0.2 ((needing; healing; recovering))

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La llovizna empapaba a aquellas dos almas. Pero esa lluviecita jamás mojaba tanto. Estaban perdidos. En un limbo. Un limbo tan extenso como sus mentes. Ambos no podían dejar de preguntarse qué salió mal, porqué no funciono si ellos no habían fallado en nada.
Y como si nada, empezaron a salir aquellas dudas que sólo se los hacen aquellos que aman y sienten humanamente. Aquellos que darían la vida y matarían por su otra mitad.
Hay una leyenda, que cuenta que nosotros nacemos con un hilo en nuestro corazón. Ese hilo está unido a otro corazón. El amor de tu vida. Tu otra mitad.
Siempre con otros había fallado. Como si en mi imaginación sucediese una caricatura. Él o ella iban en busca de otra alma, que no les correspondía. Cual tortuga a la meta, pero cada vez que estaban por llegar, ese hilo los alejaba más y más y más.
Estaban avocados al arte de necesitarse. De sentirse, entregarse, y ponerle pasión juntos, enfrentar las adversidades juntos. Ellos entendían que todo es mejor de a dos, pero la tristeza y el desamor los enceguecían.
Ella corría por las calles de su ciudad, empapada por la lluvia. Su maquillaje estaba corrido por las lágrimas, más que por el agua. Escapaba de algo inevitable, sabía que no tenía salida. Llorar parecía su única solución.
El iba caminando por la vereda, no le importaba si se mojaba o no. Se sentía vacío por dentro. ¿ O se sentía lleno? Su ira reflejaba el miedo en su interior. Miedo a perder todo. No quería otra persona a su lado que no fuese ella. Sabía que era así. ¡No podía dejarla! No era de esos.
Ambos se asemejaban a dos personas con defensas por el piso, tan quebrantables, tan frágiles.
El amor debilita, por más fuerte que seas. Y sabes que estas jodido cuando no puedes ver algo malo en esa persona, porque sólo tienes tiempo para lo bueno, para lo que hizo que lo quisieras cada vez más y más. Es incomprensible e incontrolable. Hasta el más cínico cae. Hasta el peón más rígido.
Y el problema está ahí, en no comprender el amor, y en ver sólo lo bueno, que al encontrar lo malo no quieres hacerte cargo de eso, porque sabes que entras en terreno que si fuese por tí no pisarías nunca. No sabes que hacer en ese momento. No te gusta, por lo que no le haces frente. Y allí esta la peor falla.
Cuando entiendes eso, empiezas a recuperarte. Dominas el sentimiento. Nunca dejas de sentir tu necesidad. Pero empiezas a mover fichas. El amor es un juego para todos y todas. Sólo se gana. Allí entiendes que si quieres a tu otra mitad, vas a arruinarte por él o ella.
Y allí el orgullo deja de actuar. Sabe que perdió la guerra. Y las cosas no pueden quedarse como un papel en el viento. Tienen que ser discutidas. ¿De qué sirve el amor si no vamos a aguantarnos las cosas malas? ¿Cuándo vamos a aprender a dar sin esperar nada a cambio?
Cuando ella dejó de llorar y el dejó de sentir ira, ese hilo que estaba allí hizo presencia. Estaban unidos de por vida, y no había otro destino que no fuese ese. La lluvia no cesaba.
Empezaron a correr por las húmedas calles de la ciudad del amor. Ya no había prenda que no se les mojase. Sus cabellos estaban totalmente deshechos, pero ¿qué importa si el amor triunfa de vuelta?
No lograban encontrarse. Ese hilo que los unía se acortaba más y más hasta que ellos quedaron cara a cara. El destino no podía reescribirse.
Avocados al arte de necesitarse. El amor los hacía soñar con pianos blancos. Esas calles, esas veredas, esa ciudad entera les dejaba cada noche una historia, algo de las millones de vidas que deambulaban por ahí. Para ellos.
Finalmente ese hilo se acortó hasta dejarlos juntos, y finalmente el arte del necesitarse les dejó ver: un hilo rojo que los unía. Pero ese hilo tenía un nudo en medio, como si alguien lo hubiese cortado.
No podían omitir su porvenir. Y allí estaba su recuperación. Era inevitable.
Allí aprendieron algo más sobre el amor: aceptarse con sus errores y sus aciertos. Nadie venía a este mundo perfecto. Y para vivir una historia de amor única no era un requisito acercarse a la perfección.
Se unieron en un cálido beso, aunque sus cuerpos estuviesen helados por la tormenta. Un beso que dice que todo está bien, que no hace falta nada más.
Allí aprendieron a necesitarse. A cuidarse como un jardinero a su jardín.
Avocados al arte de necesitarse.

salad daysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora