«Debes invitarme a entrar».
Me desperté, salí de mis sueños con el corazón acelerado y con las sábanas enredadas en las piernas y los brazos. Miré la hora en el despertador: era medianoche. Escuché el repiqueteo de la lluvia en los baldosines del balcón. Sí, estaba despierto.
«Debes invitarme a entrar».
La voz no era parte de ningún sueño sensual. Era como una caricia física. Su tono insistente se deslizó sinuosamente por mi cadera, me envolvió la espina dorsal, pasó por mí como si fuera la palma de una mano cálida, y me puso la piel de gallina. Hasta que, por fin, él me susurró al oído.«Ábreme».
Reconocí su acento imperceptible. Lo había oído varias noches antes en mi mente.
Y supe que era diferente. Nunca me había llegado una voz sin que yo la buscara.
Tal vez aquel fuera el motivo por el que su pasión oscura y primaria resonaba tan profundamente en mi interior. Solo que yo sabía que aquella no era toda la verdad. Intenté olvidarme de que me resultaba tan irresistible como a la mujer que vivía en la casa de al lado, y eso que ella recibía a más hombres que el vestuario de los Saints.
Él había vuelto. Era el de los besos perversos y las caricias sedosas, y pronto se metería en la cama con ella. Aunque yo no sabía por qué, teniendo en cuenta que ella apenas le había satisfecho la noche anterior.Me dije que yo tenía una fecha límite, y que no podía permitirme el lujo de perder sueño, pero el deleite de la otra mujer era palpable. ¿Qué tenía él para ser una tentación tan irresistible?
Sentí curiosidad, y rebajé las defensas que siempre erijo para bloquear las sensaciones que se apoderan de mi cuerpo cuando la gente que está cerca de mí empieza a abandonarse a la pasión.
Por una vez, esperé con impaciencia la intrusión de los pensamientos carnales que flotan en el éter. Me estiré, y encontré los finos hilos de sus espíritus mientras se levantaban, se entrelazaban, y los seguí a su habitación. Como solo podía fundirme con uno, la elegí a ella.Su impaciencia me llenó de calor. Ella ya sentía un cosquilleo en los pechos, y los tenía los pezones duros... como los míos.
Él se acercó. Yo lo supe porque ella inhaló bruscamente una bocanada de aire, y percibió la fragancia de sus mejillas y de su pelo mojado. Su olor, que mezclaba el aroma de la lluvia y del calor masculino, me llenó lentamente las ventanas de la nariz.
En un momento, él la besó en los labios e introdujo la lengua en su boca. Tenía un sabor a menta y a café, y a algo más que no reconocí, porque él se movió muy rápidamente hacia su mandíbula, y más abajo.Los suspiros de la mujer aumentaron, y su cuerpo esbelto comenzó a temblar. Él la tendió en la cama y la cubrió de pies a cabeza, como una manta de músculo y de calor masculino.
La impaciencia nos aceleró la respiración e hizo que nuestros corazones latieran con más fuerza.
Él la agarró por la muñeca y le colocó la mano por encima de la cabeza, y la apretó en la almohada, ordenándole en silencio que fuera sumisa.
¿Podría sentir, bajo el dedo pulgar, el latido del pulso de la mujer?Yo sí lo sentía. A mí también se me aceleró el pulso, y envió la sangre rugiendo por todo mi cuerpo, hasta mi sexo. Él conseguía llevarme al límite con aquella asombrosa rapidez.
Él tenía algo que me atraía irremediablemente hacia la habitación de la mujer, que me tenía atrapado bajo su cuerpo largo y delgado, y que obligaba a mi mente y a mi cuerpo a abrirse a las delicias que él estaba dejando caer sobre la piel cálida de la mujer aquella.
Cerré los ojos y permití que los dedos que ella pasaba por su cuerpo me dijeran lo esbeltos y duros que eran los costados y la espalda del intruso.Cuando ella metió las manos entre su pelo espeso, yo noté su textura sedosa y su longitud. Y cuando él se inclinó para besarle la boca, yo sentí que me acariciaba las mejillas.
El peso de su cuerpo le cortó la respiración a la mujer, y a mí me hizo soltar un jadeo de placer. La presión de su miembro rígido entre los pliegues de la mujer provocó una excitación lujuriosa en ella... y en mí también.Abrí las piernas. Apresé sus caderas con mis rodillas para atraerlo más.
-Demasiada ropa -dijo ella suavemente... ¿O fui yo?
Una mano cálida y dura tomó su pecho desnudo. Le acarició el pezón con el dedo pulgar. Yo arqueé la espalda para apretarme contra su mano, para pedir una exploración más firme. Y cuando él atrapó el pezón entre los labios, yo jadeé.Giré las caderas y comencé a imponer un ritmo que aplacó los latidos acelerados de mi corazón, y posé las manos en la almohada, junto a la cabeza, mientras permitía que él me condujera... no, que nos condujera a los dos, ella y yo, hacia el éxtasis.
-Necesito que te desnudes... por favor... dentro de mí... -gimoteé. Las paredes de mi cuerpo ya se estaban contrayendo, ya estaban ondulándose y preparándose para su penetración.
Él murmuró algo, y me acarició el cuello con la nariz hasta que yo me giré quedando de espaldas para que él pudiera besarme la piel. Me arañó con los dientes y yo gemí. Él posó los labios en mi piel y succionó con fuerza durante un momento, y entonces sentí un dolor agudo, como un alfilerazo...
Se oyó un grito. ¿Mío? ¿De ella? Abrí los ojos de golpe y me vi en la oscuridad. Me senté al borde de la cama.
¿Qué era lo que acababa de suceder?
Vi una sombra pasajera ante la puerta del balcón de mi dormitorio. ¿Acaso era una nube que había tapado la luna? Mi apartamento del Barrio Francés estaba en un tercer piso, y la escalera de incendios estaba asegurada.