Dos

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Nunca había estado en la toscana, pero era uno de esos destinos que siempre soñé visitar. Cuando ese mismo año me enteré de que el festival internacional del Cómic, Series y Videojuegos lo iban hacer en la ciudad de Lucca, pensé: «Mato a dos pájaros de un tiro». Vería esa parte del centro norte de Italia que me apasionaba y viviría la experiencia suprema de los frikis.
Cuando llegué al aeropuerto de Pisa, un magnífico sol me dio la bienvenida e inmediatamente me las apañé para coger el primer taxi que me llevara al hotel donde mi mejor amigo, Taka, mi mejor amiga, Thais, y yo nos íbamos a hospedar.
El taxista, que se llamaba Prieto, según me contaba en ese inglés toscano, se estaba hartando de hacer viajes a Lucca con motivo del evento internacional que reunía a miles de jóvenes de todo el mundo. Venían de todas partes, me explicaba.
— De la América, de la Spagna, de Japan... Tutti están aquí —me comentó emocionadisimo—. Y visten esas ropas piu extrañas y llevan el pelo de colores -se señaló la cabeza—, y maquillaje de todo tipo. Ma... !no hay zombis!
Yo sonreí tímidamente y le dije:
— No es una convención de zombis, ni una reunión de Walking Dead. Aunque es probable que alguno vaya de Death Note.
El taxista me miró a través del retrovisor como si mi idioma fuese el arameo. Obviamente, como la mayor parte de la humanidad, no sabía de lo que hablaba. Superado el incómodo silencio, carraspeé y me centré en el bucólico paisaje que dejábamos atrás. Todavía no había llegado a Lucca y lo que veía ya me fascinaba. Tras kilómetros de parajes verdes y campiña italiana, divisé una ciudad amurallada que emegría en la llanura fértil como por arte de magia, como un espíritu libre y un último reducto de rebeldía que había permanecido en pie tras al paso inquebrantable de los siglos. Era ese mi destino. Y el de todos los taxis que se habían colocado en fila detrás de nosotros.
Lucca vivía protegida tras una vieja muralla de cuatro kilómetros y medio de largo, que había ocultado toda su historia con celo, a pesar de las sacudidas del tiempo. Situada sobre el río Serchio, la llamaban la ciudad de las cien torres y las cien iglesias.
Pasé por delante de un viejo avión de combate blanco y rojo, que pertenecía al ejército italiano y que lucía como un elemento ornamental en la rotonda antes de llegar a la ciudad. La parte superior de la muralla, lo que sería el adarve, se había convertido en un manto ajardinado por el que pasaban muchas bicicletas y que ofrecía, seguramente, una perspectiva de la ciudad increíble.
Me iba a hartar de hacer fotos.

Tras cruzar la Porta San Prieto, una de las seis entradas por las que se podía acceder al interior, los adjetivos se me quedaron cortos.
Ya habría tiempo para admirar la belleza etrusca de Lucca en todo su esplendor, pero no era el momento entonces. Aquello estaba intransitable y parecía el Apocalipsis.
Nunca había visito tantos frikis juntos, y de repente me sentí como en casa.
El coche pasaba entre las callecitas como podía, dándole al claxon para que la gente, distraída y muy metida en su personaje, se apartara. Me daba miedo que Prieto atropellara a alguien, pero no hizo falta que él lo hiciera. Dos zombis de Death Note, tal y como yo de exabruptos. Prieto palideció y a mí la situación me hizo sonreír. Los dos chicos cayeron al capó y, una vez en el suelo, se levantaron para continuar su paseo de los muertos.
Mamma mia... —susurró—. Ma bella... —Prieto frenó el coche y se secó el sudor de la frente—. Su hotel está justo ahí. —Y señaló con su regordete índice—. No puedo adentrarme más con el coche.
— No se preocupe —le contesté sacando los euros del monedero de Tous de mi bolso. Todas esta pijadas eran de Gema, que insistía en convertirme en la Barbie que no era—. Ya está bien. Iré andando.
El hombre aceptó el dinero con cara de disculpa. Después salió del coche y abrió el portón trasero para darme la maleta.
— Tenga cuidado. Usted es muy bonita y delicada para estar entre tutta esta... locura.
— Es divertido —le dije cargando con mi malesta de ruedas y con mi bolso colgando del hombro—. Estaré bien.
Las apariencias engañaban. En pocas horas yo sería una loca más, una Otaku a medias, dividida entre mi admiración por los dibujos japoneses y mi fanatismo por los cómics de Marvel.
En ese lugar, todo tenía cabida.
Nos hospedabámos en el hotel Camera con Vista, un B&B en la Vía San Paolino cerca de la Piazza Napoleone. Estaba en el centro histórico y era una de las mejores opciones para pasar unos días en Lucca, a tenor de todas las recomendaciones que habíamos encontrado por Internet. Además, con todas las actividades que iba a preparar la organización de la cómic con, el hotel estaba muy bien ubicado para no perdernos ni una.
Le pregunté a la recepcionista si Taka o Thais habían llegado, pero ella me informó educadamente re que esos clientes aún no se habían registrado.
Así que me dirigí a la habitación que había reservado para mi, de la que me enamoré al instante.
Era una preciosidad. El suelo de parqué oscuro, le mobiliario blanco, las paredes de tonos pastel y una cama revestida con una colcha verde de topos un par de tonos más oscuros, y que hacía juego con la lamparita del mismo color que tenía todo el habitáculo de esmeralda.
Cerca de la calma, una escalera metálica de color azul claro ascendía casi hasta el techo, donde aguardaba un amplio ventanal con un pequeño balcón parecido a una buhardilla por el que poder admirar el centro de la fortaleza italiana, llena de vida, de color y de personas de mi edad que iban y venían presas de la emoción de estar en el mundo en el que querían estar.
Suspiré al contemplar la calle y sonreí por dentro.
Si, aquel también era un lugar en el que me gustaba estar, al menos por unos días. Un lugar en el que poder imaginar el mundo de otra manera, rodeada de personajes de fantasía, y haciéndome pasar, solo durante unas horas, por uno de ellos.
Bajé las escaleras pensando en todo lo que me gustaría experimentar estos días en Italia y deshice la maleta para colocar la ropa en los armarios.
Era muy metódica y ordenada. Mi padre y Gema aseguraban que lo mío era un trastorno obsesivo compulsivo por el control y la perfección.
Pero no era verdad. Lo único que me pasaba era que me gustaban las cosas recogidas y que todo estuviera en su lugar. Tal vez porque yo sabía qué lugar quería para mí mundo, y el caos alrededor me ponía nerviosa.
Me conecté al wi-fi gratis del hotel y escribí un whatsapp a mi padre para decirle que estaba todo ok.
Él, como era de esperar, no tardó ni un minuto en llamarme.
Ciao, Francesco —le dije en broma. Mi padre se rió. Tenía una de esas risas silenciosas que se contagiaban. Me lo podía imaginar negando con la cabeza.
— ¿Solo llevas unas horas ahí y ya eres italiana, Larita?
— Casi—contesté riéndome.
— ¿Qué tal ha ido el viaje? ¿Y cómo es el hotel?
— El viaje bien. Mucha nube y eso... Y el hotel es maravilloso. Me encanta —afirmé entrando en el baño de la habitación para comprobar que era un aseo completo, con bañera.
— ¿Es céntrico?
— Sí. Mucho.
Abrí el grifo y probé el agua caliente con los dedos.
— Bien. Repiteme los pecados capitales, cariño.
— Papá, ¿en serio? —refunfuñé saliendo del baño para, a continuación, dejarme caer boca arriba sobre el colchón. Me sequé los dedos en el tejano.
— Lara, repitemelos.
Resoplé mientras rebotaba.
— No beberé. No me drogaré. No beberé de otro vaso que no sea el mío. No aceptaré caramelos de extraños. No dejaré entrar desconocidos en mi habitación. Y no jugaré al teto.
— Ese último pecado te lo acabas de inventar —aseguró mi padre con el asomo de una sonrisa.
— Todos son inventados, papá. ¿No te das cuenta de que no hace falta que seas un dictador conmigo? Soy tu hija más inofensiva y obediente.
— Eres mi única hija —me recordó él.
— !Francesc, deja a mi hijastra tranquila! !Que ya es mayor de edad y tiene que divertirse! —oí gritar a Gema.
Ella siempre se ponía de mi parte y me defendía.
— Haz caso a mi pijastra —le pedí cariñosamente. Así la llamaba porque era una madrastra muy pija, estilo mujer de Sexo en Nueva York —. Gema es muy sabía cuando quiere.
Nadie tenía más ganas que ella de que me echara un novio o un ligue. Seguramente, habría hecho una apuesta con mi padre. Les encantaba jugar a hacer apuestas con cosas ridículas como el tiempo, un partido de fútbol o ..., no sé, mi virginidad. Así de modernos eran.
— Gema, no me pongas nervioso —le advirtió mi padre.
— Y tú no seas carca —contestó ella —. Lara, ! ni caso!
Sonreí y les interrumpí antes de que se enzarzaran en uno de sus intercambios de pullas amistosas.
— Papá, te tengo que colgar. No te preocupes, que estoy muy bien. Soy buena y no hago tonterías.
— Lo se, pero es el primer viaje que haces sola fuera de España. Tengo derecho a ponerme ansioso.
— Sabes que nunca te he dado motivos para ello. Tienes una hija muy virgen y muy aburrida.
— Y espero que así sea por mucho tiempo.
— Ya te iré escribiendo por WhatsApp cada vez que esté en el hotel, que es donde tengo wi-fi.
— Vale, preciosa. Envíame fotos de lo que ves y de lo que haces, y cualquier problema que tengas me llamas.
— Sí, pesado. Un beso.
— Te quiero, bicho raro.
— Y yo a ti.
Cuando colgué, me di cuenta de que cualquier chica de mi edad podría valorar negativamente el hecho de que hablara abiertamente con mi padre sobre mi sexualidad. «Esos temas no se hablaban con los papis» , dirían mis compañeras del insti.
Pero nuestra naturalidad era fruto de que ambos sabíamos que yo no tenía el menor interés en cruzar ninguna línea todavía, y que era algo que no nos tomábamos en serio, como si fuera imposible que yo alguna vez tuviera intención de llegar más allá con un chico, al menos hasta que no acabara la universidad, como si yo no estuviera hecha para eso. O al menos eso era lo que a él le gustaba pensar.
En cierta manera, así era. Una relación no estaba entre mis prioridades; muy al contrario, era una distracción que no me apetecía probar.
Alguien golpeó a mi puesta con los nudillos y yo me levanté de un salto de la cama.
En tres largas zancadas estaba abriendo la puerta y sonriendo abiertamente al apuesto rostro asiático de Taka, mi mejor amigo.
— !Takataka! —exclamé sonriendo de oreja a oreja.
Taka era dos palmos más alto que yo, sus ojos negros y rasgados hacia arriba eran cautivadores, cubiertos de espesas pestañas. Su mandíbula cuadrada y sus labios gruesos seguramente serían la obsesión de muchas chicas; pero no era la mía, porque Taka, aunque cuanto más pasaba el tiempo más guapo estaba, no era mi tipo.
Hacia tiempo que se había quedado en la zona mejor amigos.
Tenía el pelo de color azul, y los laterales del cráneo rapados casi al cero. Vestía de negro, con pantalones anchoa, botas de estilo militar, una chaqueta con el cuello hacia arriba y un pañuelo que le cubría la garganta como a un bandolero. Yo nunca había visto a un japonés guapo, hasta que lo vi a el por primera vez.
Taka me señaló con el índice, inclinó la cabeza a un lado y, emitiendo una carcajada, exclamó:
— ! Pequeña Hobbit !

DESAFÍAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora