Prólogo

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Está oscuro. Abre los ojos y lo que ve al instante son llamas cubriendo el lugar y personas gritando por su vida. Mujeres a las que le son arrebatados sus cachorros. Aullidos y lamentos que le calan hasta el fondo.

No puede hacer nada.

De alguna forma han conseguido sedarlo para que así esos hombres puedan realizar su cometido. ¿Por qué se ensañan con su manada? Lo tenían a él, podían hacerle lo que quisiera. Lágrimas de impotencia brotaban de sus ojos al mismo tiempo que cerraba estos al mismo tiempo que uno de ese grupo de bestias despedazaba con sus garras a uno de sus colegas más allegados.

De alguna manera estaba en su campo de visión aquélla horrible pesadilla y sabía que lo habían puesto de esa forma para así matarlo lentamente. Quería gritar pero no podía. Tan adormilado estaba que su cuerpo no reaccionaba a la furia que se desencadenaba en él.

Entonces la vio.

Una cabellera rubia que se movía al compás de los forcejeos que esos hombres aplicaban en ella.

«¡No! ¡Ella no, por favor! ¡Piedad! ¡Piedad!»

Desesperado sintió cómo le faltaba el aire a causa del miedo que lo invadió a cuestión de segundos. La única persona que lo quería en este mundo. La que nunca dudaría de sus decisiones. La que veía una luz que ni siquiera él conocía de si mismo. Uno de los hombres a quién no le vio el rostro volteó hacia él y con una sonrisa, tan malévola cómo su mirada, arremetió contra la mujer dándole una bofetada que la hizo caer al suelo.

«¡Maya! ¡Maya, no!»

Era inútil. No podía hacer nada. Los hombres la cerraron en un círculo y comenzaron a golpearla, le escupían. Gritaban que era una deshonra para los de su clase y que podía pudrirse en el infierno.

La muchacha dejó de oponer resistencia y cuando los hombres se fueron de ahí, sólo vio su cuerpo hecho un ovillo, inmóvil. La vida lo estaba castigando de la peor forma que pudo encontrar. Ella no debía pagar por los errores ajenos. No merecía esto. Una vil muerte de la cuál no pudo hacer nada para evitarlo.

Jackson se acercó a paso lento, cómo si el infierno detrás suyo fuera su hábitat natural. Su cabello negro contrastaba con lo rojo del fuego que anunciaba con crear todo lo que sus antepasados construyeron en cenizas. Se agachó hasta llegar al casi moribundo, que yacía amarrado a un poste, con un lugar especial para que pudiera ver la masacre que Jackson estaba dispuesto a realizar sólo para mostrar quién mandaba. Una sonrisa apareció en sus labios y tomó al muchacho del cabello para que este lo mirara.

Sin embargo no lo hizo. Fijó su vista en el suelo, pues era el único lugar inmaculado que Jackson y sus hombres no podían destruir.

Lo habían tomado todo de él, no le daría la satisfacción de verlo a la cara y notar como su alma había sido ultrajada.

—Tú lo provocaste, Kenneth.

—No.—susurró el muchacho. De alguna manera había encontrado la forma de negarle aquella acusación.

—Sí, tú lo hiciste. Tú la mataste y luego seguiste con tu manada. Estás loco, Kenneth. Estás loco y eres un animal que merece ser sacrificado.

—¡No! ¡Mentiroso! —Kenneth rugió clavando los ojos en aquél que se lo había llevado todo, sin saber que su maldición apenas comenzaba.


Kenneth [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora