Serge.

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Fue la primera vez que dejo que alguien se acercara de esa manera a su corazón. Ella, tímida, dolida, asustada, introvertida y con un sentido del humor bastante irónico y cruel. Unos ojos verdes que dejaban tonto a quien mirara en ellos más de dos minutos. Andrómeda, era su nombre. Nunca había creído en los inventos a los que llamaban amor. Claro, le fascinaba leer de ello y quizá hasta imaginar la sensación, pero pretendía no estar interesada respecto al tema. Pretendía ser cruel, fría y sin sentimientos ante aquellos que pretendían robar su corazón.

Ninguno era de su interés, ninguno lograba hacerla feliz o incluso soñar despierta. Era manipuladora, la mejor. Sabía perfectamente que hacer y decir para tener a sus pies a quien quisiera, pero Serge iba a ser la excepción a la regla. Tenía los ojos más azules que hubiera visto, esta vez, fue ella quien no pudo apartar la mirada cuando esta conecto con la de él. Sabía desde el principio que Serge era quien venía a romper esquemas, sus mentiras, a destruir sus juegos.

Tenía miedo de que algún otro hombre imbécil pudiera lastimarla como ya se lo habían hecho cuando niña. Se acercó de golpe, improvisadamente, sin darle tiempo de hacer un cauteloso análisis que la preparara para los daños que pudiera causarle. Comenzó a conocerlo, algo en él no era ordinario. ¿Era su manera de reír?, ¿era sus charlas sin sentido que parecían no acabar?, ¿era su actitud prepotente y descuidada?, ¿era su manera de creer que ningún amor falla?

Pero la traición vive por todos lados, ella, que tenía la guardia bien alta, comienza a bajarla al escuchar las tres palabras que deseaba escuchar... "confía en mi". Lo hace, temiendo haberse equivocado. No se arrepiente. Él hace que se sienta segura. Comienza a abrirse ante él, como la letra de su canción favorita. Le dejo hurgar en su pasado, rascar en sus heridas, reír de sus dolores... para enseñarle a vivir. Vivir fuera del odio, de las cosas malas, de la negatividad. Le enseño a reír a carcajadas, el significado de las lágrimas de felicidad, que el negro puede ser blanco, a amar, le enseño a confiar.

Andrómeda esta ilusionada, enamorada, llena de pasiones, feliz como nunca antes lo había estado. "Te amo, Andrómeda", "quiero estar el resto de mis días contigo", "eres lo que siempre soñé", "jamás quiero alejarme de ti"... palabras tan simples, palabras que antes no habrían tenido sentido para ella, palabras que la tenían hechizada.

Confiaba en él. Le confiaba su corazón, su alma y la cordura emocional que había desatado. El atesoro que ella se abriera con él como lo hizo. A lágrimas un día Andrómeda le contó acerca del dolor más grande que inundaba su alma, la razón de sus juegos y mentiras, supo por su mirada que a partir de ese momento, lo había perdido para siempre. Se rehusó. Se aferró a él más que nunca, y él comenzó a hacerla a un lado... de a poco, amarga y fríamente. "Ahora no es nuestro momento, Andrómeda. Quisiera prometerte una eternidad, pero no sé ni lo que pasara mañana. Te amo, pero no podemos ser. En el futuro te buscaré, quizá allí podamos coincidir. Necesito distanciarme". Sintió un nudo en la garganta, una ausencia en el pecho, se le colapsaron los pulmones, se le congelaron las manos, se le acelero la respiración... se desilusiono. Dejo su corazón caer al suelo para pasar sobre de él. Al principio la busco arrepentido y ella disfruto la sensación. El día en que decidió apartarse de ella, sintió que perdió un pedazo de si misma. Él lo había prometido, "Siempre juntos. En las buenas, malas y peores". Pero, ¿Por qué entonces cuando estaba débil la dejaba a su suerte? Dejo solamente su ausencia, un lugar vacío a su lado en las bancas donde pasaban la tarde, la falta de una mano que la acompañara al bailar sin música, un abrazo que le brindara calor en el gélido frió del invierno, sus risas al jugar como infantes en los pasillos del colegio, dejo la falta de inspiración para hablar de amor y nunca corrió tras de ella al cruzar la puerta otra vez. Comenzó a hacer como ella, la evitaba e ignoraba sus miradas desesperadas del otro lado de la habitación. Se encontraron un día, o más bien una noche. Solos, dolidos, solitarios y con tristeza denotada en sus parpados sin descansar. Cercanía, peligrosa y comprometedora. La besó. Ella sorprendida, con lágrimas en los ojos, dejo que su amor por él la inundara, se dejó llevar. Una vez más, la aparto, le repitió lo que había dicho al dejarla destrozada la primera vez. ¿Sentido común? Era aquello que había perdido al confiar en el amor. No sabía manejar el dolor que la llenaba. ¿Qué hacer con ello? Era de todo, menos una persona vengativa. Quería irse lejos, sin embargo no podía ignorar las miradas veneras que le dedicaba, los silencios que colman su presencia, la ausencia en sus días, los susurros que vivían en sus oídos... ¿Cómo borrar la huella que dejo?


AndrómedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora