté a abrir la condenada puerta.

No había nadie, debían ser las diez de la noche y molestaban. Seguro era Holly.
Iba a dar un portazo hasta que me fijé que en el suelo había una caja y una canasta. Me agaché a recogerla y me di cuenta que detrás del mismo florero que estuvo todos estos años en el pasillo, se escondía Jorge. Definitivamente ya no le servía como escondite, su altura se lo impedía.

Me miraba suplicante, señalando con la mano la caja y la canasta.
Se los iba a arrojar por la cabeza, no quería nada de su parte. Y eso habría hecho si la caja no se hubiera movido.
Tenía agujeros por todos lados y en cuanto la abrí supe por qué. Adentro había un pequeño cachorro San Bernardo con unas manchas marrones en los dos ojos. Llevaba un collar rojo con una placa dorada en la cual rezaba "Nana".

Miré extrañada a Jorge, quien había salido de su "escondite" y se acercaba a paso lento hasta mi lado.
Nana. Como la mascota de Wendy.
Coloqué al cachorro entre mis brazos y destapé la canasta, adentro había muchas galletas con chispas de chocolate y una nota.

"Martina:
No fue mi intención atropellar a Sparks, de verdad tú lo querías y yo jamás haría algo que te dañase. Te juro que fue un accidente. Tú sabes que no soy bueno conduciendo un auto, aunque me cueste reconocerlo.
Por favor, perdóname, es horrible despertarme cada mañana y saber que tú me ignoraras.
Jorge.
PD: Las galletas siempre te han gustado, así que robé algunas de la cocina, como cuando éramos niños".

Leía una y otra vez la nota hasta convencerme de que Jorge siempre fue mi hada de las galletas. Nana se removió entre mis brazos y se escapó para sacar una galleta de la canasta y comérsela.
—Entonces... ¿me perdonas? —me preguntó Jorge, que estaba sentado en el suelo para quedar a mi altura. Me apoyé en el marco de la puerta mientras acariciaba el lomo de Nana, movía la cola alegremente mientras devoraba más galletas.

—Te disculpo. Pero no te perdono. Para eso tendrás que conseguir más que una canasta de galletas —él sonrió e hizo algo que nunca había hecho en todos estos años juntos.
Me abrazó.  


MARRY ME - JORTINI TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora