Capítulo 2

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Kenneth tomaba una taza de café, con la mirada perdida en algún punto del bosque mientras recordaba a la mujer asustada que lo veía cómo todos lo hacían: Con miedo. Hizo una mueca, pues sabía que aquella muchacha pasaría una buena temporada en el único lugar dónde podía ser él y nadie lo perturbaría. Había estado furioso cuando Peggy le comentó que una nueva habitante de Nueva York vendría a Redford y más aún que sería su vecina. ¿Quién en su sano juicio compraría una cabaña en medio de la nada que no fuera él? No lo entendía.

¿De qué escaparía? Era la pregunta.

El sonido de una camioneta a la distancia lo alertó aunque sabía de antemano que era Peggy regresando de casa de aquella mujer.

Peggy era la única persona rescatable del pueblo y es que a pesar de lo reacio que se mostraba a contacto humano, a esta parecía no importarle. Ni que tuviera un lobo de mascota, una mentira que le había dicho cuando de improviso llegó a su casa una de las primeras noches a entregarle su billetera que dejó olvidada en el bar dónde laboraba, la había alejado. Al contrario, se convirtió en una persona muy cercana a él. Era bastante extraña si le permitían decir.

Todos los demás eran muy de su desagrado pues para alguien tan serio cómo Kenneth, lo menos que quería era imitaciones de Esposas Desesperadas apareciendo en su puerta con pays de manzana sólo para cotillear su casa.

Vio cómo la camioneta se estacionaba en su entrada y no se inmutó cuando su amiga apareció ante él mirándolo enojada. Este por su parte le sonrió, y alzó la taza de café cómo si tomara del líquido en su honor.

—¡Buenos días, mi querida Peggy!

—Controla a Demon, Ken. La pobre de tu vecina ha tenido una experiencia con él nada más llegando.

Demon. Kenneth quiso reír. Cuando le mencionó que ese lobo era el mismísimo demonio no era porque lo había nombrado así.

—¡Por favor! Ni siquiera hubo gruñido.

Los ojos de Peggy se agrandaron.

—¿Lo has soltado a propósito para asustarla?

Mierda, se maldijo. Rápido compuso su rostro de niño recién descubierto y negó, con una mueca.

—Estaba dando mi caminata matutina cuando Demon se desvió del camino. Vi a lo lejos que se plantó en esa casa.

La rubia se cruzó de brazos ante su confesión no tan cierta.

—¿Y se puede saber por qué no fuiste a saludar?

—Pensé que después de años, ya nos conocíamos Pegs.

La sonrisa de Kenneth llegó a ser más macabra que amable. Algo tenía que le ponía los pelos de punta a cualquiera al que le dedicara tal mueca. Ella asintió, no muy convencida pero sabía el rubio que su amiga lo dejaría pasar.

—Mantén a Demon lejos de Amelia por unos cuántos días. Es de ciudad así que no es cómo si estuviera habituada a animales salvajes a sus alrededores. Eso te incluye a ti, mi querido amigo.

Kenneth [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora