Me negaba a tomar la cámara. Y mis padres no dejaban de recordarme que perdería las becas si dejaba de mandar fotos a las universidades. Pero no los escuchaba.

Mi madre entro un aburrido lunes de vacaciones de invierno que amenazaba con llover, pero al mismo tiempo un fuerte sol se filtraba entre las nubes.

-no dejaré que pierdas esta oportunidad.- dijo ella interponiéndose entre la serie de Netflix con la cual me había enviciado.- iras, sacaras a Punto a pasear y tomaras las fotos de tu vida. Simple.

Y como lo que dice mi mamá se hace, termine botada de casa con Punto, mi perrita, y mi cámara. Parecía que me dirigía por inercia al parque a pesar de que no quería ver ese lugar, donde estaba segura de que las fotos seguían enterradas donde Ed y yo las habíamos dejado. A pesar de mis auto advertencias apenas cruce la calle mi mirada se dirigió al árbol donde estaban las fotos, estaba exactamente igual.

Y como mamá siempre tenía razon, el sol seguía luchando contra las nubes y les daba una luz fantástica. Tome una que otra foto, buscando ángulos. Caminaba buscándo el ángulo de un charco que se reflejaba en varios arcoiris, cuando algo me golpeó de lado en el mismo charco, arruinando mi foto y empapándome. La ira me lleno y me levante hirviendo.

-¡¿qué te pasa?!.- le grite y me atragante al ver que al chico al que le gritaba era Ed.

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