Prólogo

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AVISO: Esta historia no es mía, solo la estoy adaptando.

En la habitación solo había encendidas las lámparas de las dos mesillas de noche. Fuera, la fiesta no iba cesar hasta las altas horas de la mañana.
Los gritos de sus compañeros y la música atronadora se colgaban por la ventana del apartamento.
Los dos solos. Cara a cara. Frente a frente, descubrieron que no tenía tiempo que perder.
Él no tardó nada en desnudarla.
Sabía cómo la quería, cuándo y dónde. Y en ese instante, la quería en su cama, entregada y enamorada de él hasta el tuétano.
Pasó sus dedos entre su larga melena, le echó el cuello hacia atrás y la beso aceptando el juego que ella le ofrecía.
La joven gimío perdida en el sabor de su lengua y en su textura, disfrutando de esas manos que le bajaban los pantalones.
Después, él la tumbó sobre el colchón y se le puso encima, entre las piernas.

—Dime qué es lo que quieres —dijo.
—Ya lo sabes.
Él negó con la cabeza.
—Me gusta que me lo digas. Dímelo.
—Te quiero a ti —le contestó ella sin ninguna vergüenza.
Él sonrió y le quitó la camiseta que aún tenía puesta hasta subírsela por la cabeza y cubrirle el rostro.
Pero ella río y suspiró de antelación. Deseaba aquello como a él le gustaba hacérselo. Estaba entregada y ya no tenía ni reparos ni pudores.
El chico se quitó los pantalones y se quedó desnudo ante ella.
La admiró, desnuda como estaba, con el sostén aún puesto y la camiseta que le privaba la visión, y su rostro se tiñó de placer y alegría.
Después, se tumbó encima de ella y agarró sus muñecas para colocarlas encima de la cabeza.
—¿Lo quieres ahora?—le preguntó al oído con un gruñido.
—Sí —afirmó, decidida, abriendo más las piernas.
Él dejó ir una risotada mientras entró en su cuerpo con el ímpetu que siempre caracterizaba sus encuentros.
Con ella todo era explosivo y mágico. No necesitaban decirse tonterías al oído, ni tampoco hacerse promesas de amor; se trataba de disfrutar del sexto más loco de su vida, y de pasarlo bien.
Estaban en esa edad en la que la universidad era la única vida real que les interesaba, y el día a día lo marcaban sus problemas y sus relaciones.
Empezó a bombear. Le gritaba en el oído, y le mordía el hombro absorbiendo cada envite poderoso en su interior. La cama bamboleaba de un lado al otro, el cabezal golpeaba la pared y sus respiraciones acompasaban aquel ritmo parecido al de un martillo.
En ese momento, ella se arqueó debajo de él y se estremeció de pies a cabeza barrida por ese orgasmo placentero y loco que le giraba la cabeza.
Él no tardó nada en unirse a ella y, mientras se vaciaba, se impulsaba mas profundamente hasta que el ruido de la carne contra carne les llenó los oídos.
Disfrutaban con el sexo, no cabía duda.
Entonces, él se dejó caer sobre ella y la ayudó a quitarse la camiseta por la cabeza.
—No me digas que ya no puedes más —murmuró ella rodeándole la cintura con las piernas.
Él se echó a reír, hundió los dedos en su pelo y contestó:
—Esto solo acaba de empezar.

DESAFÍAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora